Cd.
Victoria, Tam. El personaje es policial
pero fascina a los periodistas. En algún momento de su carrera, todo reportero
se sueña luciendo la cachucha de doble visera, lupa y pipa de SHERLOCK HOLMES.
Por igual, libreta en mano, el policía investigador se
calza zapatos de redactor. Oficios paralelos, mentalidades análogas que campean,
para bien y para mal, en vecindarios cercanos.
Con ciertas diferencias. Todavía no conocemos un
reportero que torture a sus entrevistados o les insufle Tehuacán con chile piquín
por la vía nasal.
Aunque en ambos casos (policías y gacetilleros) deben
enfrentar la tentación de inventar (o tergiversar) declaraciones. Los primeros para
aprontar el cierre de un expediente, los segundos para ganar las ocho columnas
con menor esfuerzo.
Ambos oficios son adictos al secretismo, virtud y
vicio que los atrae como abejas a la miel.
No siempre para develarlo, en ocasiones para
esconderlo o ponerle precio (“un secreto bien guardado”, reza el lugar común)
aunque la obligación sea el publicitarlo, exponerlo a la luz de la opinión
pública.
De aquí las frases comunes que la vieja prensa
sensacionalista empleaba para vender su nota principal.
Esas presuntas revelaciones de impacto apocalíptico (o
casi) como la de “por fin toda la verdad” sobre determinado caso expuesta por
periódicos que dicen “lo que otros callan”.
SIGNIFICADOS OCULTOS
A ratos el propio vocabulario esconde secretos. Para
eso están (díganlo si no) los tumbaburros especializados en revelar matices de
la palabra que el diccionario común ignora o pasa de largo.
En alguno de esos textos encontré un parentesco etimológico
extravagante, pero (según creo) revelador, entre las palabras secreto y excremento.
Su elemento en común es la raíz “krei” (cortar,
separar, distinguir) en referencia a todo aquello que se aparta para no ser
visto, que no llame la atención, no se pueda distinguir.
Curiosa coincidencia, pues cuando el reportero (o el
policía) descubren los pormenores ocultos (secretos) de un caso, se habla (mire
usted) de que “han destapado una cloaca”.
Entramos entonces en el terreno de lo sórdido. De aquí
el sinnúmero de derivaciones de orden coprológico que se emplean cuando las
corruptelas afloran con su cauda de hedores y miserias, como brota la
inmundicia de una alcantarilla.
El secreto posee asimismo dinámica propia, hasta que
deja de serlo. Es decir, deja de importar, pierde atractivo, validez, interés
público o es pulverizado por el implacable dios del tiempo.
Y bueno, mire usted, si algo molesta a un reportero es
toparse con el muro infranqueable de un “expediente reservado”, en cualquiera
de sus categorías cercanas.
Esto es, que en alguna ventanilla oficial le digan que
por motivos de seguridad nacional (o un ardid semejante) tal o cual asunto no
podrá ser consultado (1) por tiempo indefinido, o bien (2) hasta una fecha muy
posterior, fijada en años (5, 10, 20, 35, acaso más).
Confidencial, reservado, secreto o ultrasecreto
(confidential, restricted, secret, top-secret), en cualquiera de sus niveles
agravia al preguntón, académico o reporteril.
Sobre todo por aquella canija desconfianza que
cualquier promesa a futuro supone. El escepticismo por esa claridad pospuesta a
10 o más años.
DESMONTANDO MITOS
Al respecto, ¿qué nos garantiza que al término del
plazo fijado, la información reservada nos estará esperando intacta, completa,
sin mancillar?
¿Quién nos asegura que estará lista para que el escribano
o el investigador universitario alimenten sus acervos y logren con ello aclarar
los misterios antes irresolutos de nuestra realidad contemporánea?
En este sentido, pecan de ingenuos quienes esperan grandes
revelaciones con la desclasificación de los archivos relacionados a los casos
COLOSIO y RUIZ MASSIEU o los asesinatos de los hermanos JOHN y ROBERT KENNEDY (entre
tantos ejemplos, añada usted sus equivalentes regionales, locales o más
recientes).
De hecho, si alguien quiere que cierta información
jamás sea divulgada, si tiene en planes desaparecerla en forma definitiva, el
mejor camino es diferir su publicación.
Y para ello, la ruta más eficaz y socorrida es marcar
dichos expedientes con el sello de clasificados. Los reservan para purgarlos de
datos incómodos o, incluso, deshacerse de ellos.
Por principio, porque el deseo de saber nunca será el
mismo hoy que dentro de 25 años. Disminuye, en efecto, el número de curiosos, también
amengua la fuerza de su apremio.
Y, para colmo, en caso de pérdida o extravío, se torna
por demás nebuloso el deslinde de culpas. Resulta que el funcionario ya no
está, el archivista se murió o es un viejo jubilado que al ser consultado solo
se encoge de hombros.
La impunidad de esa manera está garantizada. Ni a
quien reclamarle si, al cabo de una prórroga, la información resultó
insignificante, dispersa, magullada y solo aparecen reportes aburridos que nada
nuevo ni distinto aportan al caso.
Cuando los reportes repiten lo mismo que ya se conocía
y por tanto resulta a todas luces injustificable su pomposo carácter de clasificados.
De ahí la razón por la cual los defensores del derecho
a la información y la transparencia deben oponerse a tales reservorios, salvo en
los casos que la ley marca como pertenecientes a una investigación ministerial
o un proceso judicial en curso.
UN EJEMPLO, DE TANTOS
Anda perdido ahorita un caso, el de la investigación
ordenada por el gobierno de FELIPE CALDERÓN contra VICENTE FOX y MARTHA SAHAGÚN
por irregularidades fiscales multimillonarias, detectadas por la Auditoría Superior
de la Federación (ASF) en sus respectivos elefantes blancos, “Centro FOX” y “Vamos
México”.
La chamba estuvo a cargo de quien entonces fuera
Secretario de la Función Pública GERMÁN MARTÍNEZ CÁZARES y, según el reportero
RAÚL OLMOS, habría alcanzado el tamaño de 3 mil 668 fojas.
Comenta OLMOS en su libro “FOX, negocios a la sombra
del poder” (Grijalbo, 2017) que cuando quiso consultar dichos expedientes le
fueron negados, ya que la investigación continuaba, no se había cerrado y por
ello la reservarían 5 años más.
Y bueno, de fecha más reciente, ahora resulta que está
extraviada una parte del caso general contra FOX y su pandilla, la referente a los
indicios de corrupción durante el ejercicio de su gobierno.
En junio pasado, la revista CONTRALÍNEA informó de
haber solicitado información al respecto y la respuesta es que ya no existe ni
en su versión física (papel) ni electrónica, ni en la Secretaría de la Función
Pública (SFP) ni en la Unidad de Auditoría Gubernamental (UAG), ni en la Unidad
de Control y Auditoría a Obra Pública, ni en la Dirección General de Auditorías
Externas, ni en el Órgano Interno de Control en la Presidencia de la República.
Archivos fantasmas, volátiles, cuya desaparición es
atribuible al gobierno de ENRIQUE PEÑA NIETO. Aunque ello de cualquier manera le
viene bien a un gobierno como el de LÓPEZ OBRADOR que aterrizó bajo la consigna
del “borrón y cuenta nueva”.
Dicen que quien no aprende de sus errores está
condenado a repetirlos. La impunidad, en este sentido, es un acicate poderoso,
una motivación clara a la reincidencia. Quien perdona se hace cómplice de ello.