viernes, 21 de febrero de 2014

Custodios, vigilantes

Cd. Victoria.- Con agudeza recuerda don GABRIEL ZAID que el multicitado dicho atribuido al clásico latino JUVENAL (“¿Quién vigila al vigilante?”) aún siendo útil para criticar a la autoridad, tuvo un origen doméstico.
Se trata de un poema misógino (Sátira VI) escrito en el siglo primero de nuestra era sobre la recurrente infidelidad de las mujeres, lo cuál sucedería (subraya) aún con llave y custodio.
De ahí la pregunta: “Quis custodiet ipsos custodes?”
La verdad, aunque JUVENAL no lo haya imaginado así (y aún a descargo de la aclaración hecha por ZAID) la interpretación actual y más conocida de su aforismo resulta válida y muy necesaria.
Otorgamos poder (autoridad, mando, atribuciones, recursos, facultades) a cierta gente para que vigile la aplicación de reglamentos y leyes.
Ello, aunque a menudo quede pendiente el saber cómo hará el ciudadano (y la autoridad superior misma) para cerciorarse de que dicha custodia se cumpla al pié de la letra, con rigor, sin excepciones, en tiempo y forma.

LA VÍA CIRCULAR
Y esto aplica a vigilantes de todos los órdenes, desde policías en los tres niveles (empezando por el más modesto velador de barrio) hasta elementos castrenses, celadores, aduanales, inspectores de alcoholes y de salud, inspectores de PROFECO y demás.
Ellos vigilan: ¿A ellos quien?
Los chicos de la Federal o la Estatal Acreditable acaso respondan muy orondos que ellos se ciñen al control de una oficina especial responsable de “asuntos internos”, policía de la policía.
Muy bien, aunque la canija duda subsiste: ¿Y a los nenes de “asuntos internos” quien lo vigila?
Acaso en algún momento la pinza deba cerrarse, como en el juego aquel en tres fases que acostumbran (entre otros) los boy-scouts: (1) el papel envuelve y somete a la piedra, (2) la cuál hace mella y vence a la tijera, (3) misma que corta, por facultad expresa, al papel.
El ejemplo lúdico ilustraría esta óptica donde nadie se salva de un contrapoder que, al superarlo, lo limita.
Lo cuál nos lleva a ese modelo trinitario de las democracias modernas donde los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial actúan por separado y con grado suficiente de autonomía, mientras se custodian mutuamente, al menos en le letra.
Y a todos ellos (dichoso cuarto poder) los vigilaría la prensa.
Palabreja que viene del verbo prensar, el cuál define la acción de aquellas pesadas máquinas que al comprimir las planchas embadurnadas de tinta sobre el papel dan por resultado la noticia impresa.
En realidad el vocablo refiere al concepto de la noticia, la información que (demostrado está) ya no exige tinta y papel como condición “sine cuan non” para existir.
La noticia es voz en radio, añade imagen en TV y por ambas vías (ojos y oídos) circula en la red cibernética, hasta las computadoras y al teléfono mismo.

ESCRUTADOR DE OFICIO
El vocabulario ayuda a distinguir entre los políticos viejos, anteriores a Internet, que le llaman “prensa” al negocio y gremio de los comunicadores, de aquellos más jóvenes que emplean la palabra “medios”.
Esto se enreda más con la precisión reciente hecha por especialistas al distinguir entre “opinión pública” y “opinión publicada”, donde no todo lo que se difunda tiene impacto real en el arte supremo de formar opinión.
La consecuente duda es más interesante todavía: ¿Y a los medios quien los vigila?
En los años 80s y 90s los periódicos europeos pusieron de moda las oficinas denominadas “Ombudsman del lector”, donde cierta vaca sagrada del periodismo asumiría la facultad de escuchar y dar curso a las quejas del ciudadano afectado por el abuso de alguna pluma matrera.
En el plano ideal, una sociedad abierta y equilibrada debiera estar constituida a la manera de un concierto de poderes y contrapoderes que se autolimitaran mutuamente.
Sana manera de prevenir a tiempo y contrarrestar con eficacia atropellos y conductas abusivas cometidos por cualquiera de las partes. Necesario es decirlo: estamos muy lejos de ello.
Feliz fin de semana.