martes, 27 de agosto de 2024

Es la economía, güey…

Cd. Victoria, Tam.- Se vale recordar las famosas tres palabras que empleó WILLIAM CLINTON como exitoso grito de guerra contra la reelección del primer GEORGE BUSH, en 1992.
Heredero y continuador de la administración REAGAN, el viejo BUSH se jactaba en su campaña del derrumbe socialista, la caída de los regímenes centroeuropeos y la desintegración de la URSS, como si fueran triunfos personales y victorias de la derecha universal a la cual se decía capitanear.
En paralelo, las políticas neoliberales de ambos republicanos habían dejado por saldo negro una concentración mayor de la riqueza y la correspondiente caída del poder adquisitivo, de las clases medias para abajo.
Claramente, habían gobernado para felicidad de los ricos (o, peor, de los superricos) y descuidado al resto de los hogares norteamericanos.
De ahí la frase de CLINTON tras asumir la candidatura demócrata a la presidencia, cuando señala y enfatiza lo que realmente preocupaba a sus votantes (“The economy, stupid”) frase que los hispanos al norte del río Bravo tradujeron como: “es la economía, estúpido”.
En México, acaso lo diríamos de manera más cruda: “es la lana, pendejo”, para marcar con claridad lo que mueve a la gente frente a la urna.
La prioridad sería la defensa del ingreso familiar, aunque su contraparte presumiera el fracaso comunista en Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría, Yugoeslavia, Checoeslovaquia y Alemania Oriental.
Con cuánto dinero dispone el estadounidense promedio para sobrevivir a la quincena resultaba un tema bastante más preocupante o motivador que la caída del muro de Berlín o la desintegración de la URSS.
Las finanzas domésticas resultaron más importantes como argumento de campaña que la supremacía mundial lograda por su país, tras el derrumbe del Pacto de Varsovia.
El caso es que el demócrata derrotó al republicano en aquel noviembre de 1992, frustró la reelección del primer BUSH y todavía el mismo WILLIAM CLINTON logró reelegirse y gobernar hasta el año dos mil.
 
INVICTO HASTA EL FINAL
Sirva esta reflexión para acercarnos al fenómeno de popularidad que hoy respalda al presidente LÓPEZ OBRADOR, cuya más reciente encuesta a cargo de la agencia BUENDÍA & MÁRQUEZ para el periódico EL UNIVERSAL, lo sitúa en una aprobación del 73%.
El mismo reporte informa que en mayo pasado (mes anterior a las elecciones) la calificación positiva de AMLO andaba en 69%. Bonito número, por supuesto, pero todavía mejoró después de los comicios, con la referida cifra de agosto (73%) que promedia distintos aspectos de su gobierno en paralelo.
Los datos completos, desglosados y al detalle, están en un archivo PDF de 15 páginas, disponible de manera gratuita en este enlace: https://tinyurl.com/27lwm4kq.
Por supuesto, hay incredulidad en las clases medias respecto a dicha aceptación social de ANDRÉS MANUEL que además se ha logrado sostener durante seis años, sin altibajos.
Es la economía, por supuesto. Un incremento del salario mínimo real en un entorno de inflación controlada, que avanzó de $88.36 a $248.93, lo que representó un salto del 181.7%.
Contraste sustantivo con los incrementos miserables que cada diciembre concedieron los gobiernos, desde mediados de LOPEZ PORTILLO en adelante, pasando por DE LA MADRID, SALINAS, ZEDILLO, FOX, CALDERÓN y PEÑA.
Es la economía. Y por demagógico que parezca o sea, los programas sociales simplificados en la entrega directa de dinero, impactaron en el poder adquisitivo de millones de familias. Nadie había hecho eso.
 
ESTÍMULO Y RESPUESTA
Aparte podríamos discutir si el tren de gastos por dichos rubros resulta viable en el mediano plazo para las finanzas gubernamentales. O si resuelve la situación de pobreza y (más difícil aún) la pobreza extrema.
Aún así, la respuesta de la gente en las urnas es casi pavloviana, cuantificable, visible, observable y políticamente efectiva, desafiando a cualquier razonamiento previo.
Los asuntos del bolsillo pesarían más que todas las denuncias de corrupción enderezadas contra el obradorismo. Más que los errores o insuficiencias de Dos Bocas, el AIFA y el Tren Maya. Más que disparates infames como la rifa del avión sin avión, la polémica lucha contra el COVID y la megafarmacia.
El impacto positivo en el ingreso social pesó más, incluso, que la malograda divisa de “abrazos, no balazos” y el alto índice de criminalidad, con su cadena de feminicidios, pueblos devastados y amplias zonas controladas por el narco.
¿Qué hizo a los millones de votantes aguantar tales horrores y seguir votando por MORENA, por encima de la permanente denuncia en los medios, las marrullerías y estridencias de las charlas mañaneras?
Es la economía, no le busquen. Y quienes digan que los mexicanos se vendieron a cambio de unos cuantos billetes, sin duda desconocen la tragedia que representa para las familias de escasos recursos cuando les suben un peso al precio del transporte o al kilogramo de tortilla.
Y peor todavía, cuando la gente vio llegar, sexenio tras sexenio, proyectos políticos que resultaron un reverendo fiasco, desde el “arriba y adelante” y “la solución somos todos”, hasta el “gobierno eficaz” firmado ante notario público.