Cd. Victoria.- Aquel desafortunado martes 8 de noviembre de 2016, cuando el magnate DONALD TRUMP fue electo presidente, habían transcurrido 227 años de vida democrática ininterrumpida en los Estados Unidos de América, desde el ascenso de GEORGE WASHINGTON en 1789.
Haciendo cuentas, entre WASHINGTON y TRUMP median 45 presidencias bajo el mismo esquema de una democracia liberal y una república federal que han funcionado de manera ininterrumpida hasta nuestros días, sin regresiones monárquicas ni paréntesis dictatoriales.
Por ello, para todo el mundo constituye una pregunta urgente y digna de la más amplia reflexión cómo fue que una tradición institucional en apariencia sólida y respetable pudo votar por un personaje palurdo y disparatado.
Un payaso cuyo sistema de creencias (noción del mundo, hábitos mentales, universo semántico, esquema de valores) vienen del showbiz, la más ramplona industria del espectáculo, los concursos de belleza y los casinos.
Desde luego, atrás de la cortina se movieron intereses muy poderosos. Sería largo detallarlos aquí, baste decir que durante el cuatrienio de DONALD se aprobó el presupuesto militar más alto de la historia.
Hombre orgulloso de sus excesos, el gigante rubio fue prácticamente extirpado del cargo el pasado 20 de enero, tras cuatro años de intoxicar con sus odios a la opinión pública norteamericana, hoy más polarizada que nunca.
Pesadilla que terminó de manera delirante el pasado 6 de enero con el asalto al Capitolio, perpetrado por fanáticos de la extrema derecha que puntualmente seguían las instrucciones giradas por TRUMP desde la red de Twitter.
Acto terrorista que marca un antes y un después en la vida política de ese país y, sin lugar a dudas, será citado como referente en años, décadas y siglos venideros.
La noticia de hoy y de varios días es que el senado norteamericano fracasó este fin de semana en su segundo intento de juicio político (impeachment) contra el hoy expresidente TRUMP.
De los 100 miembros que componen la Cámara Alta, solamente 57 (50 demócratas y 7 republicanos) votaron el veredicto de culpabilidad, sin alcanzar la mayoría de dos tercios (67) requerida para la condena.
En la víspera, se esperaba más de los 43 republicanos que votaron en contra. Necesario es apuntar que en los días posteriores al ataque terrorista, la indignación sacudió a todo el espectro político, incluyendo a los legisladores de derecha que representan al partido del presidente.
En los días sucesivos, la indignación fue cediendo el paso a una decisión más calculada y pragmática del ala republicana. Hoy sabemos que la unanimidad se rompió.
De haber ocurrido dicha consulta en la segunda o tercera semana de enero, un número amplio de republicanos habría votado desde el corazón para condenar al presidente que alentó abiertamente la irrupción criminal de vándalos en la sede legislativa.
Un mes después, el voto republicano en la cámara alta se enfrió, se conectó al bolsillo y no al corazón. Se orientó por los intereses que ellos defienden y optó por el perdón.
Haciendo cuentas, entre WASHINGTON y TRUMP median 45 presidencias bajo el mismo esquema de una democracia liberal y una república federal que han funcionado de manera ininterrumpida hasta nuestros días, sin regresiones monárquicas ni paréntesis dictatoriales.
Por ello, para todo el mundo constituye una pregunta urgente y digna de la más amplia reflexión cómo fue que una tradición institucional en apariencia sólida y respetable pudo votar por un personaje palurdo y disparatado.
Un payaso cuyo sistema de creencias (noción del mundo, hábitos mentales, universo semántico, esquema de valores) vienen del showbiz, la más ramplona industria del espectáculo, los concursos de belleza y los casinos.
Desde luego, atrás de la cortina se movieron intereses muy poderosos. Sería largo detallarlos aquí, baste decir que durante el cuatrienio de DONALD se aprobó el presupuesto militar más alto de la historia.
Hombre orgulloso de sus excesos, el gigante rubio fue prácticamente extirpado del cargo el pasado 20 de enero, tras cuatro años de intoxicar con sus odios a la opinión pública norteamericana, hoy más polarizada que nunca.
Pesadilla que terminó de manera delirante el pasado 6 de enero con el asalto al Capitolio, perpetrado por fanáticos de la extrema derecha que puntualmente seguían las instrucciones giradas por TRUMP desde la red de Twitter.
Acto terrorista que marca un antes y un después en la vida política de ese país y, sin lugar a dudas, será citado como referente en años, décadas y siglos venideros.
La noticia de hoy y de varios días es que el senado norteamericano fracasó este fin de semana en su segundo intento de juicio político (impeachment) contra el hoy expresidente TRUMP.
De los 100 miembros que componen la Cámara Alta, solamente 57 (50 demócratas y 7 republicanos) votaron el veredicto de culpabilidad, sin alcanzar la mayoría de dos tercios (67) requerida para la condena.
En la víspera, se esperaba más de los 43 republicanos que votaron en contra. Necesario es apuntar que en los días posteriores al ataque terrorista, la indignación sacudió a todo el espectro político, incluyendo a los legisladores de derecha que representan al partido del presidente.
En los días sucesivos, la indignación fue cediendo el paso a una decisión más calculada y pragmática del ala republicana. Hoy sabemos que la unanimidad se rompió.
De haber ocurrido dicha consulta en la segunda o tercera semana de enero, un número amplio de republicanos habría votado desde el corazón para condenar al presidente que alentó abiertamente la irrupción criminal de vándalos en la sede legislativa.
Un mes después, el voto republicano en la cámara alta se enfrió, se conectó al bolsillo y no al corazón. Se orientó por los intereses que ellos defienden y optó por el perdón.
VISIÓN DE FUTURO
Entendieron acaso que la dupla BIDEN-HARRIS promete escenarios en el corto y mediano plazos todavía más incómodos que la presidencia de OBAMA.
Sobre todo si recordamos que JOE BIDEN ya confirmó públicamente su decisión de no buscar la reelección en 2024, por razones de edad y salud.
Lo cual deja libre el camino a su vicepresidenta KAMALA HARRIS. Mujer cuyas expectativas inquietan demasiado al sector WASP, blanco, anglosajón, conservador y protestante, principal soporte del Partido Republicano.
Mire usted, si les molestó la llegada de BARACK OBAMA en 2008, por ser el primer afroamericano en ocupar la Casa Blanca, mayor todavía es la animadversión hacia la señora HARRIS.
Con ella se romperían, al menos, otros cuatro récords en la historia de la institución presidencial: (1) primera mujer, (2) primera mujer afroamericana, (3) primera hija de migrante caribeño (Jamaica), (4) primera hija de migrante indostana (India).
Pero eso no es todo. Ya desde ahora, la dupla BIDEN-HARRIS puso en marcha un proyecto de largo aliento para replantear la función del estado en términos más cercanos a las socialdemocracias escandinavas.
Mayor presencia en salud, por citar un rubro entre muchos. Amén de una estrategia en materia medioambiental que contempla un fuerte impulso a las energías limpias.
En este sentido, la decisión recién anunciada por General Motors Company (GMC) de acortar los tiempos para reemplazar los motores de gasolina por motores eléctricos es un logro de la nueva administración norteamericana.
Es la razón por la cual los más altos directivos de GMC apoyaron la causa demócrata en los pasados comicios. De hecho, toda la industria automotriz estadounidense ha empezado a moverse en la misma dirección ecológica, cercana a BIDEN.
Por ello es un hecho que el sector más conservador del establishment se está preparando para dar la pelea en 2024 y una de sus primeras medidas fue abortar el juicio a DONALD TRUMP.
Por mal que se haya portado, sigue siendo gente de ellos. Lo cual podría plantearse con la vieja frase de ROOSEVELT sobre el dictador SOMOZA. Tal vez sea “un hijo de puta”, pero “es nuestro hijo de puta” (“may be a son of a bitch, but he's our son of a bitch”).
Por ello rescatan a TRUMP del abismo y están dispuestos a perdonar su brutalidad, su ausencia de escrúpulos y sus desplantes de barbarie, a cambio de conservarlo en sus filas en calidad de arma disuasiva.
Para 2024, DONALD tendrá 78 años. Acaso no le alcance el vigor para ser nuevamente candidato pero, por su perfil, será sin duda un eficaz aliado estratégico. Un golpeador profesional.