Cd.
Victoria, Tam.- Mañanita de domingo. El
mexicano promedio se despabila en su tibia cama, tapado hasta las orejas,
tratando de alargar sus horas de descanso. Muy apenas asoman los ojos todavía
somnolientos.
Se pregunta entonces con cara de fastidio:
-“¿De veras quieren que salga en mi día de asueto y camine hasta la casilla nomás para decirles que estoy de acuerdo con que cumplan la ley?”
Razonamientos así de simples dieron sustento al formidable desaire que la sociedad mexicana propinó a la consulta del pasado domingo.
-“¿Para qué?” es la duda central, dilema de la razón práctica, causa eficiente que justifique el esfuerzo de acudir y cruzar la boleta, depositando en ella la voluntad ciudadana
Ausencia de motivos, en efecto, que lo impulsen a salir de casa y buscar el centro de votación más próximo, llevar la credencial de elector, hacer fila, identificarse ante la mesa de escrutadores, recibir la papeleta, marcar el respectivo espacio de su decisión (sí o no) y depositarla en la urna.
“¿Para qué?”... se habrían preguntado muchos: ¿para que se castiguen conductas que nuestras leyes ya tipificaron como delitos?
El proceso mismo es tautológico. La respuesta racional está contenida en la pregunta. La preexiste, como en las frases de PEROGRULLO (PEDRO, el grullo) aquel pajarraco sabio de las leyendas infantiles cuyas máximas hacían gala de obviedad deliberada.
Recordando de nuevo la cuestión central, sometida a votación:
“¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”
Por favor, para ello no se necesita permiso. Ni tanta saliva, ni ademán amenazador alguno en las conferencias mañaneras, ni las toneladas de tinta y papel periódico derramadas en su nombre. Se decide y punto.
El fracaso del domingo deriva de eso, la ausencia de motivos, la falta del más mínimo entusiasmo, ante una acción que se antoja derrotada por la ley del menor esfuerzo.
NO
PIENSE, ACATE
Por supuesto, en la trinchera oficialista abundan explicaciones más complejas, donde se acusa a los adversarios de complotar contra el referéndum. Se habla de conspiraciones, boicots, conjuras, todo ello.
Y también se culpa a las propias autoridades electorales por no haber trabajado lo suficiente para que el proceso fuese multitudinario. Algunos andan muy enojados.
El productor de telenovelas EPIGMENIO IBARRA llegó al extremo de reportar algo que llamó “ataque masivo de la derecha” y “franco sabotaje del INE.”
Vieja costumbre de AMLO que se replica en sus seguidores sin atisbo de autocrítica. Si triunfan es por virtudes propias. Si fracasan se debe a maldades del enemigo.
Ora pues. Malo el asunto cuando se confunde lealtad con ceguera. Los fieles obradoristas fueron conminados a tragarse el sapo mal oliente y viscoso del referéndum, bajo una consigna clara y múltiple.
Acéptese sin chistar, promociónese sin remilgos y defiéndase sin conceder al adversario ni un milímetro de razón. A falta de pretextos, búsquese un marco teórico y si no lo tienen fabríquenlo.
Peor todavía el que se sientan obligados a justificar el proceso de viva voz en sus escritos, en medios y redes, charlas informales de oficina, pasillo, café y cantina.
Y aunque la discusión debiera centrarse en el “cómo” (la decisión absurda de pedir permiso para aplicar la ley), los defensores de la consulta se atienen a la solidez del propósito final (castigar a expresidentes corruptos).
Por ello las explicaciones en favor se extienden con amplitud sobre la riqueza de PEÑA NIETO, los nexos oscuros de CALDERÓN con la delincuencia organizada y toda la suerte de villanías perpetradas por FOX, ZEDILLO y SALINAS.
Argumentos poderosos (debo reconocerlo), muy válidos para sustentar las acciones que emprenda la justicia federal, efectivamente. Pero ocurre que de eso no estamos hablando. No es la culpabilidad o la inocencia de los exmandatarios el tema de la consulta.
El punto nodal es si para dicho juicio se necesitaba un proceso electivo de 528 millones de pesos o bien si (por lógica elemental) lo único que se requiere es un procedimiento acusatorio de rutina ante el ministerio público más cercano.
TELARAÑAS,
PRETEXTOS
Lo establece nítidamente la Carta Magna en su artículo 28, cuando fija el formulario que todo nuevo presidente debe recitar en su juramento inicial:
-"Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere ,que la nación me lo demande."
Bastante claro el compromiso, no se necesita más. Es obligación de los presidentes hacer cumplir la Constitución y sus leyes complementarias. Ya no requiere autorización, ni mayor, ni posterior.
Y bueno, si un servidor público pide permiso una y otra vez para cumplir un deber elemental, es porque otras ideas están haciendo interferencia en su toma de decisiones. Si le da tantas vueltas al asunto es porque revolotean en su entraña propósitos ajenos al caso.
De aquí la terquedad de anunciar una y otra vez el golpe, refocilarse en el amago, sin actuar. Parecería que le importa más publicitar el procedimiento, que acariciar sus frutos.
Y de paso meter sordina al desastre epidemiológico y el ascenso brutal de la criminalidad. Aunque también influye el temor a las consecuencias, en el mediano y largo plazos.
En este sentido, la consulta es un escudo. Ante cualquier reclamo siempre podría culpar a la voluntad popular y decir: “yo no fui, fue el pueblo.” Coartada pobre, argucia al fin.
El sentido común dice que la distancia más cercana entre dos puntos es la línea recta. Aplica para todos, menos para AMLO, cuya toma de decisiones descansa en trazar senderos barrocos de largas y graciosas curvas que rodean al objetivo sin alcanzarlo jamás. Laberintos.
Su toma de posesión, el día primero de diciembre de 2018, cayó en sábado. Habiendo voluntad política, al siguiente día hábil (lunes 3) podría haber ordenado una investigación exhaustiva contra todos los expresidentes, sus fortunas y crímenes.
Nada se lo impedía, nada hizo. Tuvieron que pasar 32 meses para que el pasado primero de agosto, un tibio y confuso referéndum se animase a disparar sus pistolitas de agua contra los cinco exmandatarios.
Fallido además, porque votó tan solo el 7.1% de la población convocada, bastante lejos del 40% necesario para tener un efecto vinculante como mandato legal.
Dicho a la inversa se observa con mayor amplitud la debacle. No votó el 92.9% de los mexicanos en posibilidad de hacerlo.
La palabra desaire se multiplicó en todas las redacciones del país para cobrar vida en los encabezados, pies de foto y resúmenes informativos. ¿A quién le podría interesar?, el sinsentido de la pregunta marco el derrotero desde un principio.
Se pregunta entonces con cara de fastidio:
-“¿De veras quieren que salga en mi día de asueto y camine hasta la casilla nomás para decirles que estoy de acuerdo con que cumplan la ley?”
Razonamientos así de simples dieron sustento al formidable desaire que la sociedad mexicana propinó a la consulta del pasado domingo.
-“¿Para qué?” es la duda central, dilema de la razón práctica, causa eficiente que justifique el esfuerzo de acudir y cruzar la boleta, depositando en ella la voluntad ciudadana
Ausencia de motivos, en efecto, que lo impulsen a salir de casa y buscar el centro de votación más próximo, llevar la credencial de elector, hacer fila, identificarse ante la mesa de escrutadores, recibir la papeleta, marcar el respectivo espacio de su decisión (sí o no) y depositarla en la urna.
“¿Para qué?”... se habrían preguntado muchos: ¿para que se castiguen conductas que nuestras leyes ya tipificaron como delitos?
El proceso mismo es tautológico. La respuesta racional está contenida en la pregunta. La preexiste, como en las frases de PEROGRULLO (PEDRO, el grullo) aquel pajarraco sabio de las leyendas infantiles cuyas máximas hacían gala de obviedad deliberada.
Recordando de nuevo la cuestión central, sometida a votación:
“¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”
Por favor, para ello no se necesita permiso. Ni tanta saliva, ni ademán amenazador alguno en las conferencias mañaneras, ni las toneladas de tinta y papel periódico derramadas en su nombre. Se decide y punto.
El fracaso del domingo deriva de eso, la ausencia de motivos, la falta del más mínimo entusiasmo, ante una acción que se antoja derrotada por la ley del menor esfuerzo.
Por supuesto, en la trinchera oficialista abundan explicaciones más complejas, donde se acusa a los adversarios de complotar contra el referéndum. Se habla de conspiraciones, boicots, conjuras, todo ello.
Y también se culpa a las propias autoridades electorales por no haber trabajado lo suficiente para que el proceso fuese multitudinario. Algunos andan muy enojados.
El productor de telenovelas EPIGMENIO IBARRA llegó al extremo de reportar algo que llamó “ataque masivo de la derecha” y “franco sabotaje del INE.”
Vieja costumbre de AMLO que se replica en sus seguidores sin atisbo de autocrítica. Si triunfan es por virtudes propias. Si fracasan se debe a maldades del enemigo.
Ora pues. Malo el asunto cuando se confunde lealtad con ceguera. Los fieles obradoristas fueron conminados a tragarse el sapo mal oliente y viscoso del referéndum, bajo una consigna clara y múltiple.
Acéptese sin chistar, promociónese sin remilgos y defiéndase sin conceder al adversario ni un milímetro de razón. A falta de pretextos, búsquese un marco teórico y si no lo tienen fabríquenlo.
Peor todavía el que se sientan obligados a justificar el proceso de viva voz en sus escritos, en medios y redes, charlas informales de oficina, pasillo, café y cantina.
Y aunque la discusión debiera centrarse en el “cómo” (la decisión absurda de pedir permiso para aplicar la ley), los defensores de la consulta se atienen a la solidez del propósito final (castigar a expresidentes corruptos).
Por ello las explicaciones en favor se extienden con amplitud sobre la riqueza de PEÑA NIETO, los nexos oscuros de CALDERÓN con la delincuencia organizada y toda la suerte de villanías perpetradas por FOX, ZEDILLO y SALINAS.
Argumentos poderosos (debo reconocerlo), muy válidos para sustentar las acciones que emprenda la justicia federal, efectivamente. Pero ocurre que de eso no estamos hablando. No es la culpabilidad o la inocencia de los exmandatarios el tema de la consulta.
El punto nodal es si para dicho juicio se necesitaba un proceso electivo de 528 millones de pesos o bien si (por lógica elemental) lo único que se requiere es un procedimiento acusatorio de rutina ante el ministerio público más cercano.
Lo establece nítidamente la Carta Magna en su artículo 28, cuando fija el formulario que todo nuevo presidente debe recitar en su juramento inicial:
-"Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere ,que la nación me lo demande."
Bastante claro el compromiso, no se necesita más. Es obligación de los presidentes hacer cumplir la Constitución y sus leyes complementarias. Ya no requiere autorización, ni mayor, ni posterior.
Y bueno, si un servidor público pide permiso una y otra vez para cumplir un deber elemental, es porque otras ideas están haciendo interferencia en su toma de decisiones. Si le da tantas vueltas al asunto es porque revolotean en su entraña propósitos ajenos al caso.
De aquí la terquedad de anunciar una y otra vez el golpe, refocilarse en el amago, sin actuar. Parecería que le importa más publicitar el procedimiento, que acariciar sus frutos.
Y de paso meter sordina al desastre epidemiológico y el ascenso brutal de la criminalidad. Aunque también influye el temor a las consecuencias, en el mediano y largo plazos.
En este sentido, la consulta es un escudo. Ante cualquier reclamo siempre podría culpar a la voluntad popular y decir: “yo no fui, fue el pueblo.” Coartada pobre, argucia al fin.
El sentido común dice que la distancia más cercana entre dos puntos es la línea recta. Aplica para todos, menos para AMLO, cuya toma de decisiones descansa en trazar senderos barrocos de largas y graciosas curvas que rodean al objetivo sin alcanzarlo jamás. Laberintos.
Su toma de posesión, el día primero de diciembre de 2018, cayó en sábado. Habiendo voluntad política, al siguiente día hábil (lunes 3) podría haber ordenado una investigación exhaustiva contra todos los expresidentes, sus fortunas y crímenes.
Nada se lo impedía, nada hizo. Tuvieron que pasar 32 meses para que el pasado primero de agosto, un tibio y confuso referéndum se animase a disparar sus pistolitas de agua contra los cinco exmandatarios.
Fallido además, porque votó tan solo el 7.1% de la población convocada, bastante lejos del 40% necesario para tener un efecto vinculante como mandato legal.
Dicho a la inversa se observa con mayor amplitud la debacle. No votó el 92.9% de los mexicanos en posibilidad de hacerlo.
La palabra desaire se multiplicó en todas las redacciones del país para cobrar vida en los encabezados, pies de foto y resúmenes informativos. ¿A quién le podría interesar?, el sinsentido de la pregunta marco el derrotero desde un principio.