Cd.
Victoria, Tam.- Gane quien gane la elección del
2018, su principal desafío en materia de seguridad será el recuperar de manera
plena el monopolio de la violencia, cualidad central del Estado moderno.
Prerrogativa asumida por los gobiernos como
respuesta al caos social y en reemplazo al ejercicio de la justicia por propia
mano.
De ahí el complejo tinglado de instituciones
y leyes, ministerios públicos, jueces, magistrados y ministerios de justicia,
corporaciones civiles y castrenses.
Se dice fácil pero dicho estatus se
encuentra hoy en entredicho, tras el estallido criminal que empezó a gestarse
en los años noventa. Esto es algo ya comentado aquí.
La erupción social escalaría luego en la
primera década de este siglo para extenderse como llamarada en todo el
territorio nacional a partir del 2010.
En la época de nuestros abuelos nadie
dudaba que las instituciones tuvieran el control firme de la seguridad
nacional.
Dicha fuerza permitió a los gobiernos
solventar con éxito las amenazas guerrilleras en el sur (las de verdad, no la
pantomima de MARCOS).
Hasta finales del siglo 20, el narcotráfico
operó con exitosa discreción, sin reclutar sicarios, atendido por una élite de capos
que operaron sobre límites geográficos bien definidos.
Para cuidar a los jefes y custodiar el
trasiego de drogas se bastaban y sobraban grupos pequeños de pistoleros
(expolicías, la mayoría) cuya prosperidad inyectaba recursos a la economía
legal sin amenazarla, ni dañarla.
El acuerdo tácito, sordo, entre líneas,
imitó al modelo americano donde el cuantioso negocio de los narcóticos opera
desde la penumbra, sin afectar a la economía formal.
EL
DESGASTE
También he comentado antes en esta columna que
este fue el modelo que siguió México durante el siglo 20, mientras el estado
postrevolucionario fue capaz de proporcionar los mínimos de bienestar social.
La crisis del modelo benefactor (LEA, JLP)
y las purgas neoliberales (MMH, CSG, EZPL) impactarán también al mundo de
abajo, la delincuencia organizada.
La congelación del salario y la caída
drástica en el poder adquisitivo de los trabajadores, habrán de catapultar a
millares de jóvenes sin esperanza hacia la actividad ilegal.
Los mismos cárteles de la droga empiezan a ver
con inquietud la irrupción de esa delincuencia emergente representada por el
narcotráfico hormiga y el pandillerismo horizontal.
La situación empeora cuando VICENTE FOX (de
manera brutal, pagando acaso favores de campaña) permite la invasión de
territorios y la ruptura de fronteras que tenían medio siglo funcionando en relativa
paz.
Los cárteles se ven obligados a contratar
masivamente sicarios. Primero a soldados de élite, después a miembros del bajo
ejército y luego a muchedumbres de jóvenes marginados.
LA FRACTURA
Se rompe así el privilegio de la fuerza que
por años había detentado el Estado mexicano, desde que la Revolución se bajó
del caballo.
Con CALDERÓN no mejoraron las cosas. Su
obsesión por demostrar hombría lo llevará a profundizar la guerra en todas las trincheras.
Con éxitos sonados (en efecto) tras la
treintena de capos detenidos o abatidos. Pero efectos desastrosos pues, ante la
ausencia de jefes, las bandas se fraccionaron en centenares de pandillas
tribales que tomaron por rehén a la población.
Milicias irregulares le disputan hoy al
gobierno el control de regiones y comarcas, unas veces mediante la
confrontación directa, en otras, volviendo cómplices a sus mandos.
El sociólogo alemán MAX WEBER, a quien
debemos el referido concepto del “monopolio de la violencia”, solía mencionar a
la Europa feudal como ejemplo del caos que era indispensable evitar. El de las
guerras privadas.
Entre la pobreza extrema y la corrupción oficial,
de alguna manera estamos volviendo a eso. A la ley de la selva.