jueves, 29 de agosto de 2013

Multiplicación orgánica


Cd. Victoria, Tam.- Contra la opinión general, no creo que un político deba ser versado en literatura, erudito en artes plásticas o exégeta bíblico para llevar a buen fin la tarea por el voto encomendada.
Congruencia es lo único que se pediría al gobernante en todos los campos y, por supuesto, en el ejercicio de la facultad humana por excelencia: la palabra.
El buen sustento (solvencia, sinceridad) de sus dichos. Si hablas de rábanos no los confundas con repollos.
Exigencia de honestidad que involucra a cualquier individuo (político o no) sin distingos de escolaridad o nivel socioeconómico.
No platiques de aquello que no sabes, evita darlo por seguro si no te consta, jamás cites por citar autores que desconoces.
Parece fácil pero incluso en el fuero íntimo tiene su chiste distinguir con precisión la frontera entre creencia y certeza, suposición y verdad comprobada.
Por ello en las redacciones siempre será útil preguntar al reportero novicio si tal o cuál aseveración se asocia a (1) lo que realmente ocurre, (2) lo que sería impactante que sucediera desde el punto de vista noticioso aunque no esté suficientemente fundado, o bien (3) lo que al autor conviene en función de filias y fobias, preferencias o intereses personales.
Este último punto menudea, por ejemplo, entre quienes barajan nombres de prospectos a cargos de elección popular, como si una mentira tuviese el potencial de convertirse de manera automática en profecía autocumplida.
Se atribuye al chino CONFUCIO cierta definición donde el hombre sabio sería aquel que “conoce sus límites”. Se refiere a la frontera entre conocimiento e ignorancia, ahí donde lo verosímil no siempre es garantía de ser veraz.
La disposición anímica para distinguir en todo momento asuntos que se conocen bien de aquello sobre lo cuál hay elementos abundantes pero no la seguridad plena o bien nociones periféricas de las cuáles sólo existe referencia vaga.
De nuevo los límites. A partir de qué umbral la certidumbre se convierte en suposición más o menos plausible y en qué momento esta última deviene en especulación peregrina o, de plano, en patraña artera al servicio de algún deseo inconfesable.
Quiero pensar que también existe el soberano derecho a la ignorancia en cualquier persona, incluyendo a la clase política.
En este sentido, la verdadera equivocación de PEÑA NIETO en el FIL de Guadalajara (diciembre de 2011) no radica en confundir a FUENTES con KRAUZE. Su error fue decirlo, hablar sin saber.
Aplica igual en la atrocidad perpetrada por la señora SAHAGÚN cuando citó a TAGORE sin tener maldita idea, cambiándole de sexo (“la poetisa”).
O de FOX al permitir que sus escribanos incluyeran en su discurso a un autor tan ajeno a su horizonte cognitivo que atropelló con su lengua nombre y apellido delante de la realeza española (“JOSE LUIS BORGUÉS”).
Poco afecto a la lectura, el general LÁZARO CÁRDENAS fue un gran presidente, mientras que JOSÉ LÓPEZ PORTILLO nos legó un desastre mayúsculo pese a su condición de escritor, lector juvenil de HEGEL, conocedor devoto del México antiguo y maestro en Teoría del Estado.
Esto lo reconoció hace tiempo (cito fuente) JOAQUÍN LÓPEZ DÓRIGA, por cierto amigo cercano de LÓPEZ PORTILLO.
En fin, hoy día las redes sociales hierven por un nuevo resbalón del mandamás venezolano NICOLÁS MADURO. Sorprende que en tiempo tan corto acumule un amplio historial de pifias.
Si un día dijo platicar con un pajarito luego confundió las banderas de Cuba y Puerto Rico, se refirió a las mayorías bolivarianas en términos de “millones y millonas” y ahora cita a la Biblia aludiendo a la multiplicación de… “los penes” (sic).
Simple lapsus, tal vez, al empalmar dos palabras vecinas: panes y peces. En MADURO, no obstante, se repite la tendencia arriba mencionada.
Regirse por ocurrencias y no por certezas, hablar tan a la ligera que tarde o temprano lo que emerge de su chistera no es un conejo sino una gallina, quedando en evidencia el prestidigitador infame.