Cd.
Victoria, Tam. – Ya asoman las caras,
se reúnen por fin tras un año de inexplicable silencio. Entre risitas nerviosas
intercambian quejumbres los priistas tamaulipecos, escudriñan el horizonte
inmediato.
La cuestión es si los convocados tienen
realmente planes de resucitar a su partido (entendido este como sus bases,
activistas, militancia, seguidores, votantes) o solo regresan para velar por sí
mismos pensando en el 2018 y en la elección posterior, la de alcaldías y curules
locales.
Lo que debieran saber es que el PAN
tiene buen rato preparándose para ambos cotejos, las presidenciales y regionales
intermedias. Y lo hace con asambleas abiertas, no mediante conciliábulos
cupulares.
En este sentido hay un rezago
organizativo de, al menos, 20 años. Porque si la idea es promover a los mismos
rostros que ya propiciaron la derrota del 2016, pues hombre, desde ahora están
fritos.
La desventaja es incluso generacional.
Los congregados lucen edades promedio arriba de los sesenta años y algunos más,
septuagenarios ya, consumidores regulares de “Just For Men” en cabello, cejas y
bigote, teñidos del inconfundible morado verdoso.
Ello, frente a un panismo cuyo
gobernador cumple 48 el próximo septiembre y luce en su primer equipo operadores
y secretarios de gabinete que andan en la treintena.
En descargo de la gerontocracia priísta
se diría que (bajo ciertas circunstancias) la edad pudiera ser sinónimo de
sabiduría.
Pero no aplica en todos los casos. Al menos tal virtud no abunda entre quienes se reúnen en torno a la causa tricolor que hoy (por cierto) quieren revivir con más jefes que apaches.
Pero no aplica en todos los casos. Al menos tal virtud no abunda entre quienes se reúnen en torno a la causa tricolor que hoy (por cierto) quieren revivir con más jefes que apaches.
En todo caso, estarían urgidos de
liderazgos capaces de amalgamar intereses tan disímbolos y perfiles tan
diversos donde el denominador común es la ambición personal.
Por increíble que parezca, quienes hoy lucen
más fuertes son los alcaldes. No sólo por estar en posición de poder sino
porque (además) se encuentran en posibilidad de reelegirse por vez primera en
la historia.
Se diría que la fuerza del PRI
tamaulipeco hoy descansa en hombres como el matamorense CHUCHIN DE LA GARZA y
el victorense OSCAR ALMARAZ. Los únicos, por cierto, con canicas en la bolsa.
O el caso tan especial de RICARDO
GAMUNDI a quien avala la consecución de tres carros completos en plena era de
la alternancia, lo cual fue, en su momento, motivo de reconocimiento por parte
del CEN.
A lo que sería necesario añadir la
figura de ENRIQUE CÁRDENAS entre quienes conservan aún vigencia y capital
político respetable, debido no solo a los cargos ocupados sino (también) a que ha
sabido mantenerse en movimiento.
Los demás han dejado de ser activos partidistas
para devenir en pasivos lamentables. Símbolos de tiempos idos, reliquias que ahora
reaparecen entre una madeja de telarañas.
Como tablajeros ávidos en torno al
animal moribundo, sus discusiones giran en torno a quien se lleva un pedazo de
lomo, a quien le toca costillar, cadera, falda, paleta, pecho o espaldilla.
Ánimas en pena cuya operatividad estaría
en duda, hoy que el PAN tiene claro predominio en los tres poderes del estado y
una veintena de alcaldías.
Y, bueno, si no hay liderazgos en las
generaciones posteriores del PRI ello se debe a que la pandilla de tiranosaurios
les cerró el paso durante décadas.
Tampoco vemos que hagan suya alguna
causa ciudadana, reclamo social, propuesta constructiva en bien de la comunidad
tamaulipeca, obreros, campesinos, empresarios, clases populares.
Su orfandad se alarga, además, ante la
indiferencia del altiplano central. La ausencia de señales claras en la pálida
dirigencia de ENRIQUE OCHOA, la frialdad de OSORIO, el declive de VIDEGARAY.
Salvo que algo espectacular suceda, todo
conspira para un parto de los montes, al menos en Tamaulipas.