Cd.
Victoria.- En el asunto del avión presidencial, hay un subtema del
que muy poco se habla aunque es relevante y grave.
El avión fue
alterado sensiblemente para adaptarlo a los caprichos de ENRIQUE PEÑA NIETO y su
poco republicana manía por el lujo, la comodidad, la dulce vida.
La ficha
básica del modelo Boeing 787 Dreamliner nos dice que es un transporte de
pasajeros de tamaño medio, fuselaje ancho, doble pasillo y capacidad variable
entre 200 y 323 pasajeros, según el modelo.
Entre el alud
de información que hoy circula (no siempre cierta, a menudo contradictoria) el
caso que nos ocupa tendría una capacidad inicial para 200 personas.
Todo un
transporte colectivo al que le fueron removidos 120 asientos para volverlo de
80. Lo cual significa espacios muy amplios entre filas y butacas.
Pero también
áreas libres con suficiente margen de maniobra para añadir una alcoba
matrimonial (cama King Size), un baño completo que compite en dimensiones con
el de cualquier residencia en tierra.
Amplio closet
con puertas de espejo, cajoneras, gran cocina, estancias secundarias, salitas
de espera y, por todos lados, televisores de plasma, unos más grandes que otros.
A propósito de
su valor, se manejan varias estimaciones, entre los 218 MDD iniciales
anunciados en 2012 por el gobierno de FELIPE CALDERÓN, hasta la cotización
actual que maneja AMLO, de 130 MDD, ya con siete años de vida.
Sin embargo,
cualquiera que haya vendido un auto, casa, terreno o hasta una joya, sabe que el
valor puede variar bastante según la demanda del momento. Eso que llaman
“apetito de mercado.”
Escuchamos
entonces el argumento típico, a manera de pregunta sin respuesta, con sus
respectivos puntos suspensivos: -“Pues sí, vale dicha cantidad, pero ¿quién te
los da?...”
PRODUCTO
DEVALUADO
El problema de
la aeronave mexicana es que al ser alterada para satisfacer el gusto específico
de la familia presidencial (eso que en español llaman personalizar y en inglés,
customize) perdió valor de mercado.
Vaya paradoja,
los añadidos significaron un gasto extra, pero le restaron atractivo de venta y,
con ello, lo devaluaron.
Si usted saca
un auto de la agencia, lo pinta de rayas, lo llena de calcomanías, e añade
asientos de peluche, claxon de autobús y unos foquitos muy lindos sobre la
consola, sin duda estará incrementando su costo, gastando más.
Pero
definitivamente le resta viabilidad comercial. Se dificultará venderlo.
De ahí el
precio de remate que (para dolor de los mexicanos) está adquiriendo esta
operación.
Amén de lo que
ya hemos dicho. Por buena que sea su intención, AMLO no hizo caso de las advertencias
sobre la dificultad que entraña el vender una propiedad (mueble o inmueble)
cuando todavía no se acaba de pagar.
El eventual
cliente está comprando deuda. Paga por la operación y sigue debiendo.
Incluso si una
aerolínea lo quisiera adquirir, de entrada tendría que meterle mano para
reponer las características originales que permitan su explotación comercial.
Los 200 (o
más) asientos que venían de fábrica, echando afuera las instalaciones de tipo
residencial que convirtieron la nave en un motel con alas.
Incluyendo el
amplio colchón donde PEÑA NIETO y compañía vivieron sus sueños de gloria (no en
balde, el modelo se llama Dreamliner).
De aquí el
concepto de daño patrimonial. El mismo PEÑA NIETO, en un momento de lucidez, cuando
encabezó la ceremonia del primer vuelo, dijo que el avión “no es del
presidente, es del estado mexicano.”
En efecto, si vives
en casa ajena, lo más probable es que el dueño te pida que no hagas arreglos
sin avisarle. La razón es muy clara, la vivienda es suya, no tuya.
Baste imaginar
qué sucedería si le tumbas una recámara para poner un jacuzzi o desprendes la
fachaleta para pintar sus muros amarillo fosfo.
Habrá que
entender a PEÑA. Jamás pasó por su cabecita que tan caro juguete sería vendido
en la administración siguiente.
Le importó más
vivir el instante y lo gozó intensamente bajo ese ánimo despreocupado que la
historia atribuye a LUIS XV. Después de mí, el diluvio.
MIREN, VENGAN,
JUZGUEN…
Y, bueno,
haciendo gala de su agudo sentido de la oportunidad, ANDRÉS MANUEL anunció que
abrirá al público el multicitado avión, ahora que está de regreso (como antes
lo hizo con Los Pinos).
A partir de
esta semana, filas interminables habrán de saciar su morbo y reforzar de paso los
niveles de aprobación hacia la austeridad republicana encarnada en el propio
AMLO.
Genial golpe
propagandístico. Oiga usted, en diciembre de 2018, los primeros visitantes de
Los Pinos solían decir cosas como “órale, cuánto se gastaban, aquí dormían, acá
comían, por allá se bañaban, zurraban…”
Igual habrán
de trepar a la aeronave para dar continuidad a dicho género de fisgoneo, entre
moralista y chusco. Condena ética que no excluye el escarnio, hasta donde la fantasía
mexicana lo permita.
Felicidad cara
y ajena. Los banquetes de amor entre las nubes, langosta y champagne, esa magna
sensación de impunidad que viene del ubicarse varios miles de metros por encima
de los simples mortales, olvidando acaso que todo lo que sube baja.
Y hasta es
probable que la gente haga a un lado (relegue, minimice) la pésima estrategia
de venta implementada por el gobierno obradorista.
El fracaso de
su exhibición en California, el gasto inútil en renta, en mantenimiento y hasta
la ocurrencia de rifarlo en cachitos o venderlo en pedazos.
Tan solo de
ver al monstruo por dentro, el estupor ante la vida palaciega de EPN reforzará los
argumentos de LÓPEZ OBRADOR.
Hay tema para
chistes de oficina y pláticas de sobremesa, todo ello al grito de: -“Mira nomás
lo que hacían con nuestros impuestos”.
Habrá fotos,
videos, detalles que hoy todavía se nos escapan. Esos anecdotarios que llaman al
escándalo, sin ocultar la fascinación y, por momentos, la más pedestre envidia.
Todo ello, mientras
el país se debate en una espiral de violencia interminable y el Congreso
estudia una reforma judicial cuyo primer boceto se antoja reñido con las más
elementales libertades ciudadanas.