Cd.
Victoria, Tam. – En tiempos de
exasperación social, no puede haber discurso cómodo ni en boca de candidatos ni
en proclamas de partidos, salvo que se quiera perder.
Con
la sensación de hartazgo que hoy en día respira la República, resulta suicida salir
a buscar el voto sin asumir de frente la injusta distribución del ingreso.
Invocar
a la confianza ciudadana, sin tener a la vista el descenso brutal en la calidad
de los servicios públicos, la crisis del modelo educativo y el desabasto en los
sistemas de salud.
La
inevitable rabia popular ante una todopoderosa delincuencia organizada que
sobrevive eficientemente a todas las promesas y planes de seguridad pública.
Esa
criminalidad que demuestra ser inmune a los rimbombantes operativos de
corporaciones civiles y castrenses, cuyo fracaso asoma a la vuelta de la
esquina.
El
siguiente fin de semana, entre vehículos quemados, enemigos mutilados y daños
colaterales a familias inocentes.
De
aquí la problemática para quienes les toque defender la causa de un partido que
se encuentre en el poder.
Los
abanderados panistas en Tamaulipas y los priístas dentro del plano nacional. Más
difícil todavía, quienes buscan reelegirse.
¿Cómo
decirle a la gente que tu propuesta es la mejor si representas a quien tiene una
responsabilidad directa en el actual estado de cosas?
A
manera de reacción inmediata, un consejo elemental apunta a señalar avances
donde los haya, festinar historias de éxito, aunque llegar a dicha conclusión
no exige mucha ciencia. Verdad de Perogrullo.
El
problema viene cuando el estrépito de las carencias ahoga con creces a la dulce
melodía de los avances.
Cuando
el reclamo popular les salta a la cara en cada colonia visitada.
Es
tiempo entonces del “plan B”, aquel truco que el viejo PRI, en sus malabares de
supervivencia, ideó como la acción de “romper para estabilizar.”
Ante
la inefectividad de la música celestial, el candidato tiene que mostrarse
crítico hacia el sistema que lo parió.
La
estructura, el gobierno y el partido que lo patrocinan.
Y
lo debe hacer, aún a costa de menoscabar sus nexos con ese poder donde, en
buena medida, descansa su posibilidad de triunfo.
Tarea
ingrata, ciertamente, porque lastima afectos cercanos, debilita amistades, vulnera
viejas lealtades, deteriora compromisos y puede provocar efectos indeseables,
acaso contrarios al propósito buscado.
Labor,
por cierto, complicadísima para hombres como JOSÉ ANTONIO MEADE que (por
principio) no puede desviar la culpa a regímenes anteriores ni responsabilizar
de los males a gobiernos de partidos distintos.
Y
la sencilla razón es que ha colaborado en los primeros planos con los últimos
cuatro, sin distingo de siglas, a saber: ZEDILLO, FOX, CALDERÓN y PEÑA NIETO.
Problema
similar enfrentan en el plano regional, los alcaldes que buscan ser ratificados
en el cargo, como los priístas de Tampico, Victoria y Matamoros, MAGDALENA
PERAZA, OSCAR ALMARAZ y CHUCHÍN DE LA GARZA.
O
los panistas de Nuevo Laredo, Reynosa y Madero, ENRIQUE RIVAS CUELLAR, MAKI
ORTIZ y ANDRÉS ZORRILLA.
Preguntas
tan sencillas como constatar si sus respectivas áreas metropolitanas son más
seguras ahora que cuando llegaron.
Si
hay menos baches, mejores vías de acceso a las colonias, el camión de la basura
pasa más puntual y el procesamiento de los desechos sólidos es más eficiente.
Eso
y saber cuanto se avanzó en pavimentación, banquetas o luminarias, ¿se tiene (ojo)
una ruta de asignación más transparente en contratos de proveedurías, obras y
servicios públicos?
¿O seguimos con las mismas mañas, acaso reforzadas por la hipocritona estrategia del disimulo, aquella útil dicotomía de los vicios privados y las virtudes públicas?
¿O seguimos con las mismas mañas, acaso reforzadas por la hipocritona estrategia del disimulo, aquella útil dicotomía de los vicios privados y las virtudes públicas?
Lo
comenté arriba, en párrafos anteriores: el estrépito de las carencias ahoga con
creces a la dulce melodía de los avances.
Pero
si resulta difícil decirles que tomen distancia crítica hacia el equipo y
partido de donde provienen, mire usted, en estos tiempos reeleccionistas,
todavía más utópico sería exigirles la autocrítica.
¿En
qué has fallado, qué te faltó por hacer, dónde quisiste y no pudiste?...
Imposibles,
no, por favor. Acaso digan que para señalar sus fallas está el pueblo, aunque (como
además añaden que ellos son el pueblo) pues todo lo ven perfecto y entonces no
hay fallas.
Pero
resulta que cualquier plan de obra se funda en un diagnóstico. ¿Cómo visualizar
lo que tienen por hacer si no saben siquiera dónde están parados, a fuerza de imponer,
desde sus respectivos círculos íntimos, una fantasía de terciopelo?
Mientras
tanto, afuera, la realidad les grita.