Cd. Victoria, Tam. Tantas cosas que
decir sobre DONALD TRUMP que (luego descubrimos) son también de aplicación
general, al constituir un modelo de conducta, dentro y fuera de sus fronteras.
La desventaja del poderoso que colecciona enemigos de manera indiscriminada y compulsiva es que, bajo ciertas circunstancias, estos puedan unir fuerzas y actuar en su contra exitosamente.
Dejarse caer en montón.
Ocurre entonces el espectáculo que vimos este viernes.
Gente de todo el arcoíris social festejando ruidosamente la expulsión de un soberano, con lujo de linchamiento mediático.
Un rey que (mucho ojo) antes de ser odiado fue odioso.
Antes de ser el más atacado ha sido el más afrentoso.
En estricto orden cronológico, primero criticón y luego criticado.
Estoy hablando de TRUMP.
En guerra permanente con el mundo, antes de que el mundo se le viniera encima.
Incapaz de reconocer una derrota.
Sedicente víctima de conspiraciones imaginarias.
Dueño de un extraño contraste entre la propensión maníaca al insulto y su hipersensibilidad a la crítica.
Piel delicada, boca feroz.
Incapacitado también para el ejercicio de la autocrítica.
Atroz en la diatriba pero muy débil en sus argumentos, no duda en emplear la mentira buscando apabullar al contrario.
Y la misma fórmula receta a sus opositores (HILLARY, BIDEN) como en esa escalada de ataques a los medios que no hizo distingos de ideologías.
Igual de agresivo con la prensa liberal (WASHINGTON POST, NEW YORK TIMES) que con empresas más conservadoras como CNN y WALL STREET JOURNAL.
Agarró parejo desde su campaña en 2016 y refrendo la actitud en los cuatro años subsiguientes, día tras día.
Ingrata manía de golpear sin misericordia ni esfuerzo alguno de moderación.
Y aquí dejo a DONALD para abordar el caso de su amigo y colega LÓPEZ OBRADOR, calcando en gran medida las observaciones anteriores, línea por línea.
Solo que donde dice WASHINGTON POST debemos poner diario REFORMA, EL UNIVERSAL, EXCELSIOR o el semanario PROCESO.
Políticos disruptivos y antisistema ambos (el neoyorquino y el tabasqueño), generan en el camino tantas expectativas que sus argumentos favoritos acaban siendo las principales fuentes del posterior reclamo ciudadano.
Son sus promesas sus peores enemigos.
Como cuando VICENTE FOX (otro disruptivo) prometió resolver el problema zapatista en 15 minutos.
La banalidad es siempre espectacular.
Igual, la narrativa tajante de TRUMP y de AMLO deben su fuerte impacto en el ánimo del electorado a ofertas ruidosas que al tiempo la gente habrá de recordarles.
De ahí la necesidad de buscarse enemigos a quienes culpar, chivos expiatorios.
En el caso de FOX, se pasó los seis años culpando al Congreso de la Unión, por presuntamente impedirle llevar a cabo su plan de cambio.
Hoy AMLO tiene mayoría en ambas cámaras pero igual culpa al pasado, los gobiernos anteriores, de haberle heredado un estado anárquico dominado por el burocratismo y la corrupción.
Abomina todos los días contra los periodistas.
Y se necesita siempre una víctima propiciatoria porque las campañas en cada caso fueron ideadas sin el menor apego a la verdad.
Sin un sentido mínimo de rigor que discriminara las promesas viables de las inviables.
En campaña todo es posible, hasta que llueva más, amanezca más temprano y los maleantes se vuelvan buenos.
Es el reino de la fantasía, en aras del voto.
De aquí la suposición que este columnista ha venido manejando en redes sociales de que el populismo no es fondo sino forma.
Equivale a la palabra demagogia.
La diferencia es de raíz etimológica.
Populismo viene del latín, demagogia del griego.
Ambos casos aluden a la exacerbación del ánimo popular en aras de promesas cortoplacistas.
El culto al inmediatismo, a esas necesidades evidentes que se pueden gritar a mitad de la plaza (o media cantina) y todo mundo simpatiza con ellas.
Verdades de PEROGRULLO, en efecto.
Por eso hay populistas de derecha, izquierda y centro.
Es un estilo de abordar la política, estrategia de comunicación que le apuesta al enamoramiento súbito de los posibles votantes.
Bajarle al pueblo el cielo, la luna y las estrellas.
Es también un perfil de personalidad.
Preferencia por la narrativa de alto impacto, chatarra verbal, lenguaje ampuloso, frases estridentes en perpetua búsqueda de las primeras planas.
Al paso del tiempo la herramienta acaba modelando la personalidad de sus oficiantes.
Se tornan marrulleros, oportunistas, mañosos, leguleyos, poco afectos a la verdad.
El problema llega a la hora de los resultados.
De no cumplir tan altas expectativas, la realidad los aplasta.
Lo vemos hoy en el caso norteamericano de DONALD TRUMP.
Aunque en su equivalente mexicano aplica igual.
La desventaja del poderoso que colecciona enemigos de manera indiscriminada y compulsiva es que, bajo ciertas circunstancias, estos puedan unir fuerzas y actuar en su contra exitosamente.
Dejarse caer en montón.
Ocurre entonces el espectáculo que vimos este viernes.
Gente de todo el arcoíris social festejando ruidosamente la expulsión de un soberano, con lujo de linchamiento mediático.
Un rey que (mucho ojo) antes de ser odiado fue odioso.
Antes de ser el más atacado ha sido el más afrentoso.
En estricto orden cronológico, primero criticón y luego criticado.
Estoy hablando de TRUMP.
En guerra permanente con el mundo, antes de que el mundo se le viniera encima.
Incapaz de reconocer una derrota.
Sedicente víctima de conspiraciones imaginarias.
Dueño de un extraño contraste entre la propensión maníaca al insulto y su hipersensibilidad a la crítica.
Piel delicada, boca feroz.
Incapacitado también para el ejercicio de la autocrítica.
Atroz en la diatriba pero muy débil en sus argumentos, no duda en emplear la mentira buscando apabullar al contrario.
Y la misma fórmula receta a sus opositores (HILLARY, BIDEN) como en esa escalada de ataques a los medios que no hizo distingos de ideologías.
Igual de agresivo con la prensa liberal (WASHINGTON POST, NEW YORK TIMES) que con empresas más conservadoras como CNN y WALL STREET JOURNAL.
Agarró parejo desde su campaña en 2016 y refrendo la actitud en los cuatro años subsiguientes, día tras día.
Ingrata manía de golpear sin misericordia ni esfuerzo alguno de moderación.
Y aquí dejo a DONALD para abordar el caso de su amigo y colega LÓPEZ OBRADOR, calcando en gran medida las observaciones anteriores, línea por línea.
Solo que donde dice WASHINGTON POST debemos poner diario REFORMA, EL UNIVERSAL, EXCELSIOR o el semanario PROCESO.
Políticos disruptivos y antisistema ambos (el neoyorquino y el tabasqueño), generan en el camino tantas expectativas que sus argumentos favoritos acaban siendo las principales fuentes del posterior reclamo ciudadano.
Son sus promesas sus peores enemigos.
Como cuando VICENTE FOX (otro disruptivo) prometió resolver el problema zapatista en 15 minutos.
La banalidad es siempre espectacular.
Igual, la narrativa tajante de TRUMP y de AMLO deben su fuerte impacto en el ánimo del electorado a ofertas ruidosas que al tiempo la gente habrá de recordarles.
De ahí la necesidad de buscarse enemigos a quienes culpar, chivos expiatorios.
En el caso de FOX, se pasó los seis años culpando al Congreso de la Unión, por presuntamente impedirle llevar a cabo su plan de cambio.
Hoy AMLO tiene mayoría en ambas cámaras pero igual culpa al pasado, los gobiernos anteriores, de haberle heredado un estado anárquico dominado por el burocratismo y la corrupción.
Abomina todos los días contra los periodistas.
Y se necesita siempre una víctima propiciatoria porque las campañas en cada caso fueron ideadas sin el menor apego a la verdad.
Sin un sentido mínimo de rigor que discriminara las promesas viables de las inviables.
En campaña todo es posible, hasta que llueva más, amanezca más temprano y los maleantes se vuelvan buenos.
Es el reino de la fantasía, en aras del voto.
De aquí la suposición que este columnista ha venido manejando en redes sociales de que el populismo no es fondo sino forma.
Equivale a la palabra demagogia.
La diferencia es de raíz etimológica.
Populismo viene del latín, demagogia del griego.
Ambos casos aluden a la exacerbación del ánimo popular en aras de promesas cortoplacistas.
El culto al inmediatismo, a esas necesidades evidentes que se pueden gritar a mitad de la plaza (o media cantina) y todo mundo simpatiza con ellas.
Verdades de PEROGRULLO, en efecto.
Por eso hay populistas de derecha, izquierda y centro.
Es un estilo de abordar la política, estrategia de comunicación que le apuesta al enamoramiento súbito de los posibles votantes.
Bajarle al pueblo el cielo, la luna y las estrellas.
Es también un perfil de personalidad.
Preferencia por la narrativa de alto impacto, chatarra verbal, lenguaje ampuloso, frases estridentes en perpetua búsqueda de las primeras planas.
Al paso del tiempo la herramienta acaba modelando la personalidad de sus oficiantes.
Se tornan marrulleros, oportunistas, mañosos, leguleyos, poco afectos a la verdad.
El problema llega a la hora de los resultados.
De no cumplir tan altas expectativas, la realidad los aplasta.
Lo vemos hoy en el caso norteamericano de DONALD TRUMP.
Aunque en su equivalente mexicano aplica igual.