Cd. Victoria, Tam. – Razones hay (y muy justificadas) para que la gente dude
de las encuestas en este país, si recordamos su abuso propagandístico perpetrado
desde el poder en comicios presidenciales como los de 2006 y 2012. Ello, para
no entrar en ejemplos regionales, tarea interminable.
En este caso, la gente no cuestionaría a
las encuestas por sí mismas sino (más bien) el que hayan ofrecido resultados cuestionables,
sospechosos de falsedad. Numeritos de escritorio, ajenos a cualquier
investigación.
Existe, sin embargo, otro argumento que
eventualmente se emplea para impugnar esta clase de trabajos. Un lugar común
que los propios encuestadores emplean, cuando dicen que las intenciones del
voto, expresadas en porcentajes, retratan solamente un momento. No reflejan la
película completa.
De entrada, cualquier persona estaría de
acuerdo con ello. En efecto, la instantánea jamás debe sobrevalorarse pues las
opiniones suelen variar, en la continuidad de los días que abarquen las
campañas.
El argumento es cierto y muy necesario,
aunque no descalifica los muestreos. Solamente acota la interpretación de sus
resultados.
Les otorga un valor temporal, aproximado
y apenas en tránsito hacia la decisión final que deberá expresarse ante la urna,
el día de las elecciones.
Y es, precisamente, en este hilo de
pensamiento donde encontramos la verdadera utilidad de los sondeos, el sentido
último de la estadística electoral.
La clave es el tiempo. El que podamos
apreciar, en panorámica, los resultados ofrecidos por diversas casas
encuestadoras a lo largo de los meses.
Lo cual permite ir más allá del instante,
unir los puntos de distintas fotografías y trazar líneas a las que (con justa
razón) llamamos tendencias.
El mejor consejo, pues, para no
perdernos en la imagen del momento, sería observar dichas líneas temporales, la
sucesión de puntos.
Por todo ello, a 24 días de las
elecciones, la noticia es que ya tenemos un conjunto de instantáneas recabadas
por diversos estudios de opinión donde habita, precisamente, el tiempo.
De aquí el valor prospectivo que tiene
el saber (por citar un ejemplo) que la competencia senatorial en Tamaulipas ubica
un par de fórmulas (PAN y MORENA) que de manera sostenida han encabezado las
preferencias.
O bien que la contienda presidencial señala
a un candidato (AMLO) con amplia delantera en las mediciones hechas por
prácticamente todas las agencias. Considerando además que dicha tendencia se ha
conservado, de manera consistente, desde el inicio de las campañas.
Si ello se debe a que el hombre lleva 18
años haciendo proselitismo (desde que era jefe del gobierno capitalino) nada
tiene que ver con la veracidad de sus números actuales. En todo caso, permite
entenderlos mejor.
O también, si hizo un uso demasiado
personal de la propaganda partidista y la centralizó en la promoción de su
imagen, tendremos acaso elementos para criticar su desempeño político desde un
sentido ético.
Le podemos llamar inmoral, mesiánico,
demagogo o mentiroso, pero ello no resta un ápice de validez a sus índices de
popularidad. Así lo acepta la gente.
Los números fríos poseen vida
independiente al desagrado que nos cause un candidato y su partido, el que
desaprobemos sus prácticas, desdeñemos sus propuestas y nos incomode su oferta política.
Ciertamente, el trabajo que haga público
un encuestador al día de hoy jamás tendrá un valor profético, ni debemos verlo
como vaticinio o predicción segura. Ni siquiera es este el propósito.
Sin embargo, las tareas realizadas en
momentos distintos, a lo largo de semanas y meses, no por uno, sino por varios
estudiosos, con metodología, intereses y enfoques diferentes, vistos en perspectiva
y comprendidos en su conjunto, pueden dibujar trayectorias y marcar rumbos de
manera significativa.
Este es el valor de las encuestas que (por
cierto) no impide su carácter falible, como toda obra humana y donde además
caben imponderables como el que (1) la gente cambie de opinión ante sucesos
inesperados, (2) o bien tenga guardada una intención del voto distinta a la que
expresa cuando la entrevistan.
El mejor ejemplo es la elección de
DONALD TRUMP en noviembre de 2016, hoy célebre (paradigmática, acaso) tras
echar por tierra las predicciones de los especialistas que, en amplio número, lo
daban por perdido.
Lo que en todo caso muestran los yerros
de dicha magnitud, es la presencia de factores mal valorados (o incluso, no
considerados) en la prospectiva.
Recordable, también, la elección de 2016
en Tamaulipas donde el escenario más común proyectado en la víspera era de un
triunfo apretado y un congreso dividido, resultando al día siguiente que el
panista CABEZA DE VACA ganó con amplitud la gubernatura, logrando una cómoda
mayoría en la cámara.
Siempre habrá elementos ocultos en toda
previsión, pero ello jamás invalidará el esfuerzo, si los resultados son
estimados en su justa magnitud. Ni sobrevaloración, ni desprecio.
Tiene sentido, pues, seguir buscando, como
BORGES, el plano del laberinto, aún a sabiendas de que su utilidad es pasajera
y su valor aproximativo.