viernes, 25 de septiembre de 2015

Ayotzinapa, 12 meses

Cd. Victoria.- Este fin de semana cumple un año el secuestro y asesinato de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero.
Los resultados son contradictorios. Por un lado, el gobierno de ENRIQUE PEÑA NIETO se encuentra hoy en condiciones de exponer un número importante de avances concretos en la persecución y castigo a las bandas criminales involucradas en la masacre.
Sin embargo, tras 12 meses de intensa indagación, el trabajo que resta por hacer acaso sea de importancia similar al realizado, dado que (1) aún no hay explicación plausible sobre la forma en que ocurrieron los hechos ni tampoco (2) evidencia concluyente que demuestre el paradero de las víctimas, incluyendo aquí el destino más probable, el de su presunta incineración.

LOGROS INNEGABLES
Importa subrayar que a resultas de las primeras investigaciones perdieron su cargo el entonces gobernador de Guerrero ANGEL AGUIRRE y el alcalde de Iguala JOSE LUIS ABARCA, quien posteriormente sería arrestado junto con su esposa MARÍA DE LOS ANGELES PINEDA.
El número de detenidos sobrepasa al centenar y medio, incluyendo delincuentes, policías y funcionarios de seguridad pública municipal, de Iguala y del vecino ayuntamiento de Cocula.
Entre acciones de la justicia y ajustes de cuentas criminales, el clan familiar de MARÍA DE LOS ANGELES (incluyendo padres y hermanos) está prácticamente desmantelado.
El último eslabón, su hermano SALOMÓN JR, (el Salo o El Molón) cayó 11 días después de la desaparición de los normalistas, el 8 de octubre de 2014.
El mes de octubre de 2014 será recordado porque los golpes del gobierno contra el hampa asentada en la región norte de Guerrero y el vecino estado de Morelos se sucedían uno tras otro, a la orden del día.
Apenas una semana antes, el primero de octubre, en el contexto de la averiguación sobre el mismo caso, cayó también el último de los hermanos BELTRÁN, de nombre HECTOR, en San Miguel de Allende, Guanajuato.
La misma suerte correrían los líderes de la organización “Guerreros Unidos”. Antes del caso Ayotzinapa, en mayo de 2014, había sido aprehendido MARIO CASARRUBIAS (conocido como “el Sapo Guapo”).
Tres semanas después del caso Ayotzinapa, el 18 de octubre, se informó que su hermano SIDRONIO CASARRUBIAS fue capturado por fuerzas federales en la carretera México-Toluca.
De la misma banda, BENJAMÍN MONDRAGÓN (el Benjamón) se habría quitado la vida en una casa de seguridad al verse acorralado por el ejército en Jiutepec, Morelos, el 14 de octubre.
La cadena de golpes se habrá de extender durante los siguientes meses hasta el 17 de septiembre pasado, cuando el flamante Comisionado Nacional de Seguridad, RENATO SALES, reportó la captura de GILDARDO LÓPEZ, "El Gil", identificado como el líder que operó la desaparición de los normalistas.

LA INSATISFACCIÓN
Sin embargo, por razones humanamente explicables, no hay ni puede haber conformidad o sosiego en la opinión pública nacional (y, por extensión, la internacional) mientras los cadáveres no aparezcan.
Lo cuál significa una pesada baldosa para el gobierno federal si tomamos nota de las declaraciones emitidas por los detenidos que coinciden en confirmar la especie en torno a cuerpos incinerados y arrojados al caudal del cercano río San Juan.
A un año de los hechos, la atención de la opinión pública ha regresado con mayor fuerza a la noche de los acontecimientos, reencontrándose con una serie de detalles demasiado obvios que parecen haber quedado fuera de la investigación desde el primer día.
Y es que Iguala, mire usted, es el tercer municipio en importancia de los 81 que tiene Guerrero, después de Acapulco y Chilpancingo.
Está muy lejos de ser una aldea bucólica perdida en selva, desierto o montaña (como pretendían los despachos de prensa norteamericanos los primeros días) sino que se ubica en un bien comunicado valle en la así llamada Región Norte del Estado, al paso de la Autopista del Sol, entre otras vías.
Por dichas razones cuenta con destacamentos importantes de las dos grandes corporaciones estatales, la Preventiva, dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública y la Ministerial, que es el brazo armado de la Procuraduría guerrerense.
Habrá que considerar también al ejército, el 27 Batallón de infantería (entre cuatro y cinco compañías, más de medio millar de efectivos) y la Policía Federal, dependiente de SEGOB.

INACCIÓN CULPOSA
Por igual resulta indispensable subrayar que los hechos no ocurrieron de manera inesperada, sino que hubo escarceos previos como la balacera en un negocio de autolavado o las ráfagas contra el autobús del club deportivo que debieron poner en alerta a todas las corporaciones estatales y federales.
Lo que sea que haya pasado, ni fue en despoblado ni los tomó por sorpresa. En ello se basa la sensación detectada en el ánimo nacional en el sentido de que dichas corporaciones nada hicieron para impedir el secuestro de los jóvenes por parte de los policías municipales.
Lo cuál ocurrió ante sus ojos (“en sus narices”, dice la gente) sin que ninguna de esas autoridades estatales y nacionales se dignara intervenir.
Estaríamos pues ante un caso de inacción brutal, aterradora. En cualquier democracia que se respete, un primer paso por parte del Gobierno de la República debió ser el arresto de las principales autoridades estatales y federales, civiles y militares, destacamentadas en el lugar, para que respondieran por la pasividad observada.
Nada ocurrió. Todos los encargados (fallidos) de garantizar la seguridad en Iguala siguen libres, incluyendo el comandante del 27 Batallón, el coronel JOSÉ RODRÍGUEZ PÉREZ, al que solamente se le reubicó en otro cuartel, sin mayores pesquisas.
La pregunta básica: ¿Quién puede tener tanto poder para ANULAR a todas las dependencias, reducir a soldados, policías federales, preventivos estatales y ministeriales del Estado al papel de meros espectadores, pasivos (en el mejor de los casos) o acaso coadyuvantes, como se sospecha hoy?

¿A QUIÉN RECLAMAR?
Y tanto poder se requiere para anular a un repertorio diverso de instancias gubernamentales que por ello los padres de familia terminaron responsabilizando al Presidente de México.
Lo cuál resulta improbable porque ENRIQUE PEÑA NIETO y su equipo, en todo caso, se ubican entre la parte afectada. El escándalo los arrastró al momento en que celebraban la exitosa consecución de sus reformas.
En este sentido, el caso difícilmente encajaría dentro de lo que se conoce como Crimen de Estado, aunque ciertos medios y organizaciones pretendan verlo así.
Y no lo fue, entre otras razones, porque al momento en que se desencadenan los hechos no había (siquiera) Estado en funciones, ya que las autoridades en los tres niveles se encontraban anuladas por los poderes fácticos que operan en esa zona convertida en floreciente productora y exportadora de heroína.
Y aunque el Gobierno de la República, prácticamente desde el primer día, esté dando pasos en el camino correcto al golpear con severidad a las redes delictivas de esa región (CASARRUBIAS, PINEDA, BELTRAN, el GIL), el reclamo social hoy imperante deriva de un hecho medular, aún sin resolver.
Los autores materiales (“Guerreros Unidos” y similares) actuaron con un descaro escalofriante, sin encontrar resistencia entre un abanico amplio de autoridades.
Los verdugos tuvieron manos libres frente al inexplicable vacío de poder, sin duda muy cercano al concepto de estado fallido. Estado ausente, al menos en ese momento y en ese lugar.
Cabría dudar en que ABARCA haya tenido dicho poder. La pregunta es quién (o quiénes) efectivamente lo tienen, más allá de sus cuñados PINEDA, más arriba de sus socios CASARRUBIAS y BELTRÁN LEYVA.
Y más allá también de las costosas tareas periciales, los cadáveres incinerados, el llanto de madres y hermanos, los plantones, marchas y cartelones en plazas y parques del extranjero, la explicación final descansa en dicho vacío. La respuesta, hoy más que nunca, está en Iguala.