Cd. Victoria, Tam.-
Contra la opinión general, no creo que un político deba ser versado en
literatura, erudito en artes plásticas o exégeta bíblico para llevar a buen fin
la tarea por el voto encomendada.
Congruencia
es lo único que se pediría al gobernante en todos los campos y, por supuesto,
en el ejercicio de la facultad humana por excelencia: la palabra.
El buen
sustento (solvencia, sinceridad) de sus dichos. Si hablas de rábanos no los
confundas con repollos.
Exigencia
de honestidad que involucra a cualquier individuo (político o no) sin distingos
de escolaridad o nivel socioeconómico.
No platiques
de aquello que no sabes, evita darlo por seguro si no te consta, jamás cites
por citar autores que desconoces.
Parece
fácil pero incluso en el fuero íntimo tiene su chiste distinguir con precisión
la frontera entre creencia y certeza, suposición y verdad comprobada.
Por
ello en las redacciones siempre será útil preguntar al reportero novicio si tal
o cuál aseveración se asocia a (1) lo que realmente ocurre, (2) lo que sería
impactante que sucediera desde el punto de vista noticioso aunque no esté
suficientemente fundado, o bien (3) lo que al autor conviene en función de filias
y fobias, preferencias o intereses personales.
Este
último punto menudea, por ejemplo, entre quienes barajan nombres de prospectos a
cargos de elección popular, como si una mentira tuviese el potencial de
convertirse de manera automática en profecía autocumplida.
Se
atribuye al chino CONFUCIO cierta definición donde el hombre sabio sería aquel
que “conoce sus límites”. Se refiere a la frontera entre conocimiento e ignorancia,
ahí donde lo verosímil no siempre es garantía de ser veraz.
La disposición
anímica para distinguir en todo momento asuntos que se conocen bien de aquello
sobre lo cuál hay elementos abundantes pero no la seguridad plena o bien nociones
periféricas de las cuáles sólo existe referencia vaga.
De
nuevo los límites. A partir de qué umbral la certidumbre se convierte en
suposición más o menos plausible y en qué momento esta última deviene en
especulación peregrina o, de plano, en patraña artera al servicio de algún
deseo inconfesable.
Quiero
pensar que también existe el soberano derecho a la ignorancia en cualquier persona,
incluyendo a la clase política.
En este
sentido, la verdadera equivocación de PEÑA NIETO en el FIL de Guadalajara (diciembre
de 2011) no radica en confundir a FUENTES con KRAUZE. Su error fue decirlo,
hablar sin saber.
Aplica
igual en la atrocidad perpetrada por la señora SAHAGÚN cuando citó a TAGORE sin
tener maldita idea, cambiándole de sexo (“la poetisa”).
O de
FOX al permitir que sus escribanos incluyeran en su discurso a un autor tan
ajeno a su horizonte cognitivo que atropelló con su lengua nombre y apellido delante
de la realeza española (“JOSE LUIS BORGUÉS”).
Poco afecto
a la lectura, el general LÁZARO CÁRDENAS fue un gran presidente, mientras que JOSÉ
LÓPEZ PORTILLO nos legó un desastre mayúsculo pese a su condición de escritor,
lector juvenil de HEGEL, conocedor devoto del México antiguo y maestro en
Teoría del Estado.
Esto lo
reconoció hace tiempo (cito fuente) JOAQUÍN LÓPEZ DÓRIGA, por cierto amigo
cercano de LÓPEZ PORTILLO.
En fin,
hoy día las redes sociales hierven por un nuevo resbalón del mandamás
venezolano NICOLÁS MADURO. Sorprende que en tiempo tan corto acumule un amplio historial
de pifias.
Si un
día dijo platicar con un pajarito luego confundió las banderas de Cuba y Puerto
Rico, se refirió a las mayorías bolivarianas en términos de “millones y
millonas” y ahora cita a la Biblia aludiendo a la multiplicación de… “los
penes” (sic).
Simple lapsus,
tal vez, al empalmar dos palabras vecinas: panes y peces. En MADURO, no
obstante, se repite la tendencia arriba mencionada.
Regirse
por ocurrencias y no por certezas, hablar tan a la ligera que tarde o temprano
lo que emerge de su chistera no es un conejo sino una gallina, quedando en
evidencia el prestidigitador infame.