martes, 2 de octubre de 2018

Tlatelolco: 4 claves


Cd. Victoria, Tam. Por principio, (1) los gobiernos de la revolución mexicana habrían sembrado la semilla de su propia destrucción al invertir sus activos en un laboratorio social que transformó a una población mayoritariamente rural y analfabeta en clases medias urbanas y escolarizadas.
Tejido social emergente que, como era previsible, al paso de las generaciones se habría de rebelar contra el viejo modelo de mando corporativo, vertical, centralizado y corrupto, que no buscaba militancia sino aplausos, pues había sido diseñado para acarrear y ser obedecido, pero no para atraer ni convencer.
(2) Aunque también, al filo de los sesentas, el incremento poblacional rebasó a la capacidad del Estado para sostener los programas sociales que durante décadas habían tenido cautivo (y pasivo) al voto popular.
La riqueza se concentra en menos manos. La insuficiencia económica se politiza, se convierte en huelgas de médicos y ferrocarrileros, guerrilla y descontento estudiantil.
(3) Aunque de CALLES a DÍAZ ORDAZ el perfil de los individuos que detentaron el poder estaba fincado en el despotismo, sin embargo, entre un presidente y otro habría matices en la manera de encarar a sus adversarios.
Una sensibilidad despierta como la del general CÁRDENAS o alguien con mayor sentido práctico como el contador RUIZ CORTINES habrían reaccionado de manera distinta al temperamento lúgubre y atormentado de GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.
(4) Para colmo, se atraviesa un ingrediente político de orden coyuntural que aglutina y potencializa a los tres factores anteriores. La fatal decisión que toma DÍAZ ORDAZ cuando involucra a un claro aspirante presidencial como operador del diálogo con el movimiento estudiantil: el secretario de la Presidencia EMILIO MARTÍNEZ MANAOTOU.

SINERGIA FATAL
Se mezclan así todos los ingredientes explosivos. La obsolescencia del sistema, la inconformidad social y el movimiento estudiantil con su detonador final, la lucha sucesoria.
Era obvio que, si la iniciativa de paz triunfaba, MARTÍNEZ MANAUTOU se catapultaba al poder. A sus adversarios convenía, pues, su fracaso, evidente, claro, rotundo, para abrir con ello el camino a la opción dura.
En dicho juego de escenarios, se empieza a ver la mano negra del otro gran aspirante, el secretario de Gobernación LUIS ECHEVERRÍA ÁLVAREZ, cuyos infiltrados se disfrazan de radicales para reventar mítines, sobrecalentar marchas y provocar a las fuerzas del orden, las cuales responden puntualmente y con brutalidad deliberada.
En ambas trincheras, de manera abierta o encubierta, serpenteaban elementos del llamado “Batallón Olimpia”, un grupo paramilitar de contrainsurgencia creado para infiltrar, espiar, sabotear, perseguir y realizar detenciones selectivas.
Atizada desde Gobernación, la reyerta entre grupos estudiantiles y agentes del orden iría subiendo de tono, hasta alcanzar el punto de quiebra y su momento cumbre el 2 de octubre.
La provocación, pues, viene del más alto mando político nacional y se gesta en las azoteas de la unidad habitacional Tlatelolco, de cara a la Plaza de las Tres Culturas.
Un cuerpo selecto de francotiradores profesionales (élite del Estado Mayor Presidencial, agentes de SEGOB) disparan de manera sucesiva sobre ambas trincheras.
Hay bajas en los dos lados. Caen soldados apostados en torno a la gran concentración, pero también estudiantes. La maniobra enardece los ánimos, los enfrenta de manera irreversible.
Se cumple esa noche el propósito final, preparado con meses de antelación. La embestida total de los militares sobre el estudiantado, el triunfo absoluto de la intolerancia y la mano dura encarnada por un triunfante ECHEVERRÍA.
No obstante, el sanguinario maquiavelismo operado desde Bucareli solo se entiende bajo la lógica de un presidente arbitrario, receloso de los movimientos sociales y claramente afín a las soluciones brutales, como lo fue sin duda DÍAZ ORDAZ.

VERDUGO MAYOR
Dos grandes plumas de la época lo trataron muy de cerca y dejaron testimonio escrito sobre su perfil explosivo, bilioso, temperamental.
El periodista capitalino JULIO SCHERER, entonces director de EXCELSIOR, y el escritor hidalguense RICARDO GARIBAY, articulista del mismo medio.
Con DÍAZ ORDAZ convivieron ambos y también disintieron. La tragedia de Tlatelolco alejó a SCHERER de Los Pinos, pero acercó a GARIBAY, quien se convertirá en interlocutor privilegiado de un presidente martirizado por sus culpas, en los meses finales de su gobierno.
Amigos cercanos (tres años mayor GARIBAY que SCHERER) sus descripciones se tocan. Cabe incluso pensar que las hayan troquelado juntos, al calor (SCHERER, dixit) de unos “güisquis”.
Extraigo ahora pasajes de sus testimonios disponibles en “Los presidentes” (SCHERER, Grijalbo, 1986) y “Cómo se gana la vida” (GARIBAY, Joaquín Mortiz, 1992).
GARIBAY: “La fealdad, la fealdad física como torcedura de la voluntad, fuente de desconfianza, combate contra la paciencia y la tolerancia, origen del rencor, piedra solitaria de tropiezo, acidez de la vida, fabricación de adversarios y bronquedad iracunda del idioma. Y eso todo reunido en la cima del poder. ¡Ay Dios!”
SCHERER: “La ira incesante, dos esferas minúsculas por ojos, las pestañas ralas, a la intemperie los dientes grandes y desiguales, la piel amarilla, salpicada de lunares cafés, gruesos los labios y ancha la base de la nariz, así era don GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.”
GARIBAY: “Sus labios se distendían e iban apareciendo los dientes: grandes, chuecos, amarillos, horizontales hacia mi cara, circundados de negras zonas chimuelas. Los ojos pequeñísimos chispeaban allá lejos, eran dos moscas venenosas. Los labios volvían a su sitio; él se los chupaba, los hacía retroceder hacia el huidizo mentón, y se le formaban torturadas arrugas en las comisuras.”
SCHERER: “Algunas veces bromeaba acerca de su fealdad, pero si alguien le seguía el juego, estallaba su ira. Irritable, se vigilaba; desconfiado, se mantenía al acecho. Agobiado los últimos años de su vida, después de la tragedia de 1968 resguardó su intimidad. La fortificó tanto que hizo de ella una cárcel. Allí murió.”
GARIBAY: “Muchas veces me dije: ¿dónde querría estar este hombre en este momento? Porque es indudable que no quiere estar aquí. No he encontrado en lo vivido a otro hombre con tan tenaz e hincada incapacidad para amar a los demás.”
Palabras, en ambos, que parecen escritas con bisturí, pero ayudan a entender a un presidente atrapado en una oscura trama sucesoria y un desenlace sangriento que marcarían a México de manera perenne, un día como hoy, hace 50 años.