Cd. Victoria, Tam.-
Al margen de cualquier iniciativa que se adopte hoy para limitar el tráfico de
armas en el vecino país del norte, algo que debe quedar muy claro es que, como
tal, llega tarde.
Y llega
tarde porque su propósito se circunscribe a limitar el comercio pero no la
posesión actual que, según cálculos conservadores, asciende a 300 millones de
unidades distribuidas entre una población que (según cuentas del 2010) supera
los 308 millones de norteamericanos.
Casi
una per cápita y mire que son bastantes si restamos de dicha cantidad aquellos
segmentos que no tendrían razón para poseer un arma como la población infantil,
por ejemplo.
El caso
es que esta semana la administración OBAMA anunció por fin el paquete de
medidas destinadas a la contención del armamentismo doméstico en venta pero en
ningún momento al que ya está en manos de la población.
Las
medidas van dirigidas al aparador. Contra la tenencia nada.
Y si
nos vamos a las limitaciones, por igual resultan algo tímidas las medidas como
prohibir el comercio abierto de los llamados rifles de asalto, si consideramos
el notable mercado negro que prolifera dentro y fuera de los Estados Unidos, al
margen de cualquier restricción.
Se pone
límite al número de cargadores de alta capacidad y también se buscará impedir
la venta de armamento a personas con antecedentes penales mediante la
comprobación previa.
Buscarían
combatir esa doble moral hoy presente en la legislación que si bien prohíbe la
producción y venta de las balas perforadoras de blindaje, no castiga su
posesión.
Por
supuesto, sorprende el que un pueblo con alto nivel de escolaridad y donde la
información circula a raudales, siga otorgando un mínimo de seriedad a los
grupos de extrema derecha cuando religiosamente invocan la llamada “segunda
enmienda” que consagra como un derecho popular la posesión de armas.
Sería,
incluso, cómico si no fuera tan trágico.
Importa
precisar que dicho añadido a la constitución de ese país data de 1791 cuando
las armas de fuego eran rudimentarios mosquetones que no usaban balas ni
cartuchos pues se cargaban embutiendo de manera independiente la pólvora y los
perdigones de cada disparo, con su respectivo fulminante.
La
referencia más fácil que se me ocurre para ilustrar este comentario es recordar
a ciertos héroes del comic y la TV como TOMAHAWK
y
DANIEL BOONE, personajes emblemáticos
de la cultura popular que idealizan a los viejos pioneros y colonos de dicha
nación. Sus armas eran así.
Nada
que ver, por supuesto, con las máquinas altamente mortíferas como el fusil de
asalto Bushmaster AR-15 empleado en la reciente masacre de Connecticut, capaces
de vomitar centenares de balas en unos cuantos segundos con sólo apretar una
vez el gatillo.
En este
sentido, la segunda enmienda tantas veces invocada constituye una antigualla
tan obsoleta como las armas (hoy de museo) a las que hacía referencia y para
las cuáles fue redactada.
Emplearla
hoy como argumento adquiere ribetes de superchería al servicio de una industria
de la muerte que sólo piensa en altas ventas, año con año.
Un
negocio que en las últimas décadas ha incorporado todos los trucos del
marketing (como si fueran televisores, autos o ropa) para estimular la
adquisición irracional de armamento doméstico.
Se
antoja incluso un artificio macabro el que la publicidad promueva el desenfreno
consumista en este sector, identificando la compra (posesión, colección) con
sensaciones banales pero muy extendidas como el “estatus”, el éxito, la moda o
el prestigio personal, con la desfachatez de quien anuncia perfumes.
El mal
está, pues, tan arraigado en la mentalidad estadounidense que aún las medidas
prudentes adoptadas ahora por OBAMA se topan con la resistencia férrea de
quienes le siguen creyendo a la fascistoide NRA (National Rifle Association)
cuando alega que cualquier limitación es contraria a los valores esenciales de
la libertad americana.