lunes, 5 de noviembre de 2012

Cuatro años atrás


Cd. Victoria, Tam.- Cierta leyenda urbana que se maneja en los círculos del poder norteamericano dice que, por bien informado que parezca un candidato presidencial, ignora asuntos de tal profundidad que su percepción del mundo cambia sustancialmente al asumir el cargo.
Y esto sucede al conocer el estado real que guardan las finanzas en ese país y el abanico de riesgos que a diario penden sobre su seguridad nacional.
El recién llegado a la Casa Blanca sería asimismo instruido en los escenarios que en ambos campos dibujan sus expertos en prospectiva, para diez, veinte o treinta años. Previsiones a menudo preocupantes y en algunos casos de tintes apocalípticos.
El acceso a información reservada causaría, pues, tal impacto en el nuevo mandatario que se tornaría bastante más cauto, prudente y, sobre todo, más ortodoxo en su administración del poder, por más idílicas o radicales que hayan sido sus propuestas de campaña.
Cierto o no, al menos en el caso de BARACK OBAMA el electorado tiene la impresión de que su filosa crítica a los grupos de poder en Washington y las esperanzas de cambio sufrieron una merma importante cuando pasó a ocupar la silla de GEORGE BUSH.
Las ilusiones se desvanecieron desde el arranque, al momento de anunciar un gabinete dominado por personajes del viejo establishment demócrata, provenientes muchos de la administración CLINTON.
Y cuando algún reportero le preguntó en dónde habían quedado sus promesas de romper con la vieja clase política, OBAMA respondió tajante: -“¡El cambio soy yo!”
En aquel histórico martes 4 de noviembre del 2008, OBAMA derrotó de manera convincente a su contrincante republicano JOHN McCAIN.
Rompió con ello el tabú étnico que hasta ese día consideraba imposible el que Estados Unidos fuese gobernado por un afroamericano.
Ciertamente sus resultados han sido mediocres. Las tropas en Irak fueron retiradas bastante después de lo que había prometido como candidato (tres años en vez de seis meses).
La desigualdad y la falta de oportunidades no parecen haber cambiado mucho en un país donde la opulencia extrema convive ya con una franja amplia de norteamericanos pobres.
Ni siquiera a México le cumplió. Jamás llegó el tratado sobre migrantes que BARACK prometió a la población de origen hispano.
Incluso la recuperación económica que tirios y troyanos dan por un hecho, no parece venir de un buen manejo de la crisis hipotecaria heredada por BUSH, sino de los inevitables ciclos de contracción y expansión, propios del sistema capitalista.
Aún así, todo indica que este martes 6 de noviembre OBAMA podrá reelegirse, entre otras razones porque no hay una oferta mejor.
El magnate de Detroit MITT ROMNEY resultó una opción mediocre, con más recetarios de cocina que ideas propias.
Cabría aquí recordar aquellas palabras que espetó PANCHO LABASTIDA a VICENTE FOX cuando le dijo que “la reversa también es un cambio”.
En efecto, nada hay en el discurso de ROMNEY que permita al votante promedio abrigar alguna esperanza de mejoría en sus bolsillos o en su seguridad familiar.
Y aunque con OBAMA los programas de carácter redistributivo llegan a cuentagotas, hoy parece bastarles la sensación de que al menos está siendo tomada en cuenta la población de menores ingresos.
En buena medida, en Estados Unidos sigue fresca en la memoria la absurda guerra de BUSH en Irak.
Esta sería una razón más para desconfiar de un republicano de mente cuadrada como ROMNEY que en política exterior tendría la mano muy cerca del gatillo.
Hace cuatro años, los demócratas celebraban su triunfo la noche en que el gobierno mexicano confirmaba el trágico deceso del Secretario de Gobernación JUAN CAMILO MOURIÑO.
Contrastante experiencia informativa, de júbilo al norte y luto al sur del río Bravo.
Acaso la historia de la pasada elección mexicana fuera otra si en lugar de JOSEFINA VAZQUEZ MOTA, la nominación hubiese recaído en MOURIÑO.
Desde luego son especulaciones. De cierto jamás lo sabremos.