lunes, 11 de marzo de 2013

Cónclave: el cambio pospuesto


Cd. Victoria, Tam.- Acaso sea pedirle demasiado a una institución como la Iglesia Católica Romana que se revolucione a sí misma cuando no ha pisado todavía la antesala de la modernidad.
En este sentido, resulta ingenuo esperar que la alta curia vaticana haga suyas las banderas radicales expuestas por la Teología de la Liberación cuando ni siquiera ha querido transitar los caminos hacia la equidad de género o la transparencia administrativa, ni aún replantear antiguallas como el celibato o la tesis creacionista.
Hace ocho años, tras la muerte de JUAN PABLO II, escribí en este mismo espacio (“WOJTYLA de carne y hueso”, 050404) que a pesar del uso intensivo del marketing, el suyo fue un papado en extremo conservador.
Peor aún, sus 27 años de reinado frenaron de golpe el proceso de apertura gradual hacia posiciones progresistas que había venido operándose desde las administraciones de JUAN XXIII (ANGELO RONCALLI) y PABLO VI (GIOVANNI MONTINI), impulsores del largo y ecuménico Concilio Vaticano II (1962-1965).
Actualización que estaba llamada a coronarse tras la muerte de PABLO VI y la llegada de un papa más liberal como sin duda lo fue JUAN PABLO I (ALBINO LUCIANI) en agosto de 1978.
Ello, si no fuera porque este fallece en circunstancias por demás extrañas a los 33 días de su asunción, aparentemente de un paro cardiaco.
Muerte oportuna para los adversarios del cambio, se especuló mucho sobre un presunto envenenamiento, quizás porque el regicidio por la vía de brebajes malignos es una augusta tradición romana, de los césares a los MEDICI.
Y, sobre todo, porque la gente estaba dispuesta a creer al periodista inglés DAVID YALLOP cuando señaló en su libro “In god´s name” (“En el nombre de Dios”) que cardenales y banqueros del Vaticano vinculados a la mafia habrían conspirado para matar al primer JUAN PABLO (LUCIANI) buscando cortar de tajo su proyecto reformista.
Todo esto lo señalé en aquel artículo del 2005 (4 de abril) tras anunciarse el deceso del segundo JUAN PABLO (WOJTYLA) y cuando aún no se sabía que el sucesor sería el cardenal bávaro JOSEPH RATZINGER.
Y, bueno, sumando ambos mandatos consecutivos, los 27 años del papa polaco y los casi 8 del vicario alemán, contaríamos arriba de 35 años gobernados por un conservadurismo de corte pre-conciliar, de espaldas al mundo, que le ha salido bastante caro a la iglesia vaticana en términos de influencia, de poder incluso.
Un molde rígido que, para decirlo en términos llanos, ubica en un serio predicamento a la institución católica en el mercado global de la fe.
El pontífice entrante encontraría, pues, un panorama verdaderamente crítico ante (1) una Europa secularizada que ha reducido sus templos a meros sitios turísticos o de interés museográfico, (2) un Islam que no deja de crecer, incluso por arriba de la media poblacional, (3) la gran plasticidad mediática que sin duda demuestran las congregaciones cristianas nacidas de la reforma luterana y calvinista, conocidas genéricamente como protestantismo, (4) la consolidación en tierras occidentales de las llamadas religiones dhármicas: hinduismo, budismo, jainismo, etc., (5) amén del encanto que sin duda despiertan las novedosas formas de espiritualidad alternativa nacidas del sincretismo y englobadas en el concepto “new age”.
Difícil contexto para el cónclave que inicia mañana martes en Roma, pues en manos de los 115 purpurados que decidirán el rumbo de la Iglesia Católica está la suerte de una institución hoy por hoy vinculada al dilema de renovarse o perecer.
Elegir un tercer vicario ultraconservador al hilo se antoja suicida. Acaso una opción sería recuperar el camino modernizador perdido con la muerte de ALBINO LUCIANI en 1978. Esto es, retomar el espíritu ecuménico del Concilio II marcado por JUAN XXIII y PABLO VI.
Con el añadido, por primera vez en 600 años, de que el papa anterior no yace en sepultura alguna pues observa todo desde la penumbra.