Cd.
Victoria, Tam. Visto el caso a la
distancia parece entenderse mejor, nexos que afloran, piezas que fueron embonando,
detalles significativos antes desapercibidos.
El economista CARLOS SALINAS DE GORTARI
fue presidenciable de segunda generación, luego de que su padre RAÚL SALINAS
LOZANO había participado en el juego del tapadismo como secretario de Industria
y Comercio bajo la presidencia de ADOLFO LÓPEZ MATEOS.
El primer SALINAS se habría de quedar con
las ganas en aquel 1964. Sus planes se frustraron, al resultar candidato el
gallo de Gobernación GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.
En 1982, 18 años después, el segundo
SALINAS llegaría al gabinete lamadridista como secretario de Programación y
Presupuesto.
Entraba así al hándicap presidencial, nutrido
por la experiencia previa de su padre, conocedor de los vericuetos, riesgos y
atajos que entraña la lucha sucesoria.
Después sería candidato. Tuvo tiempo de
planificarlo todo. Ya como presidente, la prensa europea lo calificó como “un
hombre con prisa”. Tenía, en efecto, visualizada la película completa del
sexenio.
Aliarse con el PAN, modificaciones
drásticas a la Carta Magna para permitir la privatización generalizada de la
economía. Banca, siderúrgicas, petroquímica, minería, televisoras, cadenas de
radio, telefonía, aerolíneas, ingenios azucareros, propiedad ejidal.
Y cuando le preguntaban sobre la demanda
social de democracia y alternancia, respondía con expresión agresiva y decidida
que la apertura política vendría hasta que la modernización económica (el
programa neoliberal) fuera irreversible.
Por supuesto, jamás detalló en qué tiempo
consideraría irreversible su reforma económica. Aunque no se necesita mucha
imaginación para entender que estaba pensando en dos sexenios posteriores a su
mandato.
Buscaba a toda costa impedir el arribo
de su adversario en 1988, CUAUHTEMOC CÁRDENAS quien competía de nuevo por el
cargo en 1994.
EL
“PLAN A”
El previsor SALINAS necesitaba blindar los
cambios de su administración, que no hubiera reversa ni hurgaran en las cuentas
alegres de las privatizaciones que beneficiaron a todos sus amigos y de las
cuales fraguó una fortuna inmensa.
Y esto, para un hombre siempre atento al
mediano y largo plazos, significada que el proceso de relevo presidencial estuviera
bajo su control total.
Lo cual requería (no precisamente un
genio sino) un sucesor dócil, que le diera continuidad a su estrategia, para así
entregar la administración subsiguiente a un opositor ideológicamente cercano.
Un cómplice como DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS.
Todo iría por pasos en esta agenda múltiple
de tres tiempos sexenales. Se cumpliría así la estrategia de una reforma neoliberal
(SALINAS, 1988-1994), cuyas espaldas serían protegidas por un continuador obediente
(COLOSIO, 1994-2000) quien daría el paso hacia la modernización política, el
fin de la era priísta, la alternancia que dejaría el poder en manos del panista
más cercano al grupo (DIEGO FERNÁNDEZ, 2000-2006).
Todo un programa transexenal en torno al
cual orbitaría (siguiendo el modelo del maximato) la figura omnipresente de
CARLOS SALINAS, quien planeaba convertirse en director general de la
Organización Mundial de Comercio (OMC), mientras discípulos y aliados
gobernaban el país bajo su sabio consejo.
Todo indica que este era el “PLAN A”,
diseñado meticulosamente desde Los Pinos, siempre y cuando no variaran los escenarios.
El primero de enero de 1994, un
levantamiento guerrillero lo cambió todo. No hay espacio aquí para discutir la
naturaleza del neozapatismo, la identidad de MARCOS o la mano negra del
frustrado aspirante presidencial MANUEL CAMACHO SOLIS en esos asuntos, cuya
cercanía con el cardenismo lo inhabilitó ante los ojos de SALINAS.
El caso es que el estallido rebelde ocurrió,
con una eficacia formidable en términos mediáticos, el mismo día en que SALINAS
festejaba la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio firmado con Estados
Unidos y Canadá.
Y esto lo modificó todo porque la palabra
“guerrilla” se atoró de golpe en el delicado gaznate norteamericano, al momento
en que recién habían firmado el acuerdo trilateral que abriría gradualmente sus
fronteras.
Uniformes y pasamontañas de los alzados
en armas parecían darle la razón a los políticos ultraconservadores que
alertaban desde el Capitolio contra la barbarie mexicana y sus peligros.
EL
“PLAN B”
Y aunque SALINAS había ofrecido
seguridades de que México daba pasos firmes hacia la modernidad, el brote
insurgente en Chiapas dejaba un sabor a engaño.
Hombre precavido, el presidente de
México observó detenidamente la respuesta de los mercados y las reacciones de
la prensa mundial. Y entonces tomó decisiones.
Apareció, entonces, el “PLAN B”, el
ajuste necesario que haría valer las mismas prioridades, pero bajo una variante
en el formato, acorde con las nuevas circunstancias.
Durante enero se dejó sentir. Empezaría
una etapa que la prensa conocería como de “campaña contra la campaña” y donde
COLOSIO ya no parecía la carta idónea para gobernar el país.
Ante los tambores de guerra que venían
del pasado revolucionario, SALINAS se propuso recortar el calendario
transexenal y adelantar la alternancia. Ya no sería en 2 mil sino en 1994.
Que el jefe DIEGO crezca, que COLOSIO se
rezague, ya no había tiempo de un sucesor priísta, había que acelerar la
entrega de Los Pinos para dar seguridades a los mercados, nerviosos por la
guerrilla. Lo que importaba, finalmente, era la prolongación del modelo económico.
Con CAMACHO habilitado como negociador en
Chiapas, la figura de COLOSIO irá decreciendo en los medios. Los espacios
periodísticos son para MARCOS, sus encapuchados y, al paso de las semanas, el
barbado candidato del PAN a la Presidencia DIEGO FERNÁNDEZ. El empoderamiento
de este último sería un mensaje para los inversionistas.
El presidente privatizador, que abrió la
economía al comercio mundial, se preparaba para adelantar la modernización
política y entregar el mando.
Sacrificando al PRI (y a su candidato) podría
salir fortalecido, con el prestigio de demócrata abonado a su pretendida fama
de estratega económico.
Y, sobre todo, seguiría en pie su proyecto
de convertirse en titular de la OMC, para ingresar a las ligas mayores, a la
burocracia financiera planetaria, codearse con los capitostes del FMI, del BID,
del Banco Mundial.
EL
“PLAN C”
Abandonado a su suerte, COLOSIO recompondría
su estrategia en febrero y marzo. Ya sabía que no podría contar con el
presidente. Iría solo y para ello fue buscando acercamientos con otras fuerzas
políticas.
El discurso del 6 de marzo frente al monumento
a la Revolución revela en buena medida su desconcierto. En aquella tarde
memorable, más que trazar derroteros claros, LUIS DONALDO transparentaba
preocupaciones reales.
Buscando interlocutores, el sonorense
acabó encontrándose con su antiguo amigo y adversario político MANUEL CAMACHO SOLÍS.
Cenaron juntos el 16 de marzo y zanjaron diferencias.
Una semana después, el 22, el propio
CAMACHO se descartó tajantemente de cualquier aspiración presidencial y reiteró
su apoyo a la candidatura de COLOSIO
Casualidad o no, el crimen de Lomas
Taurinas ocurrió al día siguiente. Hoy podríamos pensar que el “PLAN B” de
empoderar a DIEGO estaba en peligro si la candidatura de COLOSIO fuera
reforzada por un operador de lujo como CAMACHO SOLIS. La mancuerna hizo temblar
a Los Pinos.
El asesinato de LUIS DONALDO volvió a
modificar drásticamente los escenarios. Encendió una caldera hacia el interior
del sistema en la que ya resultaba difícil dar continuidad al “PLAN B” de
SALINAS, el de adelantar la alternancia.
Todo se dificultó. El priísmo aceptó a
regañadientes la candidatura gris de ERNESTO ZEDILLO, aunque ya para entonces
la figura del presidente SALINAS se encontraba muy erosionada.
El propio ZEDILLO se encargaría de
negociar con DIEGO FERNANDEZ. El panista, ciertamente, le ayudaría en la lucha mediática
contra CUAUHTÉMOC CÁRDENAS, aunque no llegaría a presidente.
De alguna manera se retomó la calendarización
del “PLAN A”, pero con otro candidato tricolor. Continuidad al modelo económico
bajo seis años más de control priísta y alternancia en 2 mil.
Pero ya no sería DIEGO el beneficiado,
sino un jugador de refresco, exdirectivo de la Coca Cola, de nombre VICENTE
FOX.