Cd.
Victoria, Tam. Por principio, (1) los
gobiernos de la revolución mexicana habrían sembrado la semilla de su propia
destrucción al invertir sus activos en un laboratorio social que transformó a
una población mayoritariamente rural y analfabeta en clases medias urbanas y escolarizadas.
Tejido social emergente que, como era
previsible, al paso de las generaciones se habría de rebelar contra el viejo modelo
de mando corporativo, vertical, centralizado y corrupto, que no buscaba
militancia sino aplausos, pues había sido diseñado para acarrear y ser
obedecido, pero no para atraer ni convencer.
(2) Aunque también, al filo de los
sesentas, el incremento poblacional rebasó a la capacidad del Estado para sostener
los programas sociales que durante décadas habían tenido cautivo (y pasivo) al
voto popular.
La riqueza se concentra en menos manos. La
insuficiencia económica se politiza, se convierte en huelgas de médicos y
ferrocarrileros, guerrilla y descontento estudiantil.
(3) Aunque de CALLES a DÍAZ ORDAZ el
perfil de los individuos que detentaron el poder estaba fincado en el despotismo,
sin embargo, entre un presidente y otro habría matices en la manera de encarar
a sus adversarios.
Una sensibilidad despierta como la del
general CÁRDENAS o alguien con mayor sentido práctico como el contador RUIZ
CORTINES habrían reaccionado de manera distinta al temperamento lúgubre y
atormentado de GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.
(4) Para colmo, se atraviesa un ingrediente
político de orden coyuntural que aglutina y potencializa a los tres factores
anteriores. La fatal decisión que toma DÍAZ ORDAZ cuando involucra a un claro aspirante
presidencial como operador del diálogo con el movimiento estudiantil: el secretario
de la Presidencia EMILIO MARTÍNEZ MANAOTOU.
SINERGIA
FATAL
Se mezclan así todos los ingredientes
explosivos. La obsolescencia del sistema, la inconformidad social y el
movimiento estudiantil con su detonador final, la lucha sucesoria.
Era obvio que, si la iniciativa de paz
triunfaba, MARTÍNEZ MANAUTOU se catapultaba al poder. A sus adversarios
convenía, pues, su fracaso, evidente, claro, rotundo, para abrir con ello el
camino a la opción dura.
En dicho juego de escenarios, se empieza
a ver la mano negra del otro gran aspirante, el secretario de Gobernación LUIS
ECHEVERRÍA ÁLVAREZ, cuyos infiltrados se disfrazan de radicales para reventar
mítines, sobrecalentar marchas y provocar a las fuerzas del orden, las cuales
responden puntualmente y con brutalidad deliberada.
En ambas trincheras, de manera abierta o
encubierta, serpenteaban elementos del llamado “Batallón Olimpia”, un grupo
paramilitar de contrainsurgencia creado para infiltrar, espiar, sabotear,
perseguir y realizar detenciones selectivas.
Atizada desde Gobernación, la reyerta
entre grupos estudiantiles y agentes del orden iría subiendo de tono, hasta
alcanzar el punto de quiebra y su momento cumbre el 2 de octubre.
La provocación, pues, viene del más alto
mando político nacional y se gesta en las azoteas de la unidad habitacional
Tlatelolco, de cara a la Plaza de las Tres Culturas.
Un cuerpo selecto de francotiradores
profesionales (élite del Estado Mayor Presidencial, agentes de SEGOB) disparan
de manera sucesiva sobre ambas trincheras.
Hay bajas en los dos lados. Caen
soldados apostados en torno a la gran concentración, pero también estudiantes. La
maniobra enardece los ánimos, los enfrenta de manera irreversible.
Se cumple esa noche el propósito final,
preparado con meses de antelación. La embestida total de los militares sobre el
estudiantado, el triunfo absoluto de la intolerancia y la mano dura encarnada
por un triunfante ECHEVERRÍA.
No obstante, el sanguinario maquiavelismo
operado desde Bucareli solo se entiende bajo la lógica de un presidente arbitrario,
receloso de los movimientos sociales y claramente afín a las soluciones
brutales, como lo fue sin duda DÍAZ ORDAZ.
VERDUGO
MAYOR
Dos grandes plumas de la época lo
trataron muy de cerca y dejaron testimonio escrito sobre su perfil explosivo,
bilioso, temperamental.
El periodista capitalino JULIO SCHERER, entonces
director de EXCELSIOR, y el escritor hidalguense RICARDO GARIBAY, articulista
del mismo medio.
Con DÍAZ ORDAZ convivieron ambos y
también disintieron. La tragedia de Tlatelolco alejó a SCHERER de Los Pinos, pero
acercó a GARIBAY, quien se convertirá en interlocutor privilegiado de un
presidente martirizado por sus culpas, en los meses finales de su gobierno.
Amigos cercanos (tres años mayor GARIBAY
que SCHERER) sus descripciones se tocan. Cabe incluso pensar que las hayan
troquelado juntos, al calor (SCHERER, dixit) de unos “güisquis”.
Extraigo ahora pasajes de sus
testimonios disponibles en “Los presidentes” (SCHERER, Grijalbo, 1986) y “Cómo
se gana la vida” (GARIBAY, Joaquín Mortiz, 1992).
GARIBAY: “La fealdad, la fealdad física
como torcedura de la voluntad, fuente de desconfianza, combate contra la
paciencia y la tolerancia, origen del rencor, piedra solitaria de tropiezo,
acidez de la vida, fabricación de adversarios y bronquedad iracunda del idioma.
Y eso todo reunido en la cima del poder. ¡Ay Dios!”
SCHERER: “La ira incesante, dos esferas
minúsculas por ojos, las pestañas ralas, a la intemperie los dientes grandes y
desiguales, la piel amarilla, salpicada de lunares cafés, gruesos los labios y
ancha la base de la nariz, así era don GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.”
GARIBAY: “Sus labios se distendían e
iban apareciendo los dientes: grandes, chuecos, amarillos, horizontales hacia
mi cara, circundados de negras zonas chimuelas. Los ojos pequeñísimos
chispeaban allá lejos, eran dos moscas venenosas. Los labios volvían a su
sitio; él se los chupaba, los hacía retroceder hacia el huidizo mentón, y se le
formaban torturadas arrugas en las comisuras.”
SCHERER: “Algunas veces bromeaba acerca
de su fealdad, pero si alguien le seguía el juego, estallaba su ira. Irritable,
se vigilaba; desconfiado, se mantenía al acecho. Agobiado los últimos años de
su vida, después de la tragedia de 1968 resguardó su intimidad. La fortificó
tanto que hizo de ella una cárcel. Allí murió.”
GARIBAY: “Muchas veces me dije: ¿dónde
querría estar este hombre en este momento? Porque es indudable que no quiere
estar aquí. No he encontrado en lo vivido a otro hombre con tan tenaz e hincada
incapacidad para amar a los demás.”
Palabras, en ambos, que parecen escritas
con bisturí, pero ayudan a entender a un presidente atrapado en una oscura trama
sucesoria y un desenlace sangriento que marcarían a México de manera perenne,
un día como hoy, hace 50 años.