Cd. Victoria, Tam.- La imaginación política en tiempo electoral pasa por estudiar los mejores argumentos del adversario, lo cuál significa observar la propia imagen reflejada en los ojos del otro.
Tan saludable ejercicio implica enlistar aquellas vulnerabilidades nuestras que jamás pasarían desapercibidas para el contrincante.
Partes blandas de las cuáles suele estar ávido de respuestas un electorado escéptico y encorajinado como el actual, antes de precisar o decidir su voto.
Se aplica aquí la lógica del especialista que entrena a cualquier candidato en las semanas previas a un debate.
Prever con tiempo por donde puede atacar el enemigo es una forma indirecta de pasar lista a las propias debilidades, lo cuál exige una dosis alta de realismo, pues implica verse en dicho espejo sin maquillaje ni justificaciones.
Ello, en el entendido de que nuestros puntos flacos devienen inexorablemente en fortalezas para quien se ubique en la trinchera contraria.
Huelga decir que el antagonista no tendrá piedad para golpear donde sabe que duele y causa estragos.
Y para conseguir su objetivo, una campaña negra no precisa ser veraz, le basta únicamente con ser verosímil.
No tendría que ser cierta, sólo creíble y lo suficientemente pegajosa para correr de boca en boca, lo mismo en las pláticas de sobremesa, oficina o supermercado que en redes sociales, foros y correos electrónicos.
Cuando el PRI tamaulipeco se embarcó en las campañas de este año había una cantidad importante de “hándicaps” en contra, ante la feroz embestida del gobierno calderonista contra figuras públicas de los tres sexenios anteriores.
El golpeteo de la justicia (y su resonante mediático) iba dirigido a vulnerar los activos políticos de esos gobiernos.
Cada acusación, comprobada o improbable, con soporte documental o solo basada en dichos de terceros, en medios formales e informales, buscó engordar la lista de argumentos que el votante escéptico tendría para elegir una opción distinta al PRI.
Especialistas en desinformación trabajaron en ella a conciencia desde la capital del país, echando a andar una gigantesca maquinaria de aplastamiento que combinó el uso partidista de la justicia con el linchamiento cómplice de los medios.
Esta es, sin duda, la parte “fuera de control”, la cara externa de la debacle sufrida por el tricolor en las urnas de Tamaulipas.
Sin embargo, la cara interna del problema es la ausencia de respuesta eficaz.
En verdad, se hizo poco para asumir de frente dichos agravios y no se previó el indudable peso que tendrían tales imputaciones en la masa de votantes indecisos.
No se observa, al respecto, un trabajo de sana mercadotecnia electoral destinado a realizar el indispensable control de daños y revertir los efectos de esa golpiza mediática.
Ante el bombardeo de golpes, se necesita algo más que refugiarse en una esquina, recargar la espalda contra las cuerdas o cubrir la cara con guantes y antebrazos.
Al priísmo local le ocurrió lo mismo que al equipo de JOSEFINA. No tuvo un cuarto de guerra capaz de asumir con realismo las propias fallas y emprender la tarea propositiva con un diagnóstico claro.
Ciertamente, la guerra sucia aportó carretadas de argumentos a los adversarios del PRI, en distritos, comunidades y colonias.
Aunque ello jamás será pretexto suficiente para caer en la ataraxia, la inmovilidad o el pasmo.
En paralelo, la campaña de PEÑA NIETO pasó también por momentos difíciles, desde su tropiezo en la Feria Internacional del Libro, hasta la irrupción del movimiento #132 en la Universidad Iberoamericana y las acusaciones sobre la obra pública que presuntamente no terminó siendo gobernador mexiquense.
En todos estos casos, el cuarto de guerra tricolor supo sobreponerse, encapsular el daño y retomar la marcha en los términos netamente proactivos que una empresa de dichas proporciones reclama.
Experiencia es enseñanza y, como dijo el ingeniero EGIDIO TORRE en el Polyforum esta semana, la contienda del 2013 empieza hoy.