Cd.
Victoria, Tam. Ciertamente, en la
toma de decisiones, hay caminos más cortos que otros. Aunque los atajos, mire
usted, suelen acarrear incomodidades que es preciso prevenir, medir, calcular y
(sobre todo) avisar con tiempo a quienes resultarán sin duda afectados.
En Victoria XICOTÉNCATL como en la
capital mexicana ANDRÉS MANUEL, vemos medidas acaso necesarias que se
convierten en tormentas, dolores de cabeza, no por razones de fondo sino por la
forma en que están siendo instrumentadas.
El rescate del primer cuadro urbano
implicaría una tarea de diagnóstico previo, antes de ordenar, disponer, así
nomás por puros puntos, el cierre de la calle principal en una ciudad capital,
sin adoptar las acciones complementarias.
Implica, por principio, tomar nota de la
grave crisis en que se encuentran esas 40 o 50 manzanas deterioradas, saturadas
de vehículos, edificios descascarados con estacionamientos “patito” que ni
lejanamente cubren la demanda regular, mala señalización, invasión grosera del
comercio ambulante, inseguridad, suciedad, descuido crónico.
En otro orden, el presidente LÓPEZ
OBRADOR pudo haber implementado un plan paralelo para amortiguar los efectos
que ocasionaron sus determinaciones tomadas en caliente, cerrar los ductos que
alimentan el tráfico ilegal de combustible.
O levantar la canasta a las guarderías subrogadas
que venían funcionando desde tiempos de CALDERÓN, pensando más en golpear a sus
beneficiarios (a los que se tipifica y asocia con un partido político) y no en los
niños y madres de familia repentinamente desprotegidos.
O la cancelación de programas médicos y
el fatal despido que ni lejanamente podemos interpretar dentro del combate a
los privilegios, al tratarse de indispensables y siempre valiosos trabajadores
de la salud.
Medidas de facto, duras. En ningún
momento se plantean la responsabilidad de prevenir, calcular, paliar los
efectos negativos en la gente que, sin deberla ni temerla, resulte vapuleada.
Es la vieja discusión entre el fin y los
medios, el argumento justificatorio de que vale la pena sufrir (dicen) si el
propósito es noble. Haiga sido como haiga sido y el que se queje es traidor o
(por lo menos) “fifí”.
Resulta entonces que el conductor dio
volantazo para meternos por camino de terracería, nuestras cabezas topan con el
capacete, sentimos los brincos en los riñones, pero la respuesta oficial nos
dice que todo esto vale la pena.
La lógica implacable de la medida amarga
pero necesaria, la purga de caballo, no hay mal que por bien no venga, se sufre,
pero se aprende.
EL
SUEÑO TERMINÓ
En la capital tamaulipeca, el médico que
preside el cabildo atraviesa por problemas similares, en su confrontación con
un sector especialmente difícil y (por antonomasia) conservador como son nuestros
amigos comerciantes de la calle Hidalgo.
Cuando XICO se lanzó por primera vez
tras la alcaldía, lo hizo de manera independiente, con el discurso clásico que
en 2015 le conocimos a JAIME RODRÍGUEZ CALDERÓN en Nuevo León.
Como si el decir “no soy político” fuera
virtud y no carencia. Ahora vemos que es carencia y bastante grave.
Si el “Bronco” no ha cesado de toparse
con pared, si el congreso nuevoleonés lo tiene por enemigo y la gente se
encuentra rotundamente decepcionada de su labor, es precisamente, por esa
terquedad (tan suya) de imponerse a rajatabla, despreciar (de bulto) la crítica
y jamás consensar decisión alguna.
Escribo esto, recordando la campaña de
JAIME (como la comedia pasajera de PANCHO CHAVIRA en Tamaulipas o el primer
XICO, el de 2016) cuando la frase estentórea de “no tengo partido” buscaba convertirse
en el “ábrete sésamo” frente a la desconfianza ciudadana.
Argumentos alguna vez originales que hoy
son cantaleta muy gastada entre quienes hacen suya la bandera apartidista, no
por convicción, sino por el más preclaro oportunismo.
Coartadas que, si alguna vez fueron nuevas,
hoy se reciclan de una elección a otra y han dejado de representar una opción sincera
o creíble.
Mire usted, hace tiempo dejó de ser
novedad el decir “no creo en los partidos”, “no soy como los políticos
tradicionales”, “no me ando por las ramas”, “no me tiembla la mano”, “no
pertenezco a ninguna pandilla burocrática”, etc.
Pero luego los vemos en su desempeño y
(¡sorpresa!) resultan el espejo mismo de todo lo que antes criticaban. Se
convierten, pues, en imagen y semejanza de su adversario.
O peor, esa terca inclinación por las ocurrencias
matinales. La excesiva confianza en las decisiones a botepronto que los lleva a
topar con pared. El gobernar en base a ocurrencias.
Y luego se meten en un berenjenal de
líos por el rechazo mismo a la planeación, la ausencia de prevención que les
impide mirar más allá del plazo inmediato.
Volvemos a lo mismo, decisiones
interesantes, acaso necesarias, convertidas en un infierno por puro y simple
descuido.
Raquitismo ideológico, incluso, desgaste
acelerado de su capital político. Ausencia de imaginación. Ese envejecimiento
prematuro que observan los regímenes municipales cuando en tiempo récord nos restriegan
en el rostro sus más groseras limitaciones.
Cuando la gente descubre que ya tiene poco
que esperar, porque al señor se le acabaron muy pronto las ideas, se quedó sin
canicas y su único sueño se agota en el afán de supervivencia. Alcanzar la otra
orilla y de regreso a la vida privada. No dio para más.