martes, 9 de febrero de 2021

Se profundiza la duda

Cd. Victoria.- Regresó ANDRÉS MANUEL y lo festejan sus seguidores, ese núcleo duro de votantes que se mantiene indeclinable. Pero en redes el escepticismo se enseñorea y niega veracidad al presunto contagio.
En esta misma columna tomé nota del fenómeno (Interiores, “¿Por qué no le creen?”, 2021-01-26, https://tinyurl.com/y6fsle79).
Comenté que la suspicacia, la sospecha y hasta la burla eran las respuestas dominantes en redes y medios ante el presunto contagio del presidente.
Y también que el rasgo sobresaliente de este episodio es la incredulidad de un sector importante en la opinión pública que prefiere responder con sarcasmos, pensar en cortinas de humo y segundas intenciones.
Mire usted, el domingo 24 de enero, cuando ANDRÉS MANUEL anunció en su cuenta de #Twitter que había contraído el COVID, la estadística oficial de la pandemia (ojo) llegaba a 149 mil 614 muertos en todo el país.
Cerrando la pinza, el lunes 8 de febrero, al momento en que el presidente retorna a sus emisiones matutinas, las cifras más recientes (de la noche previa) eran de 166 mil 200 defunciones. En un lapso de 15 días la tragedia se incrementó en 16 mil 586 decesos.
Y no parece que vaya a parar ni a disminuir. No es curva que se achate todavía. Tampoco ha pasado lo peor y, aunque la metáfora sea hermosa, la luz al final del túnel no asoma, salvo que fuera el tren que venga de regreso.
En suma, AMLO fue y vino de la salud a la enfermedad y de la enfermedad a la salud, pero un vistazo a la opinión pública nos permite constatar que el uso propagandístico de su contagio le acarreó más desconfianza que misericordia.
Si lo que querían era colocarlo en el papel de víctima para estimular una respuesta piadosa del electorado, fallaron rotundamente. Quizás porque (¡hasta en eso!) les faltó diligencia, método, transparencia.
O tal vez porque fueron muy obvios al otorgar tanto tiempo y espacio a festinar la estadística de mensajes positivos dirigidos en redes al mandatario enfermo, mientras afuera muere gente día con día.
 
MIRADA PÚBLICA
La mula no era arisca. Si un común denominador podemos encontrar en los presidentes del último medio siglo es que hicieron un uso abusivo de la esperanza.
Explotaron la expectativa hasta prácticamente agotarla. Exprimieron la promesa de cambio como sinónimo de renacimiento, redención del país, resurrección acaso.
Sueños floridos de campañas que terminaron en aparatosas pesadillas. Por ello la gente se volvió recelosa, aprehensiva.
Cuando los gobernantes le han fallado tantas veces al país y quien llega como profeta termina como demonio, la confianza en las instituciones resiente el daño.
Se vulnera la fe, la gente deja de creer. Y es sintomático, luego de que AMLO informó de su contagio, la comentocracia rescató aquella vieja fábula atribuida a ESOPO, la del niño y el lobo.
El joven pastor puesto de vigía para alertar a su pueblo cuando la bestia apareciera en el horizonte. Pero al chamaco le gustaba jugar, mintió muchas veces con la falsa alerta del lobo y por eso, cuando el peligro fue real, nadie le creyó. Pagó las consecuencias.
En pocas palabras, el tema es la desconfianza ante alguien que falta a la verdad en repetidas ocasiones hasta que sus palabras se vacían de significado. Se convierten en ruido de escasa o nula credibilidad.
Y el sospechosismo aflora hoy que el presidente regresa con una gran sonrisa a retomar su narrativa de la cuarta transformación y el viejo régimen, de adversarios y pandemia, pasquines y vacunas, conservadores y pueblo sabio.
Hoy que reitera su fobia al uso del cubrebocas y anuncia que retomará sus giras por la república, sin importarle el efecto que su mal ejemplo tenga en los millones de creyentes que se mimetizan con su descuido.
Comenté este lunes en redes sociales acerca del discernimiento, señalando que es una cualidad clave, con una raíz etimológica fascinante.
Cernir es separar. Entre agricultores, el grano de la paja; entre gambusinos, el oro del lodo. En el budismo es desapego; en psiquiatría, distancia crítica del paciente hacia la propia conducta.
El problema de nuestro presidente es que no discierne, es hombre de ideas fijas, casado con su verdad. Genio y figura, lleva la fidelidad a sí mismo a extremos que lo confrontan con la realidad de cada día.
En efecto, regresó igual, solo que recargado. ¿Hubo enfermedad?, la gente sigue dudando. Lo ven como una estratagema fallida de marketing y lo emparentan con aquel fantasioso contagio de DONALD TRUMP que muy apenas duró 72 horas. En uno y en otro casos (sin importar si fue cierto o no) la gente no les creyó.