Cd.
Victoria, Tam. Asignatura pendiente,
despreciada por los reformadores de los 80s y 90s, la modernización laboral
llega por fin a México, mire usted la paradoja.
Aparece promovida por un gobierno de izquierda, pero
exigida desde las potencias industriales con las que México tiene suscrito (pero
no confirmado) el nuevo Tratado de Libre Comercio, el antiguo TLC, hoy
renombrado como TMEC.
Aunque si ampliamos el horizonte, tanto en América del
norte como en Europa, los ricos el mundo de pronto descubren (con una mezcla de
hipocresía y asombro) que el saqueo brutal de las riquezas en el llamado Tercer
Mundo representa el detonador central de las migraciones masivas a sus metrópolis
imperiales.
Pueblos árabes y del África subsahariana cruzando el Mediterráneo
para acomodarse como pueden en Francia, Alemania, Suiza, Holanda, Bélgica, España,
hasta llegar a Gran Bretaña y los países escandinavos.
Aunque también los latinoamericanos del más variado
origen peregrinando por millares hacia los Estados Unidos y Canadá. Sumándose a
los asiáticos pobres que llegan por la costa Pacífica a la Unión Americana, se
asientan en California o suben a Vancouver.
En todos los casos, llegan huyendo de reyezuelos
sanguinarios, dictaduras brutales, represión, persecución, ausencia de
libertades, inseguridad, violencia, organizaciones delictivas.
Pero, sobre todo, la búsqueda de espacios donde la
capacidad humana por excelencia (el trabajo) esté decorosamente pagada, soñando
con vivir del propio esfuerzo.
Invasión silenciosa que pone en un predicamento la
identidad étnica y cultural de los países receptores y activa, en consecuencia,
sentimientos defensivos, a ratos cercanos a la histeria.
La xenofobia del señor TRUMP es ejemplo de ello,
aunque similares reacciones se registran hoy en Ámsterdam, Paris, Berlín o
Madrid.
Demasiada gente negra, amarilla, café con leche disputándoles
cada palmo de terreno. Los pobres de la Tierra que en un primer momento se
acomodaron en empleos modestos, miserables.
Aunque luego, en las siguientes generaciones, fueron
ganando espacios por la vía del trabajo y la educación, avanzando hacia cargos
ejecutivos y el poder político.
Se convirtieron en patrones, jefes, jerarcas intermedios,
miembros de la clase gobernante, periodistas, intelectuales, artistas.
COINCIDENCIA
EXTRAÑA
Lo curioso es que cuando los supremacistas blancos en
Europa y Estados Unidos se empezaron a preguntar con la seriedad suficiente sobre
el detonador de estas migraciones masivas se toparon de frente con (1) los
altísimos niveles de pobreza propiciados por (2) el modelo de capitalismo
salvaje que ellos mismos impusieron en Asia, África y América Latina.
Más todavía, se lo están gritando a DONALD TRUMP sus
amigos rubios, anglosajones, protestantes. La explicación es clara, los
trabajadores sin patria siguen, de manera puntual, la ruta del dinero que las
potencias (antes coloniales, hoy colonialistas) van dejando desde las naciones
menos desarrolladas.
Y bueno, mientras los pueblos se conformaron con ello,
el problema era visto con desdén. No pintaba en la estadística ni les hacía
gestos por sus ventanas.
Incluso, cuando la emigración del tercer mundo fue poca,
aislada y controlable, tampoco les preocupó más allá del plano anecdótico.
Le daban la bienvenida porque hacía los campos de
cultivo más rentables al emplear indocumentados por la tercera parte del
salario que cobraría un trabajador local. Y sin tener que pagarles seguridad
social.
Ocurrió, sin embargo, que los traslados de pequeños núcleos
familiares se fueron escalando hasta convertirse en operativos de centenares y
(hoy lo vemos en Guatemala y El Salvador) millares de migrantes organizados.
Muchedumbres respaldadas en la lógica de los grandes números para mejor defensa de su integridad, la seguridad de bienes y personas ante el acoso de autoridades abusivas y bandas criminales.
Muchedumbres respaldadas en la lógica de los grandes números para mejor defensa de su integridad, la seguridad de bienes y personas ante el acoso de autoridades abusivas y bandas criminales.
Algo tiene que ver en esto el auge de la comunicación,
en singular (medios, redes, telefonía móvil) y el de las comunicaciones, en
plural, (carreteras, rutas marítimas).
ASUMIR LO
EVIDENTE
Es así que las élites del primer mundo dicen descubrir
algo que sospecharon desde siempre. La impaciencia ante la miseria extrema no
está dispuesta a esperar gobiernos mejores, leyes más justas o economías más
equitativas.
Para quien sufre, hay otra forma de asumir el propio
destino y optar por una vida más razonable. Votar con los pies. Y cuando esta
forma de elección se torna masiva, es capaz de preocupar incluso a los hombres
duros de entendederas como el propio TRUMP.
Desde ahora deben saberlo. No hay ni habrá muro capaz
de contener a quienes han vivido, por generaciones, bajo el horror cotidiano, el
hambre, la violencia y la propia criminalidad del Estado.
Hace tiempo perdimos la cuenta sobre las advertencias
de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la injusta
distribución del ingreso que se convierte en detonador natural de la criminalidad.
Y la negra fama de México entre los países que
conforman la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico).
Cito, al respecto, una nota de LA JORNADA en diciembre pasado:
-“ Los trabajadores mexicanos ganan 4.6 dólares por día, menos de la tercera parte del promedio de 16.6 dólares diarios registrado entre los países de la OCDE y casi la sexta parte respecto a los 29.8 dólares que perciben los trabajadores de Islandia.”
-“ Los trabajadores mexicanos ganan 4.6 dólares por día, menos de la tercera parte del promedio de 16.6 dólares diarios registrado entre los países de la OCDE y casi la sexta parte respecto a los 29.8 dólares que perciben los trabajadores de Islandia.”
Si la lógica no falla, la solución más aconsejable ante
cualquier problema (y esto lo sabe un estudiante de secundaria) consiste en
atacar sus causas. De raíz, pues, el origen mismo.
Las potencias industriales del primer mundo (partiendo
de sus círculos más conservadores) empiezan a entender que la única manera de
salvaguardar su identidad cultural se dibuja en el horizonte como un apuntalamiento
sustantivo de las economías y la vida política en las regiones identificadas
como expulsoras de mano de obra.
Llámense Honduras o Oaxaca, Bolivia, Guyana o Camerún.
Y esto pasa por la seguridad, pero, sobre todo, por el salario y la seguridad
social. Salud, educación, vivienda.
Acaso un proyecto tan amplio como el Plan Marshall que
rescató a Europa después de la Segunda Guerra mundial.
Y tiene que ver también con un esquema básico de derechos
laborales que libere a los trabajadores de las cúpulas sindicales parasitarias
y corruptas que por años han edificado fortunas a costa de sus propios
representados. El tema, desde luego, da para bastante.