miércoles, 26 de septiembre de 2018

Demencia organizada


Cd. Victoria, Tam. Existe, sin duda, un conflicto sentimental entre quienes aman a EDUARDO GALEANO (“Las venas abiertas de América Latina”) pero odian encarecidamente el futbol.
El desaparecido escritor uruguayo (1940-2015) cultivó una fascinación casi metafísica por el deporte de las patadas, el de los 22 hombres que se disputan una pelotita con ferocidad militar.
En su amplia bibliografía que supera los 45 títulos publicados, al menos dos de sus libros están consagrados al tema: “Su majestad el fútbol” (1968) y “El fútbol a sol y sombra” (1995).
El mismo GALEANO estaba consciente de las malquerencias que encuentra esta disciplina entre la gente pensante, el desdén del mundillo académico, artístico, literario.
Y lo expresaba con un aire socrático, pregunta y respuesta:
- “¿En qué se parece el fútbol a Dios?”
- “En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.”
No obstante, practicantes y aficionados estarían de acuerdo con esa otra frase suya:
- “El gol es el orgasmo del fútbol”.
En aras del sano equilibrio, el propio EDUARDO se encargaría de hacer un recuento de todas las diatribas que sabios y eruditos de la más diversa idiosincrasia, han lanzado contra esta práctica y su existencia misma.
Pan y circo, idolatría de la pelota, opio de los públicos, imposición capitalista que castra a las masas, mediatiza y desvía su energía revolucionaria.
Triunfo del instinto animal a costa de la razón humana, distracción para una plebe que piensa con los pies, donde los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
Y recuerda, puntual, la burla de RUDYARD KIPLING, cuando ya en las postrimerías del siglo XIX hablaba de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.
Aunque también recupera los elogios de ANTONIO GRAMSCI, al definirlo como “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre.”
Ciertamente, GALEANO exploró todas las repercusiones sociales y económicas de este deporte donde “la cancha es un embudo y en la boca está el área”.
Competencia cuya autoridad central, el árbitro “es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera.”
Ello, aunque el centro de su atención (nudo de su pasmo, quid de su mayor asombro) sería la relación íntima, mística, dialéctica, entre el futbolista y la pelota.

OPERACIÓN ADRENALINA
Y, bueno, muchas ideas de este corte nos llegan hoy a la memoria, invaden charlas de oficina, cuando nos enteramos de la atroz reyerta colectiva vivida entre partidarios de los dos equipos regiomontanos, el domingo pasado, Tigres y Rayados.
Episodio sangriento donde los segundos parecieron ratificar su viejo apodo de “la pandilla”, aunque observaciones imparciales distribuyen a partes iguales la responsabilidad del tumulto.
Paradoja que llega sin buscarla. La noticia mundial ocurrió afuera del estadio, la batalla campal entre porristas y la golpiza brutal (vejación incluida) contra un incha felino. En la cancha, un mediocre empate a ceros.
Nada que antes no hayamos visto en geografías deportivas tan distantes y distintas como la europea, donde se rinde culto al Spartak de Moscú, el Ajax de Ámsterdam, el Partizán de Belgrado y el Panathinaikos de Atenas.
Hinchadas, ultras, barras bravas, hooligans, ejércitos irregulares con un margen amplio de participación espontánea para convertir cada partido en un infierno.
Esos pleitos que hace tres o cuatro generaciones se libraban a puñetazos y hoy incluyen palos, piedras y bombas pestilentes.
Hogueras callejeras, actos vandálicos, demencia organizada con abundante alcohol, cuyos devotos se suman por centenares para retar abiertamente a los policías antimotines con un gozo cercano a la adrenalina de una pamplonada.
Fuerzas telúricas que, por igual, han escalado en Latinoamérica hasta convertirse en una tradición brutal junto al Botafogo de Brasil, River Plate de Argentina, Peñarol de Uruguay.
Más lo que ya sabemos del futbol mexicano: Tigres, Águilas, Chivas, Pumas, Tuzos…
A lo que ahora se suma el mundo árabe donde la fanaticada egipcia, saudita, turca, parece estar trasladando los métodos de la guerra santa a los estadios.
En defensa del soccer, necesario es registrar eventos semejantes que son también práctica regular en estadios de beisbol, hockey sobre hielo o futbol americano. La rivalidad en las canchas que encuentra su par en la rivalidad callejera.

PROPAGANDA BÉLICA
En las cavilaciones referidas arriba, EDUARDO GALEANO se hace eco de una vieja máxima antropológica que supone a la competencia deportiva como un sucedáneo pacífico y muy necesario de la guerra.
En palabras del autor uruguayo: “fútbol, ritual sublimación de la guerra, once hombres de pantalón corto son la espada del barrio, la ciudad o la nación.”
Aquí es donde encajaría la responsabilidad de empresarios, propietarios de clubes y toda su parafernalia de socios, patrocinadores, publicistas y medios que han convertido el deporte de masas en un gigantesco negocio común.
Es cierto, la disputa en las canchas (no de ahora, desde hace un siglo) puede dejar atrás su condición de guerra sublimada para adquirir dimensiones de gresca verdadera, con todos los elementos de un combate: pólvora, sangre, muertos, golpeados, arrestos al por mayor.
Aunque nadie debe olvidar el papel fundamental que juegan quienes ofertan este producto, los que cobran la taquilla y el patrocinio en las transmisiones.
¿Estás vendiendo una guerra?, eso vas a encontrar, tarde o temprano, afuera y adentro de la cancha. ¿Le imprimes ese ánimo a las barras que tu club financia?, con dicha inclinación llegarán al estadio.
Los conductores mismos, antes, durante y después del partido, no escatiman en palabrería bélica: “choque en la cumbre”, cuando identifican un triunfo con verbos como “aplastar”, “destrozar”, “apalear”, “hacer papilla”.
Toda la nobleza, pues, que puede brindarnos una disciplina deportiva, se esfuma cuando sus regenteadores y publicistas impregnan el espectáculo con un espíritu de circo romano. Ganancia rápida en efecto, pero a un costo infame.