Cd. Victoria, Tam.- Me ganó el tema don ANGEL VIRGEN al intitular su columna de este martes “el perro y la cabeza humana”. Asunto que nos remite a un episodio de terror registrado en la localidad de Monte Escobedo, Zacatecas, el miércoles 27 de octubre y confirmado luego por el gobierno de allá mismo.
Un perro llevando en el hocico un cráneo. Campante el animal, había conseguido comida fresca. Dice el reporte local: “a pocos metros de la Presidencia Municipal, en la esquina con la calle Colegio Militar.”
La fuente fue un video que se sospecha habrían subido a las redes los propios ejecutores. Entre la crueldad y el humor negro, pasando por la jactancia.
Pero (hete aquí) que apenas cuatro días después (lunes 31) un perro más (¡otro!) fue sorprendido por las calles de Irapuato, Guanajuato, llevando un brazo humano entre los dientes.
La diferencia es que este segundo caso representó, al menos, un indicio útil a la indagación policial. La autoridad siguió la pista y reportó el hallazgo de ocho fosas clandestinas con medio centenar de bolsas atestadas de restos humanos.
¿Día de brujas, día de muertos, calabazas, catrinas, calaveras, espíritus chocarreros?... La realidad ha rebasado con creces dichas fantasías, con el añadido de que ahora lo vivimos y padecemos todo el año, día tras día, semana a semana, mes con mes.
Dice ANGEL: “Hemos perdido capacidad de asombro. Inmerso en tanta violencia como está el país, parece que ya nada nos asusta.”
En efecto, episodios sangrientos que por sí mismos habrían dejado su marca en un sexenio, hoy suceden con regularidad creciente. Todavía no digerimos uno cuando ya debemos hacerle espacio al otro.
Hemos dejado de contarlos por víctimas individuales. Ahora es al bulto, por sucesos, por matanzas, la de Allende, la de Zinapécuaro, la de San José de la Gracia, Creel, Minatitlán, Gómez Palacio o Coatzacoalcos.
Un perro llevando en el hocico un cráneo. Campante el animal, había conseguido comida fresca. Dice el reporte local: “a pocos metros de la Presidencia Municipal, en la esquina con la calle Colegio Militar.”
La fuente fue un video que se sospecha habrían subido a las redes los propios ejecutores. Entre la crueldad y el humor negro, pasando por la jactancia.
Pero (hete aquí) que apenas cuatro días después (lunes 31) un perro más (¡otro!) fue sorprendido por las calles de Irapuato, Guanajuato, llevando un brazo humano entre los dientes.
La diferencia es que este segundo caso representó, al menos, un indicio útil a la indagación policial. La autoridad siguió la pista y reportó el hallazgo de ocho fosas clandestinas con medio centenar de bolsas atestadas de restos humanos.
¿Día de brujas, día de muertos, calabazas, catrinas, calaveras, espíritus chocarreros?... La realidad ha rebasado con creces dichas fantasías, con el añadido de que ahora lo vivimos y padecemos todo el año, día tras día, semana a semana, mes con mes.
Dice ANGEL: “Hemos perdido capacidad de asombro. Inmerso en tanta violencia como está el país, parece que ya nada nos asusta.”
En efecto, episodios sangrientos que por sí mismos habrían dejado su marca en un sexenio, hoy suceden con regularidad creciente. Todavía no digerimos uno cuando ya debemos hacerle espacio al otro.
Hemos dejado de contarlos por víctimas individuales. Ahora es al bulto, por sucesos, por matanzas, la de Allende, la de Zinapécuaro, la de San José de la Gracia, Creel, Minatitlán, Gómez Palacio o Coatzacoalcos.
MORTANDAD COTIDIANA
En cada hallazgo como el de Irapuato hay más muertos que en Ayotzinapa, más que en Tlatlaya y Acteal, más que en Tlatelolco y el jueves de Corpus. Prosperidad de funerarias, nota roja a borbotones.
Y ocurre que son noticia permanente lo mismo en Zacatecas y Guanajuato que en Jalisco, Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Nuevo León o Sonora. En los cuatro puntos cardinales del mapa nacional.
Pero resulta que las víctimas (cuando las identifican) son gente tan convencional, tan carente de fama y fortuna que rápidamente se convierten en número, cifra, estadística. Las lloran sus deudos, el país las olvida. Ya ni los aniversarios hacen mella en los medios. Son nota al calce, lateral, minúscula, a menudo inexacta.
¿La sobreexposición al dolor endurece el alma? El hábito de llorar, ya sin lágrimas, el mirar sin mirar el encabezado y la fotografía, el hábito ingrato de voltear para otro lado.
Cuando la capacidad de respuesta termina anulada, inmóvil, insensible ante una crueldad que como las calabazas de Halloween nos obsequia su carcajada siniestra a la vuelta de cada día, en cada portada de periódico, portal de noticias, noticiero televisivo.
Habría que preguntar a los profesionales de la conducta sobre los efectos del pasmo en la razón crítica. Cuando ha sido rebasada la capacidad de espanto y la opinión pública cruza el umbral de la sorpresa, yendo más allá de la indignación, la rabia, el coraje, la impotencia. ¿Equivale al efecto de una mutilación, lobotomía acaso?
OTRAS CATRINAS
En el último medio siglo, el cine de Hollywood parece haberse estacionado en la veta temática de los muertos vivientes (zombis, les llaman). Depredadores feroces, a menudo rugientes, gratuitos en su agresividad. Nicho de mercado jugoso en ganancias pues continúa vigente hasta en los servicios de streaming.
Aunque nada de ello (ni todo junto) iguala a la tragedia mexicana de cada día. De haber tantita vergüenza, de existir aunque fuera una pisca de conciencia moral, las autoridades policiales no tendrían derecho a descansar, ni a cobrar completo su sueldo.
Menos a festinar sus inexistentes logros, frente a una realidad horrenda que nos brinca a los ojos y cuya impunidad se incluye como moneda de cambio en la mesa de las negociaciones partidistas.
¿Cuántas masacres, alguien sabe cuántas llevamos de 2018 a la fecha?... Entre las más recientes, la de los guatemaltecos en Camargo, Tamaulipas, en 2021, por citar un caso.
Sus perpetradores siguen ahí. Perseveran, se multiplican en la medida que nadie ni nada los detiene, como aquellas especies animales cuyo depredador natural está ausente.
Escribo en la tarde del miércoles 2 de noviembre, Día de Muertos. Dicen que es fiesta por su colorido, aunque ya debiera tener otro significado, menos pintoresco, más cívico, autocrítico y activo.
Más participativo ante este México que se desangra y exige a gritos respuestas prácticas de aplicación general ante la impunidad delictiva y en defensa del estado de derecho. Que los convocados se vistan de catrines y de catrinas, muy bien, pero que sea para reclamar justicia.