Cd. Victoria, Tam.- Cierta leyenda urbana que se maneja en los círculos del
poder norteamericano dice que, por bien informado que parezca un candidato
presidencial, ignora asuntos de tal profundidad que su percepción del mundo
cambia sustancialmente al asumir el cargo.
Y
esto sucede al conocer el estado real que guardan las finanzas en ese país y el
abanico de riesgos que a diario penden sobre su seguridad nacional.
El
recién llegado a la Casa Blanca sería asimismo instruido en los escenarios que
en ambos campos dibujan sus expertos en prospectiva, para diez, veinte o
treinta años. Previsiones a menudo preocupantes y en algunos casos de tintes
apocalípticos.
El
acceso a información reservada causaría, pues, tal impacto en el nuevo
mandatario que se tornaría bastante más cauto, prudente y, sobre todo, más
ortodoxo en su administración del poder, por más idílicas o radicales que hayan
sido sus propuestas de campaña.
Cierto
o no, al menos en el caso de BARACK OBAMA el electorado tiene la impresión de
que su filosa crítica a los grupos de poder en Washington y las esperanzas de
cambio sufrieron una merma importante cuando pasó a ocupar la silla de GEORGE
BUSH.
Las
ilusiones se desvanecieron desde el arranque, al momento de anunciar un
gabinete dominado por personajes del viejo establishment demócrata,
provenientes muchos de la administración CLINTON.
Y
cuando algún reportero le preguntó en dónde habían quedado sus promesas de
romper con la vieja clase política, OBAMA respondió tajante: -“¡El cambio soy
yo!”
En
aquel histórico martes 4 de noviembre del 2008, OBAMA derrotó de manera
convincente a su contrincante republicano JOHN McCAIN.
Rompió
con ello el tabú étnico que hasta ese día consideraba imposible el que Estados
Unidos fuese gobernado por un afroamericano.
Ciertamente
sus resultados han sido mediocres. Las tropas en Irak fueron retiradas bastante
después de lo que había prometido como candidato (tres años en vez de seis
meses).
La
desigualdad y la falta de oportunidades no parecen haber cambiado mucho en un
país donde la opulencia extrema convive ya con una franja amplia de norteamericanos
pobres.
Ni
siquiera a México le cumplió. Jamás llegó el tratado sobre migrantes que BARACK
prometió a la población de origen hispano.
Incluso
la recuperación económica que tirios y troyanos dan por un hecho, no parece venir
de un buen manejo de la crisis hipotecaria heredada por BUSH, sino de los
inevitables ciclos de contracción y expansión, propios del sistema capitalista.
Aún
así, todo indica que este martes 6 de noviembre OBAMA podrá reelegirse, entre
otras razones porque no hay una oferta mejor.
El
magnate de Detroit MITT ROMNEY resultó una opción mediocre, con más recetarios
de cocina que ideas propias.
Cabría
aquí recordar aquellas palabras que espetó PANCHO LABASTIDA a VICENTE FOX
cuando le dijo que “la reversa también es un cambio”.
En
efecto, nada hay en el discurso de ROMNEY que permita al votante promedio
abrigar alguna esperanza de mejoría en sus bolsillos o en su seguridad
familiar.
Y
aunque con OBAMA los programas de carácter redistributivo llegan a cuentagotas,
hoy parece bastarles la sensación de que al menos está siendo tomada en cuenta
la población de menores ingresos.
En
buena medida, en Estados Unidos sigue fresca en la memoria la absurda guerra de
BUSH en Irak.
Esta
sería una razón más para desconfiar de un republicano de mente cuadrada como
ROMNEY que en política exterior tendría la mano muy cerca del gatillo.
Hace
cuatro años, los demócratas celebraban su triunfo la noche en que el gobierno
mexicano confirmaba el trágico deceso del Secretario de Gobernación JUAN CAMILO
MOURIÑO.
Contrastante
experiencia informativa, de júbilo al norte y luto al sur del río Bravo.
Acaso
la historia de la pasada elección mexicana fuera otra si en lugar de JOSEFINA
VAZQUEZ MOTA, la nominación hubiese recaído en MOURIÑO.
Desde
luego son especulaciones. De cierto jamás lo sabremos.