lunes, 12 de diciembre de 2016

La Joya, performance

Cd. Victoria.- No creo en la existencia de cortinas de humo montadas desde la cúpula, aunque sí en sahumerios autoinfligidos.
No creo que la gente necesite maniobras distractivas para olvidar lo importante. El cultivo de quimeras es deporte nacional y se autorreplica por oficio al paso de las generaciones.
En este sentido, la quinceañera potosina que es hoy relato viral en redes, está muy lejos de ser un “invento del sistema” para distraernos mientras los legisladores cobran aguinaldos fantásticos.
Es un caso genuino de chifladura colectiva.
Cursi y atávica, nuestra cultura popular da para eso y mucho más. Por ello hemos hecho candidatos a boxeadores, cantantes, cómicos y futbolistas.
Hace mucho que perdimos la capacidad para distinguir el mundo real del imaginario. Pensamos que si algo funciona en la pantalla, también debe operar con eficacia en el mundo cotidiano.
A falta de realidades más satisfactorias, la gente gusta de comprar ilusiones.
Desde promesas electorales hasta sueños futboleros de campeonato mundial, telecomedias, reality-shows, héroes del ring que defienden a golpes la honra nacional.

SIN NOTICIA
La localidad se llama La Joya, tiene 130 habitantes, medio centenar de casas y carece de agua potable, no hay hospital, las calles son de terracería.
Pertenece al municipio de Guadalupe, en el altiplano seco potosino, ocho policías cuidan el orden. El hotel más cercano (en la cabecera) es de cuatro habitaciones.
Nada tiene de especial el asunto y esta constituye su particularidad más acusada. La noticia es que no hay noticia y solo así (como paradoja) es digna de atención.
Historia mínima, RUBÍ IBARRA cumple 15 años. Junto a una madre de mirada redonda y dulce, el padre con barba de candado, camisa y sombrero TexMex, invita a sus amigos en un video donde informa lo básico. Lugar, día, hora y la participación de grupos musicales. Punto.
Así de parco es su caso. Lo demás es imaginación colectiva, sedimento acumulado que finca la leyenda, inspira corridos, justifica entrevistas y hasta cobertura de la TV hispana en EEUU.
No estamos ante un ejemplo de discapacidad tipo Teletón, ni una tragedia familiar que convoque al llanto, ni un record propio de Guinness, ni un perfil heroico que amerite el aplauso colectivo.
Tampoco es una historia de superación personal digna de ser consignada en libros, ni exhibe la niña cualidad alguna que la haga distinta a millares de su clase.
Otro sinsentido, el que RUBÍ se convierta en fenómeno de redes desde un solitario punto del mapa donde, por cierto, no hay Internet.

LOS EFECTOS
Bastante más real el temor de las autoridades locales ante el alud de curiosos que saturen carreteras y se conviertan en problema para un caserío pequeñito que no tiene agua ni excusados suficientes, ni comida, ni capacidad para brindar atención a tanta gente.
A dos semanas del evento, un comunicado conjunto de Protección Civil, SEDENA, Policía Federal, Policía Estatal, Bomberos, Cruz Roja, anunció la instauración de un protocolo de seguridad en la zona.
Ello, para administrar una marea humana que no necesita del millón y medio presumido en las redes. Con mil que vayan serán suficiente bronca.
¿Qué van a ver los centenares de asistentes?... Ante un suceso tan huérfano de comedia como de tragedia, cabe pensar que la gente asiste para verse a sí misma.
Es un conglomerado sui géneris, como aquellos performances y happenings que cobraron fama en Inglaterra y Estados Unidos en los años 50s y 60s.
Manifestación colectiva y multidisciplinaria donde no hay distingo entre público y artistas. Ahí donde, temporalmente, el espectador ha dejado de ser sujeto pasivo para convertirse en operador de su propia fantasía. Mexicanos ante el espejo, en efecto.