Cd.
Victoria.- Con 16 años a cuestas en campaña abierta
tras la Presidencia, el señor LÓPEZ OBRADOR viene de nuevo a Tamaulipas este
fin de semana, itinerario que incluye Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros y
Victoria.
Preguntando y respondiendo, ¿por qué
candidato, por qué automático, por qué en campaña y por qué 16 años?
Como jefe absoluto de MORENA, resulta
ingenuo ubicar al tabasqueño en los términos tradicionales que hoy se emplean
para señalar a sus adversarios de otros partidos.
Es mucho más que un aspirante, más que un
precandidato y muy distinto a cualquier prospecto. Estos términos son útiles
para describir los casos de MIGUEL ANGEL OSORIO, MARGARITA ZAVALA, RAFAEL
MORENO, ERUVIEL ÁVILA y RICARDO ANAYA.
Pero definitivamente no aplican en el
caso de AMLO, porque la suya es una candidatura consumada, sin competidor
interno a la vista, no está en litigio.
Puesto que MORENA tiene registro
definitivo y está asegurada su participación en la contienda de 2018, la
nominación ocurrirá en automático, de mero trámite.
Y digo que AMLO está en campaña porque el
mensaje que hoy lleva por todo el país no corresponde ni lejanamente al de un
dirigente ocupado en menesteres organizativos.
Estamos ante el recorrido proselitista de
una figura que (a destiempo, en desacato a leyes vigentes) busca posicionarse
en función del voto.
En cuanto al número de años que lleva en
este propósito de manera continua, su carrera tras la silla presidencial empezó
prácticamente el 5 de diciembre del 2000, al asumir la jefatura del Distrito
Federal.
Desde entonces, toda la maquinaria a su
servicio trabajó para proyectarlo hacia Los Pinos, en 2006, luego al 2012 y hoy
para 2018.
Y, bueno, que siga desatado en etapa
no-electoral y en franca burla a la normatividad del INE, puede leerse como un
síntoma de debilidad institucional.
Parecería que los señores consejeros
tuvieran miedo a sus reacciones, esos desplantes furibundos que bañan de azufre
a sus críticos.
¿CORRUPCIÓN?
Mención aparte merece su recurrencia al
tema de la corrupción como milagroso filón de dinero con el cuál financiaría
sus programas sociales.
Se trata de una creencia que data de los
años ochentas. La han manejado ideólogos empresariales, caricaturistas,
opinólogos y no pocos miembros del viejo PAN.
Observaciones ligeras pero muy pegajosas como
el que “con el dinero de la corrupción se paga la deuda externa” y similares.
Ahora es AMLO quien trae esa fantasía aludiendo
a la misma fuente, solo que para acabar con la pobreza.
Mire usted, aún situando a México como líder
mundial en corruptelas, importa recordar que no se trata de recursos disponibles
de manera inmediata para ser reutilizados en beneficio colectivo.
AMLO realiza una lectura tramposa de los
multimillonarios cálculos hechos por especialistas sobre el dinero ilícito, cuya
suma final comprende un campo amplísimo de actividades en los tres niveles de
gobierno.
Y esto va desde el elemental desvío de
fondos públicos, hasta mecanismos más sofisticados como la sobrefacturación de
proveedores y el empleo fraudulento de materiales defectuosos en obra pública, cuya
detección tarda en aflorar.
Sin olvidar las transas de nómina como aviadurías,
dobles plazas, sobresueldos y viáticos injustificados, el uso abusivo de
vehículos oficiales, aguinaldos legislativos y demás.
Amén de las mordidas a inspectores de alcoholes,
supervisores sanitarios y agentes de tránsito, los “moches” que reciben diputados,
jueces y magistrados.
¿Puede AMLO, así nomás por decreto,
anular de un plumazo esta compleja subcultura del atraco dispersa en todos los
niveles?, ¿Puede reunir de golpe dichos recursos para emplearlos al año
siguiente en sus promesas de campaña?
¿Candoroso o farsante?, elija usted.