Cd.
Victoria, Tam. – La noche del
domingo los cuatro candidatos presidenciales se declararon ganadores.
Y
lo hicieron con argumentos más o menos semejantes: “tenemos la mejor propuesta”,
“la mejor oferta política” y toda la fraseología previamente masticada, predigerida.
Por
supuesto, no siempre hay un ganador. Entre otras razones por la dificultad que
entraña cualquier valoración. Y hasta cabe pensar que los dos encuentros
televisados de la presente contienda (abril 22, mayo 20) entran en dicha
categoría.
Mire
usted, aunque a veces lo parezcan, los debates son muy distintos al boxeo. No
existe, por ejemplo, un equivalente al nocaut.
Ni
algo que se asemeje al conteo exacto de golpes, como el que realizan los jueces
con pluma y papel desde la primera fila.
De
hecho, no cabe tal aritmética, porque tampoco hay jueces. Lo que hay es
público, moderadores, observadores y toda una parafernalia de opinólogos que difícilmente
se pondrán de acuerdo.
Por
ello, en el caso de los encuentros entre candidatos, resulta algo difícil que
un diagnóstico prevalezca, al grado de lograr consenso. Aceptación general.
Ello,
salvo que se trate de una superioridad apabullante como la de JOHN F. KENNEDY
sobre RICHARD M. NIXON aquel 26 de septiembre de 1960. Caso excepcional.
Para
fines locales debiéramos preguntar qué significa ser ganador, cómo se mide y si
existen parámetros para determinar quién fue el mejor.
Claro,
hay estadística, consulta al auditorio, aunque ello no es garantía de
objetividad. En todo caso representa una suma de subjetividades. Hay mucho de
irracionalidad y sentimiento en ello.
En
particular, cuando se tienen claras simpatías por algún contendiente y estamos
dispuestos a magnificar, sobrevalorar, su más pequeño acierto.
Y
también en ocasión de antipatía franca. En tal caso, lo que se enfatiza es la
conducta errónea del contrario.
Sin
embargo, en la medida en que dicha “suma de subjetividades” acude a la urna y
se contabiliza para declarar un ganador, debemos considerarla con la seriedad necesaria.
Aunque
esto no resuelve del todo el problema, ya que las respuestas varían mucho en
función (precisamente) del sentimiento, favorable o desfavorable hacia tales y
cuales candidatos.
Incluso
la palabra “triunfo” pudiera tener un significado distinto para cada
participante.
Por
citar un caso, en el primer debate, representó un éxito para LÓPEZ OBRADOR el
control que logró sobre sus emociones, evitando sus proverbiales estallidos de
cólera.
Solo
que aquel 22 de abril no triunfó sobre sus competidores, triunfó sobre sí
mismo.
Era
indispensable el autocontrol por ser el candidato puntero, al que no le
convendría arriesgar demasiado, en aras de conservar la envidiable ventaja que
entonces y ahora tiene.
Sin
embargo, en esa misma contienda de abril ANAYA también ganó algo. No victoria
definitiva (difícil de precisar) sino utilidad neta, ventaja concreta.
El
haber logrado (por ejemplo) desplegar con amplitud sus capacidades discursivas,
luego de semanas muy oscuras en las que su esfuerzo parecía centrado en sacudirse
a la PGR.
Y
lo hizo lo suficientemente bien para ser calificado después por la propia MARGARITA
como “un buen polemista”.
Exprimera
dama que se retiró en la víspera del segundo encuentro verificado en Tijuana.
Recinto
universitario donde los anfitriones fueron YURIRIA SIERRA y LEÓN KRAUZE. Dos
conductores en lugar de tres, para cuatro contendientes en vez de cinco, AMLO,
ANAYA, MEADE y RODRÍGUEZ.
En
la víspera RICARDO ANAYA había difundido un video donde aparece pegándole a una
perilla de techo, concentrado en la maniobra, pero con lentitud de novato.
El
candidato gira la cabeza para sonreír a la cámara y levantar la “V” de la victoria,
anunciando su esfuerzo por pulir, precisar, focalizar su metralla discursiva contra
el escurridizo AMLO.
En
el primer debate ANDRÉS MANUEL había hecho efectiva la consigna de conservar la
cabeza fría mediante una prudente distancia hacia los lancetazos de sus antagonistas.
Si
de algo sirve la experiencia, para este segundo programa en Tijuana, tanto RICARDO,
como JOSÉ ANTONIO y el propio JAIME habían tomado nota de dicha táctica
escapista instrumentada por LÓPEZ OBRADOR.
Estaban
conscientes de la maniobra estilo avestruz. Esquivar los asuntos difíciles,
derivar la conversación hacia temas aledaños, rehuir aquellos puntos candentes
para los cuáles no tiene respuesta válida. Evitar a toda costa los callejones
sin salida.
Y
una constante, antes y ahora. Cuando no tuviera nada que decir, recurrir a su
colección de coartadas y frases hechas para toda ocasión.
Sin
importar sobre cuál asunto le inquieran, siempre tendrá a la mano cartabones
como la mafia del poder, la corrupción del PRIAN y el argumento de que le pueden
llamar “peje” pero “no lagarto”.
También
sus tres normas de conducta, “no mentir, no robar, no traicionar”.
Sin
olvidar que la purificación de la clase política vendrá por ósmosis, por
contagio, en automático, a partir de que el presidente de la República sea
honesto. De la cumbre a la base de la pirámide.
De
todo eso y más carga en su morral. Son algo parecido a “mantras” que el hombre memoriza
y repite, como letanías. Fórmulas mágicas que esta vez, en Tijuana, no lo protegieron
del todo, algo falló.
Crecidos
ANAYA, MEADE y RODRÍGUEZ, lo encararon con mayor puntería. El candidato de
MORENA había mostrado sus cartas en el debate anterior. Esta vez lo midieron.
Ahora
lo acorralaron y por ello no tuvo más recurso que retomar esa malhadada
costumbre de insultar (“canallita”), descalificar (“fifí”) o recurrir al viejo
chiste de cambiar la cartera del bolsillo, llamando (entre líneas) “ladrón” a
quien se acerque.
¿Hay
ganador?... En plural, tal vez. Se diría que avanzó PEPE TOÑO MEADE, porque la
política exterior es un tema que maneja con soltura, fue canciller.
Pero,
sobre todo, se consolidó RICARDO ANAYA como el único adversario fuerte de LÓPEZ
OBRADOR, muy por encima de MEADE.
Las
encuestas que vienen podrían dar cierta luz sobre el tamaño de la pérdida, cuánta
es la merma sufrida por AMLO en este segundo debate. De seguro, la hubo.
Pero
no creo que mucha, porque su voto duro no reposa en la razón, ni en la
convicción, sino en algo parecido a la devoción religiosa. Atavismos tan
arraigados no cambian fácilmente.
Y,
bueno, quien pareció llegar al límite fue el BRONCO. Ignorante, brutal,
autoritario, no acredita autoridad moral, profesional, ni intelectual, para
gobernar siquiera Nuevo León. Muy apenas le alcanza para alcalde de Villa
García.
Pena
ajena, la que produce JAIME RODRÍGUEZ. Tanta que hoy empieza a cobrar forma la inquietud
ciudadana en favor de su pronto retiro. Participante apestado, la gente no lo
quiere en el tercer debate.
Que
regrese por dónde vino.