Cd.
Victoria, Tam. Recupero hoy un texto
que publiqué en El Diario de Victoria y diversos medios de la entidad el lunes
21 de mayo de 2012, hace más de seis años.
Ya para entonces era tema en los medios
la ruta ferroviaria que transporta indocumentados centroamericanos desde la
frontera sur, en la trágica búsqueda del sueño americano.
Sus locomotoras reciben el nombre
genérico de “la Bestia”, aunque también le llaman “el tren de la muerte”. Ha
sido tema de documentales, películas y hasta de un poeta granadino (DANIEL
RODRÍGUEZ MOYA, “The American way of death”).
Guatemaltecos, salvadoreños, hondureños,
víctimas del terror delictivo, perseguidos por malos gobiernos, mártires de la
pobreza endémica, se internan a territorio mexicano por cruces como Tenosique,
Tabasco y Arriaga, Chiapas, entre otros.
Recorrerán luego nuestra geografía en
dos rutas: (1) la del poniente, que los lleva hacia Sonora y Baja California,
con rumbo a las ciudades de Arizona y California, (2) la oriental que recala en
Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, buscando incursionar por el Valle de Texas.
En aquel 2012 destacaba la lucha del
sacerdote texcocano ALEJANDRO SOLALINDE, coordinador de la Pastoral de
Movilidad Humana Pacífico Sur dentro del Episcopado Mexicano y director del
albergue Hermanos en el Camino, que proporciona asistencia humanitaria a los
migrantes.
El caso es que en el presente 2018, el
tema está recuperando espacio en las primeras planas tras detectarse la
existencia de una caravana masiva de hondureños que atravesaron Guatemala y
están cruzando hacia México con destino a la Unión Americana.
Por supuesto, ante la hostilidad
manifiesta de DONALD TRUMP, acaso el mandatario norteamericano más xenófobo de la
historia. Y también con la respuesta titubeante de ENRIQUE PEÑA NIETO.
A lo que se suma una propuesta de ANDRÉS
MANUEL, todavía en fase larvaria, que habla de incluir a todos los países del
área centroamericana en un proyecto amplio de desarrollo regional.
Impulso multinacional que encontraría particular
énfasis en la frontera mexicana con Guatemala donde sería impulsado un corredor
de inversión y desarrollo.
En fin, cito a continuación el trabajo
que publiqué en el sexto año de CALDERÓN. Creo que mis planteamientos de entonces
siguen vigentes.
A
LOMO DE BESTIA
El dato escolar nos dice que la frontera
sur mexicana con Guatemala y Belice es una línea zigzagueante de 1,234
kilómetros entre el mar Caribe y el océano Pacífico, involucrando a cuatro
entidades del lado nuestro: Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas.
Puerta trasera más grande de lo que
usualmente se piensa, pues equivale al 39% de la frontera norte y sus 3 mil 152
kilómetros entre Matamoros y Tijuana.
Vienen a mi mente estos apuntes
elementales mientras veo los reportes de la televisión sobre los migrantes que
cruzan de sur a norte el territorio nacional buscando llegar a Estados Unidos,
trepados en el lomo de un legendario tren carguero al que denominan “la Bestia”.
El flujo de guatemaltecos, salvadoreños,
hondureños o nicaragüenses pobres es copioso y continuo los 365 días del año,
con una tendencia creciente que debiéramos tomar más en serio.
En sus países de origen, el fin de las
dictaduras castrenses (la instauración de gobiernos democráticos) es algo que
no cambió sus condiciones de vida.
O peor aún, a la pobreza de siempre se
añade ahora la violencia extrema prohijada por gobiernos débiles, sin el menor
asomo de responsabilidad social.
Unos huyen de la miseria, otros de la
muerte. Abundan los testimonios de adolescentes urgidos a escapar de las bandas
delictivas que buscan reclutarlos a la fuerza como aprendices de sicarios.
Pero tal amenaza no acaba con la salida.
El extenso mapa mexicano está sembrado de horrores, desde los retenes montados
por la delincuencia hasta el maltrato policial.
Según datos del consulado guatemalteco,
al menos 200 mil indocumentados centroamericanos cruzan cada año por México con
rumbo a Estados Unidos.
No todos llegan a su destino. Muchos
fracasan en el intento, incluso se sospecha que habría migrantes entre las
víctimas de masacres recientes.
Otros se quedan a vivir en México,
buscando un espacio entre los más pobres, viviendo del subempleo y con la
posibilidad real de incorporarse finalmente a la delincuencia.
Al norte y sur del Río Suchiate, la
hipocresía de gobiernos que se presumen democráticos ha reducido su
intervención a lo meramente reglamentario.
Ejemplo de ello es la despenalización al
migrante autocelebrada por FELIPE CALDERÓN como si fuera un triunfo mayor de su
política humanitaria.
Aunque no veo como un simple cambio en
el papel pueda modificar el panorama de quienes, día con día, mes con mes,
viajan encaramados en los techos de “la Bestia”.
Ciertamente, el acceso a mano de obra
barata e indocumentada presta grandes beneficios a la economía
norteamericana.
El fenómeno no es muy distinto al de los
migrantes africanos que hoy atraviesan el mar Mediterráneo buscando trabajo en
Madrid, Paris o Berlín.
Voces críticas del continente europeo
estiman hoy que la migración del sur pobre al norte civilizado solamente podrá
ser paliada con algo parecido a un “Plan Marshall”, evocando el programa de
rescate emprendido por Estados Unidos en las regiones devastadas por la segunda
guerra.
Al respecto se piensa que la costa norte
de África podría dar cabida a una “cortina de maquiladoras”, planes de
microcrédito, acciones de vivienda, comunicaciones y servicios elementales que
permitan formar el tejido social necesario para que ahí se detenga la ola
migrante que viene del sur.
No es muy distinto el panorama que hoy
se observa en México y Estados Unidos.
Sólo que en el continente americano la
lectura se torna más compleja cuando dicha migración alcanza proporciones
tumultuarias, de escándalo.
Su impacto es visible en la estadística
delictiva, involucrando en ello el asunto que (sin duda) mayormente inquieta al
vecino país del norte en estos tiempos: su seguridad nacional.
Solamente un rescate integral de la zona
fronteriza entre México y Centroamérica podría moderar y, a cierto plazo,
revertir esa tendencia migratoria francamente explosiva y que, peor aún, asoma
como antesala de un caos todavía mayor.