Cd.
Victoria, Tam. – Andan bajos los
bonos de las bases partidistas. Para el 2018, en todas las trincheras, el valor
supremo es la obediencia.
En algunos casos (PRI) por tradición, en
otros por estrategia (PAN, PRD) y los hay también (MC, PT, MORENA) por cruda
conveniencia.
Diversidad de motivos, su común
denominador descansa en el argumento central de que la competencia real por
cargos y nominaciones es de alto riesgo.
Les resulta más económico y eficaz el
amarre cupular, la negociación en corto. En “cuadro chico” (como se dice ahora)
a veces bajo el disfraz de elección interna, pero con ganador designado y adversarios
ficticios.
La tendencia dominante así lo marca. Hoy
en día, las dirigencias le apuestan al principio de autoridad vertical, el
control centralizado.
Eso que llaman disciplina partidista. Exclusiva
antes del PRI (y sus ancestros, PNR, PRM) ahora es regla victoriosa en todo el
espectro electoral.
Secreto, en efecto, de la permanencia tricolor
en el poder. Se dice fácil, pero fueron 71 años en el plano federal (1929-2000)
y 87 en el tamaulipeco (1929-2016).
Desde su retiro, FELIPE CALDERÓN y
CUAUHTEMOC CÁRDENAS consideran dicho manejo de los procedimientos internos como
un retroceso grave.
Aunque los beneficiarios del modelo
tienen otra óptica. Les parece genial reprogramar a las bases en la vieja
subcultura de la obediencia. El temor a la exclusión.
Arriba deciden, abajo meten sordina a
sus inconformidades. Mejor todavía, aplauden, votan y acaso compitan por
demostrar la mayor eficiencia posible en el sagrado arte de la subordinación,
con la esperanza de ser recompensados.
Los mandos satanizan así el criterio
individual. En la medida que acates, serás necesario y algún espacio tendrás en
el reparto venidero. Opinar, actuar, hacer planes por tu cuenta es riesgoso.
Siendo meta prioritaria la
gobernabilidad en los frentes internos, la cargada se diversifica. Ya marchan
los contingentes atrás de MEADE, AMLO y ANAYA.
En mayor o menor medida, así operan
todos los partidos, incluyendo a los membretes de existencia satelital. Monarquías
(que no presidencias) con una sólida y exitosa arquitectura vertical, MC, PVEM,
PT, PANAL.
Pequeños reinos fundados y dirigidos por
ALBERTO ANAYA, la dinastía GONZÁLEZ (JORGE y EMILIO), DANTE DELGADO y (hasta su
rebelión en 2011) la señora GORDILLO.
Proyectos nacidos para jamás crecer y
con ello perpetuar a grupos pequeños de franquiciarios. Si la prerrogativa es
poca, al líder le toca.
Achaparrar las organizaciones y
preservarlas solo con el oxígeno necesario para asegurar el registro, resulta
mejor negocio que incrementar su militancia y extender el reparto de beneficios.
Y oiga usted, para eso están aquí, para eternizarse.
Ser pequeños a perpetuidad por voluntad propia y elemental conveniencia.
Excluye y acapararás.
Dar el peso porcentual indispensable que
garantice financiamientos, cuotas plurinominales y esas canonjías discretas a
las que todo opositor amigable (o negociable) tiene derecho.
Antigua la duda, ¿están preparados los
mexicanos para gobernar?...
Lo notable es que once décadas después
de la entrevista concedida por el general PORFIRIO DÍAZ al reportero JAMES
CREELMAN (1908), la pregunta siga vigente.
La respuesta de DÍAZ fue positiva. Se retiraría
del poder, habría respeto al voto en la contienda presidencial de 1910. En
ambos aspectos mintió, volvió a postularse y se robó la elección.
Con algunas variantes, la inquietud
pervive. ¿Están preparadas las bases para elegir libremente dirigencias y
candidaturas?
Sus líderes dirán que sí, aunque promuevan
lo contrario. Desconfían de la voluntad colectiva y por ello han entronizado un
control maestro que supervisa y guía las correas de transmisión entre cúpulas
visibles y socios invisibles. Lo demás es discurso.