lunes, 15 de abril de 2019

¿Modernidad laboral?


Cd. Victoria, Tam. Asignatura pendiente, despreciada por los reformadores de los 80s y 90s, la modernización laboral llega por fin a México, mire usted la paradoja.
Aparece promovida por un gobierno de izquierda, pero exigida desde las potencias industriales con las que México tiene suscrito (pero no confirmado) el nuevo Tratado de Libre Comercio, el antiguo TLC, hoy renombrado como TMEC.
Aunque si ampliamos el horizonte, tanto en América del norte como en Europa, los ricos el mundo de pronto descubren (con una mezcla de hipocresía y asombro) que el saqueo brutal de las riquezas en el llamado Tercer Mundo representa el detonador central de las migraciones masivas a sus metrópolis imperiales.
Pueblos árabes y del África subsahariana cruzando el Mediterráneo para acomodarse como pueden en Francia, Alemania, Suiza, Holanda, Bélgica, España, hasta llegar a Gran Bretaña y los países escandinavos.
Aunque también los latinoamericanos del más variado origen peregrinando por millares hacia los Estados Unidos y Canadá. Sumándose a los asiáticos pobres que llegan por la costa Pacífica a la Unión Americana, se asientan en California o suben a Vancouver.
En todos los casos, llegan huyendo de reyezuelos sanguinarios, dictaduras brutales, represión, persecución, ausencia de libertades, inseguridad, violencia, organizaciones delictivas.
Pero, sobre todo, la búsqueda de espacios donde la capacidad humana por excelencia (el trabajo) esté decorosamente pagada, soñando con vivir del propio esfuerzo.
Invasión silenciosa que pone en un predicamento la identidad étnica y cultural de los países receptores y activa, en consecuencia, sentimientos defensivos, a ratos cercanos a la histeria.
La xenofobia del señor TRUMP es ejemplo de ello, aunque similares reacciones se registran hoy en Ámsterdam, Paris, Berlín o Madrid.
Demasiada gente negra, amarilla, café con leche disputándoles cada palmo de terreno. Los pobres de la Tierra que en un primer momento se acomodaron en empleos modestos, miserables.
Aunque luego, en las siguientes generaciones, fueron ganando espacios por la vía del trabajo y la educación, avanzando hacia cargos ejecutivos y el poder político.
Se convirtieron en patrones, jefes, jerarcas intermedios, miembros de la clase gobernante, periodistas, intelectuales, artistas.

COINCIDENCIA EXTRAÑA
Lo curioso es que cuando los supremacistas blancos en Europa y Estados Unidos se empezaron a preguntar con la seriedad suficiente sobre el detonador de estas migraciones masivas se toparon de frente con (1) los altísimos niveles de pobreza propiciados por (2) el modelo de capitalismo salvaje que ellos mismos impusieron en Asia, África y América Latina.
Más todavía, se lo están gritando a DONALD TRUMP sus amigos rubios, anglosajones, protestantes. La explicación es clara, los trabajadores sin patria siguen, de manera puntual, la ruta del dinero que las potencias (antes coloniales, hoy colonialistas) van dejando desde las naciones menos desarrolladas.
Y bueno, mientras los pueblos se conformaron con ello, el problema era visto con desdén. No pintaba en la estadística ni les hacía gestos por sus ventanas.
Incluso, cuando la emigración del tercer mundo fue poca, aislada y controlable, tampoco les preocupó más allá del plano anecdótico.
Le daban la bienvenida porque hacía los campos de cultivo más rentables al emplear indocumentados por la tercera parte del salario que cobraría un trabajador local. Y sin tener que pagarles seguridad social.
Ocurrió, sin embargo, que los traslados de pequeños núcleos familiares se fueron escalando hasta convertirse en operativos de centenares y (hoy lo vemos en Guatemala y El Salvador) millares de migrantes organizados.
Muchedumbres respaldadas en la lógica de los grandes números para mejor defensa de su integridad, la seguridad de bienes y personas ante el acoso de autoridades abusivas y bandas criminales.
Algo tiene que ver en esto el auge de la comunicación, en singular (medios, redes, telefonía móvil) y el de las comunicaciones, en plural, (carreteras, rutas marítimas).

ASUMIR LO EVIDENTE
Es así que las élites del primer mundo dicen descubrir algo que sospecharon desde siempre. La impaciencia ante la miseria extrema no está dispuesta a esperar gobiernos mejores, leyes más justas o economías más equitativas.
Para quien sufre, hay otra forma de asumir el propio destino y optar por una vida más razonable. Votar con los pies. Y cuando esta forma de elección se torna masiva, es capaz de preocupar incluso a los hombres duros de entendederas como el propio TRUMP.
Desde ahora deben saberlo. No hay ni habrá muro capaz de contener a quienes han vivido, por generaciones, bajo el horror cotidiano, el hambre, la violencia y la propia criminalidad del Estado.
Hace tiempo perdimos la cuenta sobre las advertencias de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la injusta distribución del ingreso que se convierte en detonador natural de la criminalidad.
Y la negra fama de México entre los países que conforman la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico). Cito, al respecto, una nota de LA JORNADA en diciembre pasado:
-“ Los trabajadores mexicanos ganan 4.6 dólares por día, menos de la tercera parte del promedio de 16.6 dólares diarios registrado entre los países de la OCDE y casi la sexta parte respecto a los 29.8 dólares que perciben los trabajadores de Islandia.”
Si la lógica no falla, la solución más aconsejable ante cualquier problema (y esto lo sabe un estudiante de secundaria) consiste en atacar sus causas. De raíz, pues, el origen mismo.
Las potencias industriales del primer mundo (partiendo de sus círculos más conservadores) empiezan a entender que la única manera de salvaguardar su identidad cultural se dibuja en el horizonte como un apuntalamiento sustantivo de las economías y la vida política en las regiones identificadas como expulsoras de mano de obra.
Llámense Honduras o Oaxaca, Bolivia, Guyana o Camerún. Y esto pasa por la seguridad, pero, sobre todo, por el salario y la seguridad social. Salud, educación, vivienda.
Acaso un proyecto tan amplio como el Plan Marshall que rescató a Europa después de la Segunda Guerra mundial.
Y tiene que ver también con un esquema básico de derechos laborales que libere a los trabajadores de las cúpulas sindicales parasitarias y corruptas que por años han edificado fortunas a costa de sus propios representados. El tema, desde luego, da para bastante.