lunes, 17 de diciembre de 2012

Ese oscuro amor por las armas


Cd. Victoria, Tam.- De todos los señalamientos que podríamos hacer contra la administración y desempeños de FELIPE CALDERÓN HINOJOSA, acaso haya un rubro donde debamos reconocer que acertó palmariamente.
Su advertencia severa, terca y recurrente sobre el desfachatado tráfico de armamento que priva en la Unión Americana.
Apenas el verano pasado JORGE RAMOS, conductor de UNIVISIÓN y articulista del diario REFORMA, había señalado que en Estados Unidos es más difícil comprar un medicamento que un rifle de asalto.
Tengo todo esto en mente cuando repaso los trágicos sucesos que hoy cubren de luto a la pequeña comunidad de Newtown, Connecticut.
Todas las muertes duelen, aunque la pena se encaja más hondo cuando se trata de vidas inocentes, más grave aún si son niños.
Varias veces me he ocupado en este espacio de las masacres cíclicas que conmueven a las escuelas del vecino país, señalando, sobre la lógica de los hechos, que la frustración es doble para el aparato de seguridad y de justicia norteamericano, jueces y policías, a saber:
(1) Nada hay por investigar puesto que en la inmensa mayoría de los casos, se trata de homicidas espontáneos sin relación alguna con organizaciones terroristas ni fines políticos. El asesino o asesinos actúan por patología pura, por eso que llaman “locura americana”, peculiar forma de catarsis que de manera violenta (y en una sola entrega) busca expulsar sus demonios.
(2) Y nada tampoco por castigar porque en buena parte de estos episodios los homicidas se suicidan o son liquidados por la policía.
Al final del día, la sensación de impotencia se apodera de todos: padres de familia, maestros, jefes policíacos y gobernantes. Sólo les resta llorar y cumplir con los protocolos funerarios.
Y como dice el propio RAMOS, con un dejo de pesimismo: “hasta la próxima”.
Lo cuál hace pensar que la clave de esta calamitosa secuela de multihomicidios no está, precisamente, en el lugar de los hechos.
Si dirigimos nuestra mirada a Newtown, lo que vamos a encontrar es un veinteañero desquiciado en quien concurre un problema de origen (Síndrome de Asperger, parecido al autismo) y, en calidad de detonante, la separación de sus padres.
La explicación de fondo no está ahí, por supuesto. La perspectiva debe ser más amplia y abarcar en su conjunto el mapa estadounidense, la idiosincrasia y mentalidad propias de una nación guerrera donde el culto a las armas parecería formar parte de su identidad.
Entre GEORGE WASHINGTON y BARACK OBAMA se cuentan con los dedos de una mano los gobiernos que han permanecido ajenos a un conflicto bélico.
Imperio al fin, la típica familia norteamericana tiene un bisabuelo que peleó en la Segunda Guerra Mundial o en Corea, un abuelo veterano de Vietnam o de Camboya, padre, tíos o hermanos que han desembarcado en Guyana, Panamá, Bosnia, Afganistán o en las dos guerras del Golfo Pérsico.
Por si fuera poco, en las raíces del pensamiento estadounidense, desde los padres fundadores, existe la certeza de que la posesión indiscriminada de armas es parte esencial de sus derechos fundamentales, del sueño americano y sus libertades básicas.
Arcaísmo del cuál hoy medra el marketing de fabricantes y expendedores que alimentan el fogón de la fiebre consumista como un símbolo de status social, como si fueran electrodomésticos, perfumes o autos.
Juguetes caros y en extremo peligrosos, su adquisición compulsiva ocupa hoy un renglón importante en la sociedad de consumo americana.
La devoción por las armas redunda pues en un culto a la muerte que infecta a millones de hogares. Y esto los lleva a acumular, con afán de coleccionista, mas artefactos de los necesarios para su legítima defensa.
La locura americana comienza ahí.
¿Cabria preguntar por qué una maestra de pueblo (madre y primera víctima de ADAM LANZA) tendría en su casa fusiles de asalto Bushmaster Patrolman’s M4A3, propios del ejército?
En efecto, la locura americana comienza ahí, en ese oscuro amor por las armas.