lunes, 31 de marzo de 2014

Control de multitudes

Cd. Victoria.- Razones extradeportivas atraían la atención de los más diversos sectores hacia el partido de ayer domingo, el denominado clásico mexicano, Chivas-América.
La violencia que en días anteriores sacudió al Estadio Jalisco hacía temer lo peor ante la perspectiva de un encuentro tradicionalmente disputado.
Partido al que los medios sacan jugo metódicamente, explotando una rivalidad que data de los años cincuentas.
La curiosidad tendría esta vez los ojos más puestos en la tribuna que en la cancha, en morbosa espera de una sarracina que jamás llegó.
En la víspera se dispusieron medidas extremas de seguridad con el propósito de conjurar la tragedia.
Pero algo más: el estadio Omnilife de las Chivas está construido con criterios algo diferentes al Jalisco.
Entre otras ventajas, dispone de mejores filtros a la entrada y la útil posibilidad de parcelar las tribunas para contener de mejor manera a las multitudes.

LEGISLACIÓN URGENTE
A esto habría que añadir la aprobación en la Cámara Baja de la nueva Ley General de Cultura Física y Deporte que en sus articulados aborda dicho problema.
La violencia de esas porras que ahora se llaman con otro nombre: “barras”, como en Sudamérica.
Los diputados aprobaron por mayoría aplastante un nuevo marco jurídico que contempla diversas medidas cuyo común denominador es el incremento al castigo.
Se crea la figura de un nuevo delito llamado “violencia en el deporte” para quien cause daños materiales en estadios y similares.
Se establece un padrón o lista negra de los individuos sancionados y reconocidos como violentos, para impedirles asistir a eventos deportivos hasta por cinco años, empleando para ello la base de datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Y también de castigar hasta con cuatro y medio años de prisión a los aficionados que participen en riñas, inciten o generen violencia en centros deportivos.
Habrá penas a quien introduzca al inmueble armas de fuego, explosivos o cualquier arma prohibida.
Lanzar objetos contundentes que “por sus características pongan en riesgo la salud o integridad de las personas” merecerá entre seis meses a dos años de prisión y de cinco a 30 días de salario mínimo como multa.
Y castigos más o menos equivalentes (seis meses a tres años de prisión y de 10 a 40 días de multa) para quienes ingresen sin autorización a los terrenos, agredan a personas o causen daños materiales.
Las sanciones son acumulables, incluyendo agravantes. Al castigo por lanzar un proyectil a la cancha se sumaría (en caso de ocurrir) si además causa lesiones a una persona.

PREVENIR, AÚN MEJOR
Más interesante que la imposición de penalidades resulta la disposición contemplada en la ley obligando a los tres niveles de gobierno a capacitar cuerpos policíacos en dicha materia.
Lo vimos durante el más reciente pleito en Jalisco. Ese nivel subprofesional de los agentes preventivos que intentaban sofocar un motín en las tribunas, encontrándose en franca desventaja numérica. Su linchamiento no se hizo esperar.
Y aunque necesario sea castigar los desórdenes, siempre será mejor una oportuna estrategia de seguridad que prevenga y evite estos males.
Aquí es donde llegamos al tema de las “barras”, agrupaciones de porristas que en muchos casos parecen operar como apéndices abiertos o subrepticios de las propias empresas futbolísticas.
Parecería, incluso, que el entusiasmo se exacerba en razón de su naturaleza artificial. Se les paga para ello, disque para dar calor a los encuentros.
El perfil nos dice mucho. La composición de las barras, en buena parte de los casos, es de varones jóvenes (pocas mujeres), a diferencia de la porra tradicional integrada por un público familiar.
Tanto como decir: la diferencia entre lo pagado y lo espontáneo.
¿Por qué algunos clubes otorgan espacios privilegiados a los primeros en detrimento de los segundos, a los violentos a costa de los pacíficos?
Acaso sea porque los primeros consumen más cerveza. La ruta del dinero suele sugerir la mejor respuesta.