martes, 29 de abril de 2014

Aureolas al vapor

Cd. Victoria.- Diametralmente opuestos en gestiones y doctrinas, el lombardo ANGELO RONCALLI y el polaco KAROL WOJTYLA compartieron este fin de semana el discutible honor de una canonización apresurada.
Protocolo, por antonomasia, cansino para la prisa del actual obispo de Roma JORGE MARIO BERGOGLIO.
Máxime cuando se trata de una decisión eminentemente táctica que el llamado papa FRANCISCO necesita para congraciarse con las dos facciones relevantes de la política vaticana: reformistas y conservadores.
En la lógica fría del tío BERGOGLIO, nada mejor para calmar las aguas que ofrecer concesiones, repartir alitas y aureolas en ambos bandos, premiando a sus íconos: RONCALLI y WOJTYLA. Canonizar a los dos.
La crítica no se hizo esperar ante una santificación por “fast track” que se brinca las etapas tradicionales. Lo cuál va desde la postulación hasta los sucesivos nombramientos de “siervo”, “venerable”, “beato” y finalmente “santo”.
Son dos perfiles, en efecto. El progresista ANGELO RONCALLI, bajo el nombre JUAN XXIII, abrirá durante su gestión (1958-1963) un interludio prometedor en el seno de la élite vaticana.
Atento a los vientos de cambio que soplaban con fuerza en la postguerra, RONCALLI se abre al diálogo denominacional y ecuménico, con religiones distintas a la católica y entre versiones diversas de la fe cristiana, protestantes y ortodoxos.
Será él quien convoque en 1959 al Concilio Vaticano II que cambiaría la fachada de la fe, generalizando el ejercicio de la misa en lenguas nativas y no en latín (ni de espaldas a la gente) como se acostumbró hasta entonces.

RELEVO PREMATURO
Todavía con el Concilio a cuestas, RONCALLI muere en 1963 dejando el poder a un amigo y paisano de Lombardía, GIOVANNI MONTINI, también de orientación liberal, quien adoptaría el nombre de PABLO VI.
Es MONTINI quien tendrá a su cargo la culminación del Concilio en 1965 y tratará de conducir a buen puerto dicha institución tan sui géneris que se autoproclama Iglesia, se dice ciudad (aunque es apenas un barrio de Roma) y ostenta un dudoso rango de Estado concedido por MUSSOLINI mediante el Pacto de Letrán de 1929.
Al circunspecto y austero MONTINI le seguirá (1978), un heredero excepcionalmente dotado para el cambio, otro italiano del norte (de Véneto, luego de dos lombardos) como fue ALBINO LUCIANI, autonombrado JUAN PABLO I.
Difícil adivinar hasta donde habría llegado LUCIANI de no morir envenenado a los 33 días de su gestión, mientras la prensa italiana demandaba castigo a los escándalos de corrupción y lavado de dinero que involucraban a las finanzas eclesiales.

GOLPE DE TIMÓN
Con LUCIANI concluye también el paréntesis progresista de dos décadas (1958-1978) abierto con RONCALLI. Los llamados tres pontífices del Concilio.
La segunda sucesión de 1978 permitirá un giro radical en la conducción de los asuntos romanos al resultar electo un oscuro cardenal polaco de nombre KAROL WOJTYLA.
Paradoja de WOJTYLA, la modernidad de los medios empleados en su promoción (carisma, mercadotecnia, reflectores, candileja teatral, viajes continuos) contrasta con su perfil ultraconservador, las posturas cercanas al clero medieval.
Durante su larga estancia en el poder (1978-2005), la “Silla de Pedro” parece retroceder al cristianismo preconciliar.
Esa extrema derecha en la cuál participa activamente el cardenal germano JOSEPH RATZINGER, quien después se convertiría en el papa BENEDICTO XVI (2005-2013).
Gobernaría, pues, 35 años ese golpe de timón que dicha mancuerna propinó a los ideales progresistas de sus tres antecesores.
Pendular, la política vaticana hoy tiene al frente un pontífice cuya base de sustentación parece prendida con alfileres entre las dos corrientes que se han disputado el trono, al menos desde la muerte de GIOVANNI PACELLI (PIO XII) en 1958.
Con más lógica de tribuno que de líder religioso, BERGOGLIO le apuesta al equilibrio, conceder hacia ambos lados en espera de que le den margen y actuar.
Veremos si le funciona.