jueves, 17 de enero de 2013

Juguetes peligrosos


Cd. Victoria, Tam.- Al margen de cualquier iniciativa que se adopte hoy para limitar el tráfico de armas en el vecino país del norte, algo que debe quedar muy claro es que, como tal, llega tarde.
Y llega tarde porque su propósito se circunscribe a limitar el comercio pero no la posesión actual que, según cálculos conservadores, asciende a 300 millones de unidades distribuidas entre una población que (según cuentas del 2010) supera los 308 millones de norteamericanos.
Casi una per cápita y mire que son bastantes si restamos de dicha cantidad aquellos segmentos que no tendrían razón para poseer un arma como la población infantil, por ejemplo.
El caso es que esta semana la administración OBAMA anunció por fin el paquete de medidas destinadas a la contención del armamentismo doméstico en venta pero en ningún momento al que ya está en manos de la población.
Las medidas van dirigidas al aparador. Contra la tenencia nada.
Y si nos vamos a las limitaciones, por igual resultan algo tímidas las medidas como prohibir el comercio abierto de los llamados rifles de asalto, si consideramos el notable mercado negro que prolifera dentro y fuera de los Estados Unidos, al margen de cualquier restricción.
Se pone límite al número de cargadores de alta capacidad y también se buscará impedir la venta de armamento a personas con antecedentes penales mediante la comprobación previa.
Buscarían combatir esa doble moral hoy presente en la legislación que si bien prohíbe la producción y venta de las balas perforadoras de blindaje, no castiga su posesión.
Por supuesto, sorprende el que un pueblo con alto nivel de escolaridad y donde la información circula a raudales, siga otorgando un mínimo de seriedad a los grupos de extrema derecha cuando religiosamente invocan la llamada “segunda enmienda” que consagra como un derecho popular la posesión de armas.
Sería, incluso, cómico si no fuera tan trágico.
Importa precisar que dicho añadido a la constitución de ese país data de 1791 cuando las armas de fuego eran rudimentarios mosquetones que no usaban balas ni cartuchos pues se cargaban embutiendo de manera independiente la pólvora y los perdigones de cada disparo, con su respectivo fulminante.
La referencia más fácil que se me ocurre para ilustrar este comentario es recordar a ciertos héroes del comic y la TV como TOMAHAWK y DANIEL BOONE, personajes emblemáticos de la cultura popular que idealizan a los viejos pioneros y colonos de dicha nación. Sus armas eran así.
Nada que ver, por supuesto, con las máquinas altamente mortíferas como el fusil de asalto Bushmaster AR-15 empleado en la reciente masacre de Connecticut, capaces de vomitar centenares de balas en unos cuantos segundos con sólo apretar una vez el gatillo.
En este sentido, la segunda enmienda tantas veces invocada constituye una antigualla tan obsoleta como las armas (hoy de museo) a las que hacía referencia y para las cuáles fue redactada.
Emplearla hoy como argumento adquiere ribetes de superchería al servicio de una industria de la muerte que sólo piensa en altas ventas, año con año.
Un negocio que en las últimas décadas ha incorporado todos los trucos del marketing (como si fueran televisores, autos o ropa) para estimular la adquisición irracional de armamento doméstico.
Se antoja incluso un artificio macabro el que la publicidad promueva el desenfreno consumista en este sector, identificando la compra (posesión, colección) con sensaciones banales pero muy extendidas como el “estatus”, el éxito, la moda o el prestigio personal, con la desfachatez de quien anuncia perfumes.
El mal está, pues, tan arraigado en la mentalidad estadounidense que aún las medidas prudentes adoptadas ahora por OBAMA se topan con la resistencia férrea de quienes le siguen creyendo a la fascistoide NRA (National Rifle Association) cuando alega que cualquier limitación es contraria a los valores esenciales de la libertad americana.