Protocolo, por antonomasia, cansino para la prisa
del actual obispo de Roma JORGE MARIO BERGOGLIO.
Máxime cuando se trata de una decisión eminentemente
táctica que el llamado papa FRANCISCO necesita para congraciarse con las dos
facciones relevantes de la política vaticana: reformistas y conservadores.
En la lógica fría del tío BERGOGLIO, nada mejor para
calmar las aguas que ofrecer concesiones, repartir alitas y aureolas en ambos
bandos, premiando a sus íconos: RONCALLI y WOJTYLA. Canonizar a los dos.
La crítica no se hizo esperar ante una santificación
por “fast track” que se brinca las etapas tradicionales. Lo cuál va desde la
postulación hasta los sucesivos nombramientos de “siervo”, “venerable”, “beato”
y finalmente “santo”.
Son dos perfiles, en efecto. El progresista ANGELO RONCALLI,
bajo el nombre JUAN XXIII, abrirá durante su gestión (1958-1963) un interludio
prometedor en el seno de la élite vaticana.
Atento a los vientos de cambio que soplaban con
fuerza en la postguerra, RONCALLI se abre al diálogo denominacional y
ecuménico, con religiones distintas a la católica y entre versiones diversas de
la fe cristiana, protestantes y ortodoxos.
Será él quien convoque en 1959 al Concilio Vaticano
II que cambiaría la fachada de la fe, generalizando el ejercicio de la misa en
lenguas nativas y no en latín (ni de espaldas a la gente) como se acostumbró
hasta entonces.
RELEVO PREMATURO
Todavía con el Concilio a cuestas, RONCALLI muere en
1963 dejando el poder a un amigo y paisano de Lombardía, GIOVANNI MONTINI,
también de orientación liberal, quien adoptaría el nombre de PABLO VI.
Es MONTINI quien tendrá a su cargo la culminación
del Concilio en 1965 y tratará de conducir a buen puerto dicha institución tan
sui géneris que se autoproclama Iglesia, se dice ciudad (aunque es apenas un
barrio de Roma) y ostenta un dudoso rango de Estado concedido por MUSSOLINI mediante
el Pacto de Letrán de 1929.
Al circunspecto y austero MONTINI le seguirá (1978),
un heredero excepcionalmente dotado para el cambio, otro italiano del norte (de
Véneto, luego de dos lombardos) como fue ALBINO LUCIANI, autonombrado JUAN
PABLO I.
Difícil adivinar hasta donde habría llegado LUCIANI
de no morir envenenado a los 33 días de su gestión, mientras la prensa italiana
demandaba castigo a los escándalos de corrupción y lavado de dinero que
involucraban a las finanzas eclesiales.
GOLPE DE TIMÓN
Con LUCIANI concluye también el paréntesis
progresista de dos décadas (1958-1978) abierto con RONCALLI. Los llamados tres pontífices
del Concilio.
La segunda sucesión de 1978 permitirá un giro
radical en la conducción de los asuntos romanos al resultar electo un oscuro cardenal
polaco de nombre KAROL WOJTYLA.
Paradoja de WOJTYLA, la modernidad de los medios
empleados en su promoción (carisma, mercadotecnia, reflectores, candileja
teatral, viajes continuos) contrasta con su perfil ultraconservador, las
posturas cercanas al clero medieval.
Durante su larga estancia en el poder (1978-2005),
la “Silla de Pedro” parece retroceder al cristianismo preconciliar.
Esa extrema derecha en la cuál participa activamente
el cardenal germano JOSEPH RATZINGER, quien después se convertiría en el papa
BENEDICTO XVI (2005-2013).
Gobernaría, pues, 35 años ese golpe de timón que dicha
mancuerna propinó a los ideales progresistas de sus tres antecesores.
Pendular, la política vaticana hoy tiene al frente
un pontífice cuya base de sustentación parece prendida con alfileres entre las
dos corrientes que se han disputado el trono, al menos desde la muerte de
GIOVANNI PACELLI (PIO XII) en 1958.
Con más lógica de tribuno que de líder religioso,
BERGOGLIO le apuesta al equilibrio, conceder hacia ambos lados en espera de que
le den margen y actuar.
Veremos si le funciona.