Cd.
Victoria.- La persecución mediática contra
exfuncionarios real o presuntamente corruptos está convertida, al cierre del
2016, en espectáculo de alto rating, aunque impregnado por la impotencia, la aflicción,
la desesperanza.
Desde luego, importa hoy investigar,
detectar desvíos, fraudes, identificar responsabilidades y, en consecuencia,
recuperar los recursos sustraídos. Sancionar y castigar.
Pero, mire usted, convocando a la
memoria, el ajuste de cuentas contra personajes del pasado inmediato cumple por
estos días cuarenta años.
El primero de diciembre de 1976 (hace
cuatro décadas) un mandatario de nombre JOSÉ LÓPEZ PORTILLO (JLP) llegó
pidiendo perdón a los pobres y prometiendo un ejercicio honesto de la función
pública.
En los meses siguientes abrió proceso y
metió en la cárcel a figuras del pasado echeverriísta: EUGENIO MÉNDEZ DOCURRO,
FAUSTO CANTÚ y similares.
Pero ello jamás desanimó la hambruna del
dinero fácil (rápido y en montones) que secularmente excita a nuestra clase
política.
El gobierno de JLP sería a la postre un
ejemplo de rapacidad extrema, que concluyó cargando a cuestas la bancarrota
nacional y también un desprestigio personal que le endilgaba públicamente el
apodo de “JOSÉ el saqueador.”
Enjaular a sus antecesores no curó el mal
endémico de la deshonestidad. Parecería, incluso, que lo agravó.
IGUAL
RECETA
El siguiente mandatario MIGUEL DE LA
MADID (1982) llegó más lejos todavía. Fue el primero en tocar a la familia
presidencial, al auditar a los hermanos MARTÍNEZ VARA, sobrinos de JLP.
Más sonado fue el encarcelamiento de dos
amigos cercanísimos: el extitular de Pemex JORGE DÍAZ SERRANO y el exdirector
de la policía capitalina ARTURO DURAZO.
Ambos fueron denunciados, capturados, consignados,
sentenciados y purgaron condena.
La noticia es que la corrupción siguió.
El presidente posterior CARLOS SALINAS (1988) emprendió desde su llegada una
persecución brutal contra funcionarios de mediano nivel en la banca estatizada
y encarceló a los sindicalistas de Madero: HERNÁNDEZ GALICIA, BARRAGÁN y SOSA,
entre otros.
También derribó al dirigente magisterial
CARLOS JONGUITUD y lo reemplazó por su amiga ELBA ESTHER GORDILLO (peor el
remedio que la enfermedad).
A la postre, el régimen de SALINAS naufragó
en una crisis devaluatoria brutal, una nueva espiral inflacionaria y la
consabida fuga de capitales.
Era 1994, el año que mataron a COLOSIO y RUIZ
MASSIEU, arribaba entonces ERNESTO ZEDILLO.
De nueva cuenta los mexicanos ven llegar
a un mandatario con el hacha en la mano y una lista de candidatos al patíbulo.
El primero, RAUL SALINAS, hermano de su
antecesor, al que acusarían no solo de matar a RUIZ MASSIEU sino de cuantiosos
peculados. Cuentas en dólares, cientos de millones que (según sospecha) pertenecían
a su hermano CARLOS.
OTRAS
GUERRAS
Detalle curioso, los casos más sonados de
persecuciones y ajustes de cuentas entre la clase política han ocurrido entre
priístas.
Los posteriores mandatarios de la
alternancia (VICENTE FOX, FELIPE CALDERÓN) dejaron por la paz a los
exfuncionarios corruptos para centrar sus baterías en los príncipes del
narcotráfico.
El mayor éxito en esta tarea fue para
CALDERÓN. Al menos una treintena de capos famosos caerían arrestados durante su
gobierno o murieron en combate.
La paradoja mayor es que ni las cacerías
de ladrones emprendidas por el PRI contra sus mismos hijos, ni las guerras del
PAN contra la delincuencia organizada han acabado con las lacras que dijeron perseguir.
La corrupción está ahí, la criminalidad
también, como prácticas extendidas, crecientes y exitosas.
Árboles, ambos, que ni lejanamente fueron
arrancados de raíz. Fortalecidos, sin duda, por la poda, son ejemplo claro de
nuestras batallas perdidas.